Síndrome de Estocolmo: ¿Amor al verdugo?
En agosto de 1973, un atracador llamado Jan-Erik Olsson entró con una ametralladora disparando al techo en una entidad bancaria de Estocolmo, capital de Suecia, con la intención de cometer un robo, pero la policía rodeó el banco, impidiéndole la huida; entonces tras verse acorralado tomó de rehenes a cuatro empleados, entre ellos, Kristin Enmark a quienes retuvo durante seis días.
Cuando el hecho llegó a término y la policía procedió al arresto, los rehenes a pesar de las amenazas contra su vida, incluso obligados a ponerse de pie con sogas alrededor de sus cuellos, habían desarrollado un vínculo afectivo con su captor, al punto que terminaron protegiéndolo.
Kristin, cajera del banco, una vez liberada declaró ante los medios, refiriéndose al atracador “Confío plenamente en él, viajaría por todo el mundo con él” y criticó al gobierno sueco por su falta de compresión hacia las motivaciones del delincuente en su accionar para cometer el atraco; posteriormente se tratarían como amigos.
Un año después, en febrero de 1974, en el norte de California, Patricia Hearst, nieta del magnate estadounidense William Randolph Hearst, fue secuestrada por una guerrilla urbana denominada Ejército Simbiótico de Liberación.
Dos meses después, anunció en una grabación que se había unido a sus captores ayudándolos y participando con fusil en mano, en una serie de robos a bancos; “Patria o muerte. Venceremos”, se la oía decir en español en el audio.
Desde entonces se denomina “síndrome de Estocolmo”, también conocido como “vinculación afectiva de terror o traumática”, a un conjunto de mecanismos psicológicos que determinan la formación paradójica de lazos afectivos de dependencia entre las víctimas de un secuestro y sus captores; todo bajo la premisa de un sentimiento de aceptación por parte de los rehenes que transita hacia la identificación con el agresor, la justificación de sus actos y por último a ponerse de su lado.
El acercamiento de las víctimas con los autores del delito, puede verse con base a la historia personal como una reacción desarrollada durante la infancia.
Un infante que percibe el enojo de su progenitor, sufre por ello y trata de “comportarse bien” para evitar la situación. Esta respuesta se puede volver a activar en un escenario extremo que les resulte incontrolable, por lo que trata de cumplir los deseos de sus captores.
De igual forma los delincuentes se presentan como benefactores ante los rehenes, percepción más soportable para la víctima quien opta por convencerse a sí misma de que tal proceder tiene algún sentido, lo que puede originar una relación emocional de las víctimas con los autores del delito.
El síndrome de Estocolmo es más común en personas que han sido víctimas de algún tipo de abuso, tal es el caso de:
1. Víctimas de violencia intrafamiliar y de pareja.
2. Víctimas de abuso sexual reiterado.
3. Víctimas de abuso de poder.
4. Prisioneros de guerra.
5. Miembros de una secta, fraternidades secretas.
6. Rehenes.
La expansión de la etiqueta síndrome de Estocolmo y su aplicación a un rango de situaciones es cada vez mayor, como aquellas que pueden ocurrir entre víctimas de abuso doméstico, los maltratados y el abusador de niños.
En muchos casos las víctimas eligen seguir siendo leales a su abusador, no dejarlo ni abandonarlo, incluso cuando se les ofrece un lugar seguro alterno como medida de protección.
El síndrome de “Estocolmo doméstico”, hace referencia al proceso mental que sufre una mujer víctima de maltrato por parte de su pareja sentimental, con la que mantiene un vínculo de carácter afectivo en el ámbito domiciliar.
La víctima del maltrato por parte de su pareja, busca adaptarse a la situación incrementando la habilidad para afrontar estímulos adversos y la de minimizar el dolor.
Estas personas suelen presentar distorsiones cognitivas como son la disociación, la negación o la minimización, lo que les permite soportar incidentes de violencia.
Se trata de un mecanismo de supervivencia que se crea sobre todo en la mujer víctima de maltrato, para poder convivir con la repetida violencia que su pareja ejerce sobre ella; escenario tóxico que estaría fundamentado en la teoría de la indefensión aprendida.
La indefensión aprendida (Impotencia aprendida), se refiere a la condición de un ser humano o animal que ha “aprendido” a comportarse pasivamente, con la sensación subjetiva de no tener la capacidad de hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación adversa, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas.
Estudios han documentado que cuando a una persona se le castiga de manera continua sin importar lo que haga, desarrolla indefensión aprendida, por lo que el sujeto deja de responder e intentar generar un cambio.
El modelo de la indefensión ha servido para explicar los trastornos que con frecuencia origina el fracaso escolar, el desempleo, la victimización, o la depresión; situaciones de diversa naturaleza en las que los individuos son privados del control sobre muchos aspectos de su vida.
En este sentido, la indefensión aprendida se enarbola como uno de los más importantes mediadores psicológicos que conduce a la perpetuación de la desigualdad de oportunidades y de las principales condiciones para avanzar en la construcción de una sociedad más justa.
Dra. Fanny Quevedo
Médico Ocupacional
Especialista en Gerencia en Salud.
qcfanny@hotmail.com
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