Opinión

Policía: ¿Autoridad o víctima?

"De esta manera, evitaríamos hechos de extrema violencia, muy común en el país, y recientemente, también en Ciudad Guayana, como fue la brutal agresión policial sufrida por el Dr. Williams Arrieta".
jueves, 17 septiembre 2020

La policía y su marco legal teórico

El cuerpo de Policía Nacional Bolivariana (PNB), es la principal fuerza civil de seguridad del Estado. Como tal, está adscrita al Ministerio de Relaciones Interiores, Justicia y Paz. Es una institución armada, de naturaleza civil, con estructura piramidal y organización jerarquizada.

Sus diversas funciones asignadas, la llevan a ocuparse del Patrullaje Policial, Seguridad Ciudadana, Orden Público, Migración, Policía Turística, Policía Antidroga, Penitenciaría, Servicio Comunal, Fiscalización y Aduanas, Custodia y Protección de Personalidades, Fronteras y Antisecuestros, etc. Eso es lo que establece el más reciente ordenamiento legal.

Esta Policía Nacional fue creada el 20 de diciembre del 2009 y se estimó que la misma estaría compuesta por unos 35.000 funcionarios.

La Constitución de 1999, aunque establece la creación de dicho cuerpo, también obliga a la convivencia del mismo, con las policías estatales y municipales existentes.

Igualmente y para la misma fecha, se crea el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), en sustitución de la antigua Policía Técnica Judicial; se le da forma al cuerpo de Bomberos y Administración de Emergencia, con carácter civil, y también, a una organización de Protección Civil y Administración de Desastre.

De igual manera, se convierte en mandato, el que la policía sea formada en la Universidad Nacional Experimental de Seguridad (Unes), la cual fue constituida para “erradicar las malas y desviadas prácticas policíacas del viejo modelo” y funciona en Catia, Caracas.

Conforme con sus estatutos, esta nueva policía, deberá lograr la prestación eficiente del servicio, de acuerdo a principios que garanticen el cumplimiento de lo que establece el sistema penal y de protección de los derechos humanos.

Fue creada, para darle al ciudadano, un trato humanista y de respeto por sus derechos. Deberá hacer uso diferenciado y progresivo de la fuerza, dependiendo de las circunstancias, y actuará como fuerza disuasiva, a la perpetración del crimen; protegerá a la persona y a la comunidad.

La organización de este cuerpo, pudiéramos calificarla de moderna. Aparte de la comandancia general, tiene una inspectoría para control de la actuación policial (asuntos internos), legal, tecnología y sistemas; atención a la víctima, administración, relaciones públicas, presupuesto, recursos humanos, operación y tácticas especiales. Posee además, siete departamentos y siete direcciones regionales.

La Universidad Nacional Experimental de Seguridad, por su parte, es una casa de estudios pública concebida para profesionalizar y desarrollar integralmente al funcionario que forme parte de los cuerpos de la PNB y miembros del Cicpc.

Fue fundada el 13 de febrero del 2009 y su objetivo es formar funcionarios con profunda sensibilidad social y a la vez, dedicados a la protección de las personas y sus derechos; a promover la convivencia y cumplir cabalmente con el ordenamiento jurídico vigente. Está concebida, también, para contribuir a crear una cultura de seguridad nacional.

Esta es la “cara bonita” de una organización soñada, con la esperanza de conformar una mejor sociedad.

Veamos ahora la realidad: la policía en Venezuela, siempre ha sido un cuerpo de seguridad olvidado, algo así como “un mal necesario”.

En nuestro país, nunca floreció la cultura de la justicia y menos aún, la confianza en ella. Es posible que la raíz de este mal, tenga su origen en los prolongados mandatos de una casta militar despótica, que se erigió siempre como poder ejecutivo, legislativo y judicial, tres en uno, característica destacada de regímenes, siempre negados a la posibilidad de mantener un sistema de administración de justicia civil, autónoma e independiente.

Otra de esas vivas realidades que experimentamos, es que nuestras policías operan con menguados recursos. Por ejemplo, todas funcionan en edificaciones improvisadas, disímiles, con oficinas oscuras, pequeñas, atiborradas de escritorios desvencijados, archivadores oxidados, computadoras antiguas y calabozos malolientes y carentes de la ventilación mínima requerida.

Esas nauseabundas infraestructuras carcelarias, adosadas al cuerpo de oficinas, sólo contribuyen a enrarecer y transmitir, a quienes en ellas laboran, una cultura tercermundista, cuartelaria y represiva.

Por otro lado, los uniformes policiales, azul oscuro, en un país tropical, son algo así como una sauna portátil, potenciadores del calor y el malestar. Sus botas son pesadas e incómodas; portan un cinturón, sin más equipamiento que una vieja pistola, sin ni siquiera un peine de repuesto.

