Opinión

Por si acaso no me muero nunca

Lo que sí sé es que desde el momento en que tomamos conciencia de que algún día nos abrazará la muerte empezamos a no pensar en ella.
lunes, 14 noviembre 2022

Algunos científicos afirman categóricamente que la muerte es una ilusión, y que de hecho existen muchas otras realidades que no estamos en capacidad de imaginar.

Es posible entonces que siendo uno aquí y en el ahora mismo, también podemos ser un recién nacido en otro universo o haber muerto en otro.

De acuerdo a esto, puede que estemos aquí pero al mismo tiempo encarnados en un hombre del Neanderthal, o quizás en un palestino de entre la multitud que ve pasar a Jesús por la Vía Dolorosa con la cruz a cuestas, o tal vez en un soldado aterrorizado en medio de una batalla de la Segunda Guerra Mundial. Quién sabe. Son conclusiones de científicos, que así los llamen locos dan que pensar con sus argumentos.

Por mi parte, por si acaso no me muero nunca sino que paso a otro universo paralelo, viviendo otras circunstancias encarnado en el yo mismo que soy, me lanzo a escribir ciertas líneas que ciertamente serán criticadas, pero eso carecerá de relevancia para mí porque a lo mejor cuando eso ocurra estaré dentro de la armadura de un samuray japonés, cortándoles la cabeza a quienes osen ofender a mi señor, o quizás siendo parte de los aguerridos lanceros de Páez en las Queseras del Medio. Quién sabe.

Lo que sí sé es que desde el momento en que tomamos conciencia de que algún día nos abrazará la muerte empezamos a no pensar en ella. Cubrimos el frío de su certeza con cuentos de camino y entretenemos el miedo peleándonos con nuestros semejantes.

Ellos a su vez -como si se tratara de un espejo- reaccionan a nuestro enojo, y así todos vamos sobrellevando con aparente indiferencia la certidumbre del inevitable tránsito hacia lo desconocido.

Por eso es que por si acaso no me muero nunca y continúo mis andanzas en otras dimensiones, dejo constancias de lo que me parece ésta en la que estoy. Ante la realidad me pregunto si estaríamos dispuestos a invertir el tiempo en disgustos y odio si supiéramos que vamos a morir mañana.

La respuesta lógica debería ser no, pero como nadie sabe cuándo va a morir, nos la pasamos inmersos en la actividad más afín a nuestra naturaleza, es decir, gruñéndonos unos a otros a la menor provocación. Aunque no siempre sucede de esa manera, son demasiadas las cosas que resolvemos mediante algún tipo de violencia.

Pareciera que sin los límites de la ley y otros medios de control, todo lo resolveríamos conforme a los dictados de nuestra naturaleza belicosa, antisocial y contraria a la llamada civilización.

Frente a las explicaciones dogmáticas y empíricas provenientes de la religión y de la ciencia, al común de los mortales apenas nos queda esbozar opiniones que nacen del indetenible torrente del pensamiento.

Por ejemplo, que a pesar de ser conscientes de lo reducido de nuestra esperanza de vida, la malgastamos en situaciones que hacen combustión a partir de sentimientos como la desconfianza, un carburante formidable que rasga sin esfuerzo el fino velo que hay entre la dicha de la paz y el infierno de la guerra.

Tal parece que la negación de lo más seguro que tenemos alcanza el horizonte de que eso nunca sucederá. Ahora bien, ¿fuimos creados así, o hubo un error en el diseño? La religión y la ciencia aparentemente han hecho un pacto de no agresión al respecto, y me parece correcto porque viéndolo bien las controversias que ello genera se nutren del mismo caldo de guerra, desunión, odio y sufrimiento al que nos referimos.

Entonces cuál es la regla, y cuál la excepción. Qué lugar ocupan la guerra y la paz en esa doble alternativa. Alguien pensaría que no es fácil dar una respuesta. Acabaría con la cabeza dándole vueltas al dilema de si darle preponderancia a la paz como el estado natural del hombre por obra de la poderosa mano del creador, o al poder del libre albedrío como la facultad otorgada por la misma fuente creadora, pero a la vez origen de pleitos y guerras por obra del libertinaje y el abuso, que a su vez operan impulsados por el miedo a perder lo que se tiene, principalmente la vida. Qué ironía.

El tema del fin de la existencia siempre está presente a pesar de la aparente indiferencia de sus huéspedes más seguros. Los habitantes de este planeta vivimos sumergidos en la desconfianza. El que tomó algo que no es suyo perdió la confianza de su dueño, y así con cada cosa o información que nos confesamos unos a otros, en fin, la sociedad se mira a sí misma con desconfianza ante tanto acto de rapacería y maldad. Algo no anda bien en este mundo loco, pero también es posible que todo concuerde con el diseño original concebido por la poderosa mente universal del que no fue creado. Son líneas que se escriben solas, como para tenerlas presente, por si acaso no me muero nunca.

viznel@hotmail.com

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