Opinión

Repensar a Acción Democrática

El rol de AD ha sido trascendental a la hora de conformar el padrón electoral.
domingo, 13 septiembre 2020

En este 79 aniversario, AD vive la coyuntura de un partido secuestrado judicialmente y en trance de convalidar, de espaldas a la mayoría, las ilegitimas elecciones parlamentarias del 6D.

Parafraseando a Andrés Eloy, diríamos que AD no puede ser disuelto por decreto porque es la genuina expresión de un pueblo en cuyo corazón flamea la antorcha encendida de la libertad.

De allí que, por encima de las argucias tribunalicias y los cañonazos crematísticos, la esencia corporativa permanece incólume en el alma de la militancia, que de manera abrumadora ha rechazado la traición de quienes declinaron su deber de dirigentes y sucumbieron ante la perversa maniobra del régimen.

No obstante, la premisa anterior, a propósito de la histórica fecha alusiva a la fundación del “Partido del Pueblo” es oportuno hacer una reflexión sobre las circunstancias internas y externas que propiciaron esta intervención ilegal, capaz de sepultar lo que queda de civilidad en el país.

A partir de la derrota electoral de 1998, Acción Democrática, no solo debió superar aquella amenaza psicológica de Chávez “de freír en aceite las cabezas de los adecos” sino que también afrontó la diáspora de buena parte de sus bases, que corrieron tras el sueño de la otra revolución, que a la larga se transformó en la peor pesadilla de nuestra vida contemporánea.

Las casas del partido regadas por toda la geografía nacional, fueron cerradas en su mayoría y algunas, las más emblemáticas, permanecieron en funcionamiento por la iniciativa individual de líderes que asumieron motu propio, con coraje y sin miedo, la tarea de capear el temporal rojo y mantener viva a la organización.

Los líderes más connotados, aquellos que integraban la cúpula directiva al momento de la derrota electoral de entonces, muchos ya fallecidos y otros desde sus cuarteles de invierno, por un lado, y por el otro, la mayoría de los cuadros partidistas desconcertados, desde sus casas, devinieron de dirigentes combativos, en expectantes adecos de corazón; gracias a esa fase introspectiva, propia del ser humano, sacudido por un cambio brusco, AD ha sobrevivido, ya no como el otrora poderoso partido de masas, sino como un sentimiento vivo en el imaginario colectivo, capaz de responder electoralmente, de manera importante, cada vez que la unidad democrática ha participado en los comicios durante estas dos décadas de la tragedia totalitaria.

El rol de AD ha sido trascendental a la hora de conformar el padrón electoral que ha defendido la voluntad de los votantes ante las arremetidas del ventajismo oficialista, logrando la victoria parlamentaria del 2015.

Así las cosas, los más destacados dirigentes tradicionales y algunos activistas emergentes, que hicieron frente a la estampida, se autoerigieron en los salvadores del partido y con el correr del tiempo, en la medida que el régimen se fue desgastando, ellos encabezaron desde AD, la recuperación incipiente de los partidos políticos y coordinaron la resistencia cívica.

Ese protagonismo les facilitó perpetuarse en el poder interno. Bajo la conseja de que la opinión pública no perdonaría que una organización política dedicara su esfuerzo a unas elecciones para renovar sus cuadros dirigentes, en lugar de dedicarse a derrocar el régimen.

Así, pasó el tiempo y hasta el sol de hoy, en AD nunca hubo una elección interna. Nunca hubo la esperanza del recambio ni del relevo generacional.

Noveles valores fueron defenestrados por el solo hecho de destacarse entre los antiguos rostros de la estratificada dirigencia. Esos vientos trajeron esta tempestad.

Tras 79 años de existencia, el primer partido de la historia moderna de Venezuela, al igual que los partidos políticos contemporáneos, están en terapia intensiva, víctimas de los avatares propios de Venezuela sumida en el siglo XIX merced a la barbarie entronizada en el poder.

En el caso de Acción Democrática, urge repensar al partido de Juan Bimba, del slogan “Pan, Tierra y Trabajo” para volver al futuro.La única duda que albergo, es ¿Quién va a repensarlo?, si los llamados a hacerlo, hace años que no piensan, ignorando la esencia de la política evolutiva, como eje transversal de la sociedad del conocimiento.

Ha llegado la hora de la transición de los “Partidos Analógicos” hacia los “Partidos Digitales” de estructura horizontal, capaces de decir adiós al clientelismo y abrir sus puertas al ciudadano como protagonista de la Nueva era.

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