Para Guayana y el país: la escuela que nos redimirá
Las familias experimentan una vida azarosa, agravadas últimamente, por esta extraña “pandemia”.
Los padres trabajan largas horas en ocupaciones todas, exigentes, como lo requiere el mundo moderno; sus hijos, mientras tanto, asisten a clases durante un insignificante medio tiempo, y el resto de la jornada, la desaprovechan ante una perniciosa pantalla chica, o ejercitando grandes cuotas de ocio.
Precisamente estos vacíos, en la vida de un joven activo, son rellenos con malas costumbres que una abuela querendona les permite, o hermano mayor, poco experto para proporcionar la atención que requieren los menores, o, en el peor y más frecuente de los casos, por una “cuidadora o nana”, generalmente joven, inexperta, pero ya agobiada de pesares y cuyo mayor interés y habilidad, no es precisamente educar a “niño ajeno”; sin embargo, por su cotidiana relación con ellos, les transfiere un cúmulo de modales, cultura y tormentosos antivalores, que no son precisamente los de sus progenitores.
Son estos indeseables aprendizajes los que se dan todos los días en esos hogares, con la consecuente deformación o daño en ese menor; es un recurrente patrón, demasiado, frecuente en gran parte de nuestra sociedad.
Para todos esos niños, la vida transcurrirá perezosamente, como río sin rumbo, haciendo meandros y horadando suelo virgen.
Es probable que por ese deambular por la vida, desorientados y sin objetivos, porque tampoco lo tienen sus propios padres, algunos de estos jóvenes se vean atrapados en la vorágine de algún vicio o, como comúnmente ocurre, se monte en ese tobogán educativo de moda, o en el que menos exigencias académicas requiera; será uno, que obviamente, lo llevará al estéril desempeño de una profesión que no ama, para su futuro pesar, y lamentablemente, el de toda la sociedad.
Ese es el destino de hijos cuyos padres tienen recursos, pero no tienen “tiempo”.
Peor aún es el de los niños que provienen de un hogar disfuncional, producto de la separación de los cónyuges, o de su divorcio, o de uno de esos otros millones de hogares, que lamentablemente también existen, capitaneados por valientes madres solteras; ellos, corren una peor suerte.
Muchos de estos niños, son los jovencitos que invierten de tres a cuatro escasas horas de clases, luego de las cuales, deambulan por calles, mercados y plazas, sin oficio y sin suerte, buscando “lo que no se les ha perdido”, hasta que finalmente, contribuyen a llenar los calabozos de nuestras infrahumanas cárceles o, peor aún, pasan a formar parte de las estadísticas, a muy temprana edad, en la eternidad de alguna fosa de cementerio, producto de lo que modernamente se denomina, “enfrentamiento con cuerpos de seguridad”, o, víctima de alguna lucha entre pandillas.
Los que pasan ilesos por ese tamiz de la vida, de todas formas, luego deberán enfrentar la discriminación y la falta de oportunidades, en un país demasiado imperfecto.
Esta es la realidad de una sociedad sin brújula, sin orden y sin autoridad, que casualmente asume como modelo de desarrollo, uno basado en políticas miopes, de borreguismo irracional, generalmente, con un cierto contenido de foráneo origen.
Esa aplastante realidad, es la razón por la cual los hogares de nuestro país aún siguen fracturándose, nuestras calles se volvieron tan inseguras, y nuestras escuelas, por estar tan mal concebidas, se convirtieron en generadoras de mediocridad; esa dramática vivencia es la que llena nuestras cárceles a rebosar con víctimas de una sociedad insensible e inculta; el trabajo, en vez de convertirse en un medio para conquistar logros, lo aprendimos a ver como un castigo y una forma de explotación.
Ya ni las Iglesias pueden ofrecernos el bálsamo que requiere nuestro desfallecido espíritu; se agotó su capacidad de sanación. Esta es parte de esa realidad que debiera atormentar nuestros sueños y mover nuestras conciencias, sin embargo, dormimos profunda y apaciblemente.
