Semilla, Tierras y Sembrador
Nada fácil
A comienzos de semana apareció la encuesta ENCOVI 2020. Se trata de una encuesta sobre nuestras condiciones de vida, realizada por algunas casas de estudios universitarios. Los resultados de diez mil encuestas son espeluznantes: un país de viejos, pues nuestros jóvenes no están; un país donde el 96 % de la población es pobre, y donde las personas no consumen el mínimo de proteínas diarios necesarios; un país sin servicios básicos y sin capacidad de reactivar en las inmediatas su economía. El panorama, pues, es desolador.
A pesar de lo apenas dicho, una vez más nos vemos en la necesidad de tener que predicar el Evangelio de Jesús de Nazaret, aquí y ahora. Este escenario apocalíptico amerita como nunca antes un mensaje de esperanza, de manera que no nos demos por derrotados, sino que vislumbremos las oportunidades igualmente presentes en la realidad, y hagamos posibles tales oportunidades con el auxilio que nos viene de Dios.
Salió el sembrador
La siembra es una de las actividades humanas más agotadoras, incluso si se cuenta con maquinarias y estructuras modernas y apropiadas. No se trata únicamente del esfuerzo físico que el campo reclama, sino de que confluyan otra serie de factores para poder ver los frutos del trabajo. Para nuestro Señor Jesucristo, el mundo agrícola fue un buen ejemplo para aproximar a sus contemporáneos al Reino de amor y justicia que predicó mientras estuvo entre nosotros.
El Buen Jesús entiende que la Palabra de Dios es similar a una semilla, que Él es el sembrador y cada uno de nosotros es un terreno distinto. Las diferentes tierras acogen diferentemente la semilla, y de acuerdo a sus características, semilla depositada crecerá o no. También podemos comprender a Jesús de Nazaret en el doble rol de ser semilla y sembrador: Él se siembra en nuestro interior; dependerá de cada quien dar los debidos cuidados para que esta presencia aumente de día en día.
La lluvia no vuelve al cielo sin haber regado la tierra
Si reflexionamos en esta frase, nos damos cuenta de su belleza poética y de la fuerza inspiradora que encierra: la lluvia es un elemento esencial para la siembra. Ella no se evapora sin antes haber empapado el terreno. Es decir, la función de la lluvia es siempre fructífera; la lluvia posibilita que la semilla enterrada tenga la suficiente agua para continuar con su proceso natural.
Si traducimos lo apenas dicho a la cuestión de la predicación, hay que entender, entonces, que la Palabra de Dios lanzada a los cuatro vientos es similar a la lluvia que desciende de lo alto. Es decir, da frutos siempre.
Lo sembré y creció
José Gumilla, sacerdote jesuita, fue quien trajo el café a nuestras tierras, y lo sembró en nuestro territorio guayanés. Al darse cuenta de su presencia, exclamó: “lo sembré y creció”. Esta afirmación del P. Gumilla, maravillado por el milagro de la bondad de nuestras tierras, es nuestro lema y nuestro horizonte: sembramos educación en nuestros hijos, para ayudarlos a crecer.
Ten la información al instante en tu celular. Únete al grupo de Diario Primicia en WhatsApp a través del siguiente link: https://chat.whatsapp.com/FopTLMA2UQH84bl4rmWiHD
También estamos en Telegram como @DiarioPrimicia, únete aquí https://t.me/diarioprimicia