Nada que ver con los cinturones de los policías “Robocop”, de países desarrollados y modernos, que llevan radio, linterna, esposas, porta libreta y cuanto elemento disuasivo existe en materia de seguridad.

Esta policía sale a patrullar, las poquísimas veces que lo hace, en los muy destartalados vehículos que poseen y solo, cuando están operativos. En ocasiones, algunos funcionarios son dejados en algún sitio (carretera o avenida), para que monten la típica alcabala generadora de corrupción, entorpecedora del tráfico y por demás, innecesaria.

El salario pagado a estos funcionarios, está muy cerca de ser, un simple salario básico y los demás beneficios sociales son de un nivel tan precario, que poca diferencia hace tenerlo o no.

En estas circunstancias, el policía y su familia, se ven obligados a vivir en las barriadas más pobres del país y en habitáculos o viviendas, desprovistas, muchas veces, hasta de los más elementales servicios públicos.

Sus dependientes, deben convivir con vecinos humildes, pero también con los malandros y delincuentes de la zona; con ellos, tienen que negociar, para no sufrir agresiones. Esos, por cierto, son los mismos centros poblados, donde, con virulencia, se adversa a los “tombos”.

En muchos casos, los funcionarios entran y salen de sus comunidades, vestidos de civil, para no ser identificados como policía, lo cual pondría en riesgo, su vida y la de su familia.

Sus hijos atienden escuelas marginales y ellos, periódicamente, deben endeudarse con el bodeguero que los especula y reduce así, aún más, sus salarios de miseria. Para la salud, asisten a esos Centros de Diagnóstico Integral, desprovistos de reconocidos galenos y carentes de medicinas.

El estado de abandono en que se encuentra la policía, sus circunstancias y el medio ambiente, empuja a muchos funcionarios a tener que “matar tigritos”, o bien, a optar por un segundo empleo, lo cual es poco probable, por la poca disponibilidad de ellos.

En tales circunstancias, hay quienes deciden utilizar la “chapa y la pistola” “para matraquear” y aunque siempre hubo irregularidades de este tipo, hoy, ellas rebozaron los límites de aceptación ciudadana y crearon un estado de inseguridad tal, que hacen insoportable esta amenaza y chantaje.

La sociedad venezolana está extenuada de tanto abuso y excesos de este tipo, porque existe además la idea de que son demasiados, quienes lo practican.

¡Esta es la realidad, la gran tragedia de nuestras policías!

El Estado creó un modelo de policía muy bueno, pero lo abandonó, más que por falta de recursos, por ese vacío de cultura que no entiende que la justicia, es ese eslabón que se fragua para mantener los lazos de convivencia y armonía entre los seres humanos. Es esa justicia, huérfana por cierto, sin duda, el más poderoso e importante de todos los poderes públicos, pero… también el más olvidado.

Esta situación de desamparo, de olvido y hasta indefensión en que hemos sumido a nuestros cuerpos de seguridad, constituye una tragedia nacional, porque lesiona gravemente a quienes deben velar por nosotros; es un infortunio para el sistema de justicia, porque lo incapacita de ser auxiliado con efectividad por uno de sus principales miembros y es un gran revés para la sociedad, porque la priva de la seguridad necesaria para su armónico desarrollo y crecimiento.

Debido al profundo y casi irracional desdén, que como sociedad y como gobierno, profesamos por la justicia, permitimos que los policías hayan dejado de poder convertirse en honorables figuras de autoridad y los transformáramos, irremediablemente, en víctimas y victimarios de una sociedad indiferente y de un Estado miope, que los desprecia e injustamente, condena.

Venezuela necesita saltar al primer mundo y para ello, debe robustecer la única y exclusiva institución a la cual debe dársele solidez y prominencia, que es la de la justicia, de la cual, la policía es su primer y principal eslabón.

A esa Policía, base de la macro estructura legal, debemos ir formándola, para mejorar substancial y continuamente su educación, entrenamiento, cultura y modales, hasta equipararla con cualquier otro gremio profesional universitario; deberemos incrementar el número de funcionarios y volver a descentralizarla, para optimizar su conducción o gerencia.

La comunidad debe apoyar más, la función policial, pero ejercer un control social doblemente estricto sobre ella. También deberá mejorarse sus condiciones económicas para que pueda, por sí misma, ubicarse en un entorno social protegido. Se hace imperativo, revalorizar, robustecer, rescatar y reconvertir al policía.

Él debe ser la piedra angular del sistema de justicia, para bien de nuestra sociedad, quien también, debe hacer suyo, este objetivo.

Esta es la única manera en la que evitaríamos hechos de extrema violencia, muy común en el país y recientemente, también en Ciudad Guayana, como la brutal agresión policial sufrida por el Dr. Williams Arrieta.

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