Esa, a veces tergiversada concepción ética, social y económica de nuestro país, muy frecuentemente, reforzada por una extraña y torcida praxis política, se evidencia en la pésima calidad de los servicios públicos; en la perennemente cuestionada conducta de la autoridad; en el profundo vacío de justicia, por decir lo menos.
También es visible en la sospechosa falta de voluntad de servicio de los empleados públicos; en la generalizada carencia de adecuados modales de la gente; todo al servicio del enrarecimiento de nuestro medio, llegando a extremos como estos: ¿Quién en su sano juicio, pudo alguna vez imaginar, que en uno de los países petroleros más productivos del mundo y con mayores reservas, pudieran sus habitantes, experimentar falta casi total de gasolina, gasoil y gas? O, ¿cómo pensar que en nuestra Ciudad Guayana, flanqueada por dos de los más caudalosos ríos de Sur América, pudiera escasear el agua?
Estos son todos, indicios, obviamente de una mala formación del ser humano, en su hogar, en la escuela y en la sociedad donde convive; una, plagada de instituciones, en su mayoría, también arruinadas y moralmente quebradas.
Es un indicio de esa malformación, la incapacidad del ciudadano para reaccionar ante la mala gestión, y la imposibilidad de imponerse una misión emancipadora y de justicia social.
El resultado ha sido una sociedad demasiada desarticulada, disfuncional y profundamente herida en sus principios y valores. Será imposible seguir la senda que nos trajo hasta esta irracional situación de vida, y peor aún, un suicidio colectivo, continuar por esa vereda.
Dicen los sabios y el pueblo, es uno de ellos, que, “si siempre hacemos lo mismo, el resultado no podrá ser diferente; nada cambiará”. Es por ello que para transformar nuestra sociedad y convertirla en una donde prevalezca la libertad, brote y se multiplique la riqueza y la justicia florezca, debemos cambiar, nosotros y nuestros credos, origen de nuestras conductas.
La primera institución a la cual debemos hacer ajustes, es a la educación y seguidamente, también se impone modificar drásticamente nuestra concepción de la vivienda para hacerla más igualitaria, de la urbanización y la interrelación entre ellas; del parque, del transporte público, del centro comercial, de las zonas industriales, de la ciudad misma y del país.
Pero antes de proceder a realizar modificación alguna, lo pertinente, es hacer un “dibujo”, un plan del tipo de país que queremos, en lo social, en lo económico y en lo político. El diseño requiere delinear nuestra noción de pueblo, de ciudad, de nación, pero ante todo, se impone definir lo que debe ser el ciudadano.
No podemos permitir que nuestro país siga siendo construido por la maliciosa e indebida praxis de la improvisación, con sus malévolas experiencias de “invadir” terrenos, pero también, conciencias; la “viveza criolla”, tampoco puede ser la herramienta que arrolle y profane la integridad y la honestidad, y siga la senda de convertirse en importante segmento de nuestra “cultura”.
Ellos deformaron hasta lo no formado, y envilecieron sueños no materializados. Es mucho lo que sobre este tema se puede escribir, aunque este no es, ni el medio, ni el momento, no hemos renunciado a hacer algunos preocupantes comentarios que aquí dejamos plasmados.
La educación: Su primera etapa, es la más importante; existe el convencimiento de que podría revertir las desviaciones de nuestra sociedad, señaladas al inicio de este artículo. Lo más importante, sin embargo, es desarrollar un venezolano que desde su nacimiento, este debidamente orientado por vía del afecto de sus padres y el profesionalismo de maestros y sicopedagogos, para que armonice con nuestros coterráneos y con la naturaleza, tan agresivamente maltratada por el hombre.
La propuesta es simple, y los invito a soñar sobre estos particulares: lo primero que deberíamos hacer es modificar el concepto de escuela. Debemos verla como la institución grande, la mayor, la que ocupa el centro de nuestras vidas, de nuestros sueños y esperanzas. La que dará soluciones pavimentado caminos.
La escuela primaria se debe iniciar en los “Hogares de cuidado diario”, a partir del primer año de vida del bebé; estos deben construirse en áreas residenciales que requieren este servicio. La idea es que la madre trabajadora, pueda dejar su niño al cuidado de personal calificado y certificado, competente para este oficio, no solo desde el punto de vista profesional, sino también, moral y afectivo.
