Opinión

Repensar la política

Las adversidades obligan a que el hombre político se pruebe a sí mismo, de una forma u otra. Hay que pensar fuera de la caja y aprender a nivelar las dosis de idealismo y pragmatismo.
pablo quintero
lunes, 28 julio 2025

La permanente actividad política y la falsa creencia de que el liderazgo y la popularidad se mantienen con el tiempo, provocan un cierto grado de astigmatismo político. Ciertamente, las crisis pueden ayudar a identificar a los más aptos para lograr soluciones, pero también contribuyen a detectar a los más incapaces. Durante un conflicto todos los actores políticos se ponen a prueba ante los ciudadanos y la opinión pública demostrando quien es consecuente con sus acciones. Algunos son percibidos como líderes con gran sentido de madurez, empatía, sensatez y capacidad; otros todo lo contrario, terminan siendo personas con actuaciones infantiles y emocionales que le restan utilidad a la actividad política.

Cuando en una realidad política las alternativas no demuestran ser lo suficientemente buenas o no están a la altura del momento, la ciudadanía se desconecta y pierde el interés en el ecosistema político. Este fenómeno se cataloga como “desafección política”. La gente pierde aquí su capacidad de procesamiento mental sobre lo cotidiano y aumenta su sentido de supervivencia individual. En este punto, las emociones negativas se contagian rápidamente aniquilando la esperanza, la resiliencia y la autoconfianza de la ciudadanía. Si esta nube negra se instala en la sociedad, es mucho más difícil movilizarla.

En política, las formas son el fondo y la percepción debe cuidarse. En una sociedad donde los ciudadanos terminan construyendo puentes y los políticos deciden quemarlos, la desconexión es un escenario inminente. La pérdida de respeto, atención y admiración termina por conducir al político al fracaso y la vergüenza. No se puede hacer buen uso de la política si los ciudadanos no respetan y escuchan a sus dirigentes. Esto es precisamente lo que ocurre en Venezuela con una gran mayoría de los opositores.

En tiempos de soberbia política es necesario aprender a gestionar emociones, pero sobre todo las propias. Se debe encontrar el equilibrio entre el carácter y la prudencia. No se puede hacer lo mismo si se quieren resultados distintos. Los ciudadanos aspiran ser conducidos por políticos maduros y no por adolescentes emocionales que aspiran conducir un cambio político sin tener al menos las riendas de su propio destino. La charlatanería es algo que debe acabarse en la política venezolana, las personas están agotadas de eso.

¿Se puede estar mejor cuando todo está peor? Sí, para lograrlo es necesario cambiar de mentalidad, actitud y comportamiento. Hay que elevar el nivel de todo, desde el lenguaje hasta la capacidad de escuchar, procesar soluciones y construir un camino con lo que se tiene y no con lo que se quiere. Las adversidades obligan a que el hombre político se pruebe a sí mismo, de una forma u otra. Hay que pensar fuera de la caja y aprender a nivelar las dosis de idealismo y pragmatismo.

Mucho se habla de estrategia cuando ni siquiera se percibe sentido común. Desafortunadamente no se puede elaborar una ruta, camino o salida si no se cuenta con un mínimo de racionalidad y entendimiento. Crear una solución no es apretar un botón, es un proceso de construcción que requiere esfuerzo, voluntad y objetivos en común con la sociedad. ¿Cuál es la verdadera motivación de aquellos que hoy hacen política? ¿Qué los lleva realmente a hacer política? Son algunas de las preguntas que deben ser respondidas y no deben quedar en el aire luego de ver como la política esta profundamente estancada en las mismas voces y caras.

La gente sabe dónde está, pero no sabe hacia dónde va. El actual desafío político consiste en evitar gravitar bajo la incertidumbre y no tropezar con los mismos dilemas, conflictos y obstáculos como la abstención, los discursos radicales para redes sociales, la verborrea populista y demagoga.

Dibujar las imágenes de algo mejor para los ciudadanos. El político de hoy debe salir de las pantallas y del toxico intercambio de opinión en Twitter. Se necesita reconectar de verdad, con coherencia y responsabilidad, pero de forma distinta, con otros códigos, imágenes y nuevas reputaciones. La política se mide con hechos y todo aquel que aspire a ser bien recordado necesitará generar situaciones que den menos problemas y mejores resultados.

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