Opinión

Pensar como Dios

Jesús no es un improvisado. Él tiene un plan entre manos, que coloca igualmente en manos de otros.
jueves, 27 agosto 2020

El capítulo de Jesús y sus discípulos en Cesarea de Filipo, se cierra con un “reproche” de parte del Señor a Pedro.

Así como Jesucristo no dudó en colocar en las manos de san Pedro las llaves de la comunidad cristiana, dándole el poder para servir a los demás, de igual modo no tuvo reparo alguno en llamarle la atención, pues estaba “pensando como los hombres, y no como Dios”.

El razonamiento del Señor Jesús tiene que ver con su relación con Dios. Jesús se dejó seducir por Dios Padre y su proyecto. Este amor que ambos se intercambian es “fuego ardiente en las entrañas, incontenible”, como lo señala el profeta Isaías en la lectura del próximo domingo. De acá, todo lo demás se sigue como si se tratara de una cascada. Consiguientemente, Jesús da los pasos, pone todos los medios para que ese fuego amoroso no se apague, sino, más bien, aumente.

Jesús no es un improvisado. Él tiene un plan entre manos, que coloca igualmente en manos de otros. El evangelio del próximo domingo nos presenta el Reino de Dios, pero con otras palabras: pensar como Dios, pensar como piensa Dios. O lo que es igual, que nuestros dichos y hechos no contradigan el Reino de Dios, sino que lo favorezcan.

Vade retro, Satanás

Como dijera más arriba, Jesús estaba en Cesarea de Filipo donde, al interrogar a los suyos sobre quién es Él, Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Como confirmación a esta respuesta sincera y espontánea, puesta por Dios en su boca, Jesús confirma a Pedro sobre su sucesión en el grupo. Si esto es cierto, hay que poner todas las cartas sobre la mesa. Es decir, en Cesarea de Filipo los discípulos están entusiasmados al saberse parte del “equipo ganador”.

Pensar como los hombres y no como Dios, significa hacerse con el poder para beneficio propio. Es el poder desnudo, buscado para sobreponerse a todos, para llenar las propias arcas, para engordar. Pensar como Dios es asumir paternalmente el poder, asumirlo espiritualmente. Se trata de poseer recursos y competencias para incidir positivamente en la vida de los hermanos.

La alegría inmensa que prueban los discípulos es efímera. Ésta se esfuma apenas Jesús les habla de su pasión venidera, de sus sufrimientos y posterior resurrección. Ellos, que habían “apostado a caballo ganador”, ahora se dan cuenta de Jesús vuelve a Jerusalén para morir. Y esto no está en sus planes, como bien lo reflejan las palabras de Pedro, portavoz de todo el grupo.

La lección para nosotros es sencilla. Solemos asumir de buen agrado todo lo que tiene que ver con el triunfo o el éxito, con el poder y la fuerza, pero no estamos en mejor disposición cuando el camino es escarpado o cuando encajamos una derrota, cuando somos débiles y frágiles. Esas realidades no las queremos. En esta segunda parte del evangelio, la respuesta espontánea le corresponde a Jesús: “ponte atrás, Satanás. Porque piensas como los hombres, y no como Dios”.

La vida está hecha de victorias y reveces, de risas y lágrimas amargas. Ambas realidades las asumimos con madurez.

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