Al lado de cada guardería, también debe construirse un kinder, el cual operará en las mismas circunstancias y con los mismos criterios. Ellos deberán estar equipados con cocina y sala de primeros auxilios.
Las escuelas, por su parte, deben ser construidas con estrictos estándares, muchos de ellos, están aún por establecerse; ello se hará en función de la experiencia. La escuela debe estar abierta desde las seis de la mañana hasta las siete de la noche. Allí se ofrecerá desayuno, almuerzo y cena a todos los niños; esta será una forma de hacer justicia y crear verdadera igualdad de oportunidades para todos.
Su periodo de clases será de siete de la mañana hasta las doce del día; habrá períodos de recreos, (descanso después de cada cuarenta y cinco minutos de clase).
Entre las varias asignaturas obligatorias, estará la computación, educación cívica, valores, e idiomas, lo cual comenzará a muy temprana edad. Efectuado el almuerzo, el joven descansará y luego se dedicara a estudiar y trabajar en sus tareas y proyectos. Se estimulará el hábito de la lectura, con asignaciones periódicas.
Luego tendrá un tiempo para cultivar o dedicarse a la música, la pintura, el teatro u otro. La práctica del deporte, se efectuará en determinados días, incluidos los sábados y domingos. A las seis de la tarde, partirá hacia su hogar.
La primaria será obligatoria y durará nueve años. En los últimos tres años (del séptimo al noveno), ya el joven podrá inscribir materias de su elección, según sus gustos, tendencias o proyecto de vida, si hubiere podido vislumbrarlo.
Durante estos nueve años de instrucción, con recurrente periodicidad, los niños serán llevados a visitar el campo agrícola, fábricas, talleres, hospitales, oficinas públicas y privadas, de forma tal que puedan familiarizarse con las actividades laborales que allí se realizan y así poder determinar cuál habrá de ser sus destinos.
Al término de este periodo, podrá asistir a una preparatoria de dos años, para ingresar a la Escuela Técnica (Ingeniero o técnico), a la universidad (facultad de su elección, según la especialidad), o a alguna institución o academia determinada, como de música o algún otro arte.
Hay quienes aseguran que con un plan educativo de esta naturaleza, habrá pocas desviaciones y menor número de fracasos profesionales, y nuestro país, en cuestión de dos o tres décadas, pasará a ser uno del primer mundo.
Esta reconstrucción o reingeniería humana, requiere de la participación activa de padres y representantes, los cuales estarán obligados periódicamente a participar en reuniones con profesores y expertos psicopedagogos, para ir monitoreando el avance de la comunidad educativa en su conjunto.
Por esta razón, las escuelas deberán estar provistas, además de sus correspondientes aulas, laboratorios modernos y bibliotecas electrónicas, de anfiteatros y salones de reunión, para el debate de ideas en comunidad y otros eventos. También se deberá construir áreas para deportes, salas de música, teatro y talleres (ateliers) para pintura. Todas estas escuelas también deberán dotarse de cocinas y adecuados comedores.
No faltará quien pregunte sobre cómo financiar este proyecto. Es lógico y deseable. El Estado y los padres, en la medida de sus posibilidades, deben financiarlo. El éxito de este plan, le permitirá a la sociedad y al ciudadano, disponer de un nivel mucho más elevado, de igualdad y justicia social; solo por esta razón, se justifica cualquier grado de sacrificio e inversión; si fuere necesario, se deberá utilizar la partida establecida para armas, para canalizarlos hacia la educación.
Debemos considerar que esta nueva forma de vida, nos generará importantes ingresos, cuando los ciudadanos, productos de esta armónica formación, se vuelvan mucho más eficientes y productivos en el trabajo.
También generará ahorros apreciables, la sensible disminución del gasto en cárceles y policías.
Por otro lado, la suma de felicidad que el ser humano podrá obtener por ser más productivo y educado, le permitirá disfrutar de una vida más sana y prolongada; ello, por sí solo, deberá ser suficiente justificación e incentivo, para mantener esta inversión.
“Aquel que abre la puerta de una escuela, cierra una prisión” Víctor Hugo.
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