Ojo por ojo, diente por diente (La pena de muerte)
“Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”
Mahatma Ghandi
Actualmente más de dos terceras partes de los países del mundo han abolido la pena de muerte. Unos lo han hecho para todos los delitos, otros para los de derecho común, y restan 55 países que la siguen aplicando, entre ellos, Afganistán, Bielorrusia, China, Cuba, Estados Unidos, y Japón.
La pena de muerte es un tema de discusión que no tiene limitación de lugar y tiempo. Unos la defenderán y otros no, pero el ambiente siempre queda impregnado con el inefable sabor de que a todos les asiste la razón.
En algún momento yo me he manifestado a favor de la pena de muerte, y por supuesto que he recibido categóricas refutaciones basadas en el dogma cristiano, y sentido el rechazo por la contradicción en la que incurro como bautizado en la religión católica.
La verdad es que en este mundo se cometen atrocidades inenarrables cuya enumeración y descripción no es mi intención en este escrito, pero aunque tales monstruosidades fundamentan mi opinión, al mismo tiempo mis creencias y principios humanistas han hecho colisionar el techo de lo que pienso contra el piso de lo que digo.
Es así cómo, con el interés de buscar la verdad de las cosas escuchando diferentes opiniones, me encuentro con que muchos sostienen que vengarse con la muerte no devuelve la vida de la persona fallecida, ni compensa la pérdida experimentada por los afligidos.
Esto me resulta paradójico en referencia al concepto de tolerancia, donde nuestra sociedad debe ser tolerante con algo que por definición e incluso por ley divina y humana es intolerable.
La justicia divina es perfecta e inalterable, es cierto, en cambio la justicia aplicada por el hombre siempre es injusta porque contiene un sesgo humano imperfecto, de allí que resulte paradójico que actuando desde nuestra imperfección pretendamos una perfección inalcanzable, de donde infiero que una ley que instaure la pena de muerte se ajusta perfectamente a la naturaleza de quien la dicta.
Ahora bien, de dónde sale todo esto, cuál es su génesis. Ojo por ojo, diente por diente es la llamada Ley del Talión. Su nombre proviene de la palabra talión, que significa idéntico o similar.
Es un principio de justicia que exige que se castigue una ofensa de forma equivalente al daño causado, es decir, quien quita una vida, por ejemplo, debe ser condenado a muerte.
Los primeros textos de esta ley aparecen en el Código de Hammurabi, redactado por el homónimo rey de Babilonia unos 16 siglos antes de nuestra era. El Antiguo Testamento de la Biblia, concretamente Éxodo 21:23-25, Levítico 24:18-20 y Deuteronomio 19:21, contiene referencias a esta ley.
Dicho código fue el primer intento de establecer proporcionalidad entre el daño sufrido y el causado por el castigo, lo cual incluía la mutilación de partes del cuerpo en proporción al daño ocasionado.
Por ejemplo, la ley 195 establecía que al hijo que golpeara a su padre se le amputarían las manos, y la 197 que si se le rompía un hueso a un hombre, al agresor también se le rompería el suyo.
En cuanto a los castigos menores, estos incluían la restitución en dinero, vino, trigo u otros bienes. Actualmente existen estructuras jurídicas basadas en esta ley, especialmente en las naciones musulmanas.
Se puede decir que ésta es la ley germen de la llamada justicia retributiva, un concepto arraigado en las sociedades contemporáneas, basado -como se dijo antes- en la idea de que una falta o un delito deben ser compensados proporcionalmente, sin embargo, en relación a la pena de muerte se ha comprobado que no reduce el número de homicidios en los países donde se aplica, lo cual honestamente no es fácil de comprender a pesar de las explicaciones que ofrece la psicología criminal y demás ciencias de la conducta.
viznel@hotmail.com
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