Opinión

Poder y arrogancia, burocracia y despotismo

La consecuencia de la despolitización toca a los niveles del compromiso y la cohesión social, que abona el camino en la pérdida de esperanzas hacia el futuro posible frente al futuro deseable.
lunes, 13 diciembre 2021

“con un buen gobierno la pobreza es una vergüenza; con un mal gobierno, la riqueza es una vergüenza” Confucio

El bienestar material -tan difundido y parangonado como aspiración de los seres humanos sobre el planeta ha generado un proceso de acumulación y concentración en muy pocas personas con desigualdad e inequidad creciente en la sociedad-, no ha proporcionado bienestar mental a la población en general; no solamente entre los más “desfavorecidos”, también el progresivo consumo desenfrenado de drogas, ansiolíticos, antidepresivos y somníferos, por parte de personas “acomodadas”, exitosos ejecutivos y estrellas en el top-stars, muestra su mal-estar. La finalidad del bien-estar se ha degradado al concentrarse en las comodidades materiales y su ostentación como placer sustitutivo del íntimo gozo en el ser humano.

El desarrollo económico sostenido en la exclusión y la devastación de la casa común, no ha aportado su equivalente ético; muy al contrario, los progresos del individualismo han acarreado la regresión de las solidaridades. En las sociedades de práctica neo-liberal no sólo se impulsa el sentido de la acción individual sino también un proceso creciente al narcisismo como modo de ser en el mundo, con las graves calamidades que ello deriva en una sociedad que pierde su carga erótica y fuerza sexual. La falta del compromiso humano debilita a los humanos en su desenvolvimiento individual y social, les induce al aislamiento y a la des-politización.

La cultura instaurada a partir de esa visión del mundo, tanto en las personas como individualidad con deriva al narcisismo, como en las comunidades con afanosa deriva consumista; ha potenciado la arrogancia en la función del poder, tanto en su ejercicio como en la actuación de sus actores. Como todos los deseos, el deseo de poder no tiene mecanismo interno de control; avanza hasta donde su energía se lo permite. Decía un antiguo fanfarrón “Mi derecho llega hasta donde llega la punta de mi espada”.

Los “poderosos” se muestran con desenfado, de lo cual no escapan los del poder político. En este mes decembrino se evidencia, al observar con agudeza perceptiva, la actividad que se desarrolla en las zonas de mayor poder adquisitivo, el modo como se ostenta esa arrogancia en los adornos, los vehículos y las mercancías que se exhiben y negocian; retornan las pomposas “cestas navideñas”.

José Antonio Marina, pensador-filósofo y cultivador de tomates, tiene en su libro “La pasión del poder. Teoría y práctica de la dominación”, interesantes reflexiones donde nos precisa “El poder político se ejerce mediante un juego complejo de controles que en un cierto sentido lo limitan y en cierto sentido lo potencian, porque suelen competir dentro de un marco común que sale siempre fortificado”.

El Estado, “devenido en la máxima personificación del poder”, -con su gran acumulación de recursos, el monopolio de la fuerza, la facultad para establecer leyes y reglas del juego, conceder puestos y poderes subalternos, dominio sobre el territorio y las redes para intentar cambiar las opiniones y creencias, con el apoyo de grandes organizaciones institucionales como las fuerzas militares y policiales, el sistema educativo, la hacienda pública y la burocracia-, se convierte en el escenario que despierta todo tipo de codicias y miedos, contradicciones y complicidades, argucias y engaños, opacidades y simulaciones. En la medida de su inserción en el sistema-mundo y la globalización, la complejidad se incrementa exponencialmente con los agregados de la geo-política internacional.

Sin embargo, esos poderes económico y financiero, de los medios de comunicación y de lo político, en su relación como grupos de control social encuentran, en la dinámica de oposiciones, los caminos de colaboración para fortalecerse mutuamente y desarrollar potentes sistemas de legitimación que persuaden a la obediencia. La dominación se convierte en un laberinto donde se entre-cruzan la violencia y la seducción.

Esa trama de colaboración potenciadora revelan los reales propósitos en los pactos abiertos u ocultos de las élites que definen, a quiénes se propicia, se impulsa o protege y a quiénes se excluye, segrega o estigmatiza; de tal modo que “la definición de figuras de poder –soberano, gobernante- y de figuras de subordinación –súbditos, ciudadanos- se convierte más que en un debate de filosofía práctica, en un combate de vida o muerte”.

Marina nos recuerda que ya Aristóteles hizo un cuidadoso estudio de los artificios que usa el tirano para preservar su poder. “Señala tres objetivos: envilecer el alma de sus súbditos, porque un hombre pusilánime es incapaz de conspirar; sembrar entre ellos la desconfianza, porque una tiranía sólo es derrocada cuando algunos ciudadanos confían entre sí; empobrecer a sus súbditos, porque así el tirano puede pagar a su guardia, y de paso impide que los ciudadanos, absorbidos por el trabajo, tengan tiempo de conspirar”

Entre nosotros la riqueza petrolera se canalizó preferentemente a hacer Estado en detrimento de la nación, la cual en muchos aspectos resultó empobrecida por los niveles de dependencia y des-arraigo cultural. La burocratización de la sociedad con la sobrecarga de empleados se muestra en las esperas de las diversas ventanillas, en la constante crisis y emergencias en los hospitales, en la compartimentación de funciones con la expansión de la discrecional arbitrariedad por quienes las ejercen. El cercano centenario del reventón petrolero en “Los Barrosos”, debería servirnos para hacer reflexión colectiva. ¿Cuántas R harán falta?.

En nuestra historia política de violencia y seducción, con su incitación a la desmemoria por la ausencia de rendición de cuentas públicas y la impunidad ante los resultados de las gestiones, se ha desarrollado la arrogancia del poder en el Estado, en muchos de los mandatarios y en quienes aspiran a sucederles, lo cual ha significado no sólo una gran dilapidación de recursos, sino sobremanera, una sucesiva pérdida de oportunidades y esperanzas colectivas.

La lista de agravios es larga, sus secuelas han causado daños en la fragua de nación, al punto que hemos estado en un permanente “empezar de nuevo”, sin asumir las lecciones de la historia. Es un sistema perverso, corruptor, chantajista y extorsionador, que censura y coacciona. Para colmo, ha ido creando una cierta cultura política de complacencias y complicidades, un cierto “modo de hacer”, lo cual le permite gozar de una tolerancia gigantesca, donde parece que a pocos asombra. La arrogancia del poder tiene sus efectos en el alma colectiva sometida al desánimo de la pobreza y la despolitización.

Los actuales factores de poder político, económico y comunicacional que gravitan sobre nuestra realidad, siguen anclados en el esquema empobrecedor de la diatriba estatismo / neo liberalismo, que nos ha llevado a las herencias desastrosas del siglo XX y todavía están en el inconsciente colectivo. La fanatizada banalización general de la diatriba es el principal enemigo, para repensar la política con propósito liberador.

La consecuencia de la despolitización toca a los niveles del compromiso y la cohesión social, que abona el camino en la pérdida de esperanzas hacia el futuro posible frente al futuro deseable. La desesperanza es un estado emocional que puede ser aprehendido por una práctica en la realidad vivida, que desborda las palabras vacías del discurso simulador.

Se habla recurrentemente de descolonizar del pensamiento, sin embargo las prácticas siguen diseñadas sobre el proyecto conquistador, orientado al sometimiento obediente de las mayorías y al avasallamiento despiadado sobre la tierra para la acumulación de riquezas; mientras se hace la arrogante ostentación de ese poder.

Les traigo un ejemplo en pleno desarrollo. El contraste entre la realidad social y ecológica generada por el “arco minero Orinoco” en Guayana y la arrogancia que nos muestra el monumento escultórico que presenta al “Gran Cacique Guaicaipuro” con las palmas que le rodean, diseñado con barras y láminas de brillante metal dorado, en el centro de la autopista caraqueña ahora con su nombre. Representa -en mi criterio-, una carga simbólica de alto significado sobre nuestra realidad actual. ¿Qué diría Carl Jung?.

Por supuesto, hay otros ejemplos del contraste entre la destrucción de bienes y patrimonios de la nación con la arrogancia impune de sus poderosos actores.

Hay que buscar los caminos para controlar el poder y “bajarle los humos” a su arrogancia y desmanes, para que su existencia pueda servir a la necesaria transformación social y humana por mejorar la calidad de vida en nuestra patria y en la “matría” Tierra.

El pensamiento liberador tiene que ser potenciador de una nueva visión de la realidad y el compromiso con esta tierra, con lo que somos y podemos ser y con lo que de ello se deriva como necesidad subyacente. Se nos hace urgente impulsar el encuentro, en la reflexión y la acción, para no ser cómplices en el camino de destrucción nacional.

Construir la esencialidad de una democracia radical “como el mejor modo para gestionar el ejercicio del poder y definir el estatus de gobernante, el de ciudadano y los vínculos entre ellos”. Comprometer un ejercicio de poder que sea generador respetuoso y solidario al servicio de la transformación del país, hacia un espacio de justicia y libertad donde vivir con dignidad y por el cual, eventualmente, morir dignamente.

Casatalaya, caracas 12 diciembre 2021

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