Opinión

Mundo loco (Todos para uno)

Son ideas que surgen de reflexionar sobre este mundo que tildamos de loco por razones que no somos capaces de comprender, sobre todo cuando la cotidianidad presenta retos a nuestras creencias e intereses.
lunes, 08 febrero 2021

La mayoría de los astronautas que han mirado la tierra desde el espacio, confiesan haber sentido el chispazo primordial de la humildad, acaso por la impresión que experimentaron al observar la pequeñez del escenario donde muchas veces nos sentimos tan estúpidamente grandes, o que la terrorífica sensación de ser tan pequeños ante lo inmensurable tenga el potencial para causar notables cambios espirituales en las personas; entonces me pregunto si será ese el motivo por el que los pilotos de guerra tiendan a ser políticos, y los astronautas acaben internándose en el sendero de la espiritualidad.

Son ideas que surgen de reflexionar sobre este mundo que tildamos de loco por razones que no somos capaces de comprender, sobre todo cuando la cotidianidad presenta retos a nuestras creencias e intereses.

El mundo no está loco, él sólo vive en consonancia con las leyes naturales que hacen el milagro de mantenerlo vivo, girando en perfecta sincronía con sus pares cósmicos, nosotros en cambio vamos en él queriendo supuestamente hacer el bien, pero la moneda común parece ser el mal como artífice del entramado histórico en todas las épocas.

El mundo-planeta no puede estar loco, el mundo-sociedad sí, y sospecho que por alguna razón el acto de creación dispuso que de hecho ese fuera el estado natural de las relaciones humanas; el mundo-planeta no hace más que reaccionar contra el mundo-sociedad que hormiguea sobre su superficie, por eso de vez en cuando sacude la cola como el ganado que pasta en el campo para librarse del fastidio de las moscas, en su caso una carga humana cada vez más pesada que lleva a cuestas en su eterno tránsito por el insondable vacío.

¿Será ese el diseño definitivo que no admite posibilidad de cambio? Parece una ilusión que los buenos luchen contra la corriente del mal, sin opción de imaginarse que quizás esa sea la única corriente que existe, que la lucha es tan solo una tragedia interminable de actos y actores buenos y malos que se cancelan mutuamente como en una obra de terminar y volver a empezar que nunca acaba: el eterno retorno a merced de nuestra propia voluntad. ¿Qué hacer entonces; acaso la solución sea librarnos de toda creencia para borrar las diferencias? Imposible.

Alguien dijo que una copa es útil cuando está vacía, y vaya si todos estamos saturados de creencias, dogmas, afirmaciones, y tanto más conque hemos colmado la memoria con todo cuanto existe, convirtiéndonos en seres meramente repetitivos, amputados de creatividad, luego inútiles como la copa llena.

En nuestro país por ejemplo estamos atiborrados de creencias políticas, donde pareciera que si no tomáramos partido por alguna tememos quedar en el vacío (qué ironía), y eso no nos parece sano ni aceptable, claro, son decisiones de pleno derecho natural a ignorar que es mucho más valioso el talento libre que el genio esclavo.

A este vaciado existencial quizá valga agregar lo que sabios, maestros y gurúes coinciden en sostener, y es que el conocimiento de sí mismo es fundamental para la vida, lo cual implica conocer cada pensamiento, cada estado de ánimo, cada palabra, cada sentimiento, estar atentos a la actividad propia de la mente, para lo cual también es importante hacerlo sin preferencias, libres de condicionamientos, que es la única forma –dicen los sabios- de ver lo que realmente es, y de esa manera abrirnos a la posibilidad de renovación, de que surja algo nuevo, una resolución interna que nos saque del torbellino de la repetición increativa.

Si sólo fuéramos capaces de hacerlo tal como la tierra recibe la semilla: con la mente vacía, libre de creencias –políticas en este caso- las cuales más bien parecen impedir la comprensión de uno mismo como nación, actuando como un monumental obstáculo legalizado que frena cualquier posibilidad de proyectarnos como lo que necesitamos ser para comenzar a salir de esta situación que nos agobia, a través de una sociedad justa, comprometida y verdaderamente libre, un Estado que no pretenda ser sustituto de Dios ni súbdito del diablo, y una idea del Altísimo que obre toda eficacia en el equilibrio como principal sostén de nuestras acciones.

Son reflexiones paridas y compartidas por el deseo de tener un país renovado, próspero, donde mafias ni mafiosos tengan acceso, tampoco sectas, sectarismos, imperios ni emperadores, en el que el odio no tenga cabida y la unión nacional emerja para quedarse de una vez por todas y para siempre, a pesar de los estados de luz y sombra entre los que alterna este loco mundo-sociedad.

Sumado a lo anterior creo que toda persona, comunidad o país tiene derecho a sentirse y promoverse como especial, lo cual es aceptable mientras la actitud no esté salpicada de arrogancia.

Podemos decir que tal o cual persona es un ser especial por sus cualidades humanas y don de gente, en el que prevalece la honestidad, la sensatez, la prudencia y el respeto de los derechos ajenos; puedo pregonar que la comunidad donde vivo es especial porque los vecinos colaboramos para mantener la armonía y el orden; que tal o cual maestro o maestra es especial porque se dedica en cuerpo y alma a la educación de sus niños; que equis funcionario público lo es por su excelente trato al ciudadano, y así todo aquel que por sus acciones merezca ser calificado de especial por sus semejantes, amén de otras acepciones que se le atribuyen a esta palabra.

El detalle está en que los habitantes de este planeta vivimos sujetos a un cotidiano vivir que en nada se asemeja a un jardín de rosas, que funcionamos inmersos en un océano de emociones, sentimientos, luces y sombras que van marcando la pauta de los días, y causando que, independientemente de cuan especiales sean las personas, jamás lo serán en todo ni para todos.

Si de la individualidad pasamos a las condiciones que debe cumplir un país para considerarlo especial, entonces el tema adquiere una complejidad abrumadora; alcanzar a ser un país especial se presenta como algo utópico, pues si en el nivel personal, familiar o vecinal a menudo resulta complicado que la gente tome decisiones consensuadas para su propio bienestar, en lo colectivo nacional es una tarea que parece imposible.

Y si vamos más allá y lo aplicamos al turbulento terreno de lo global, cuya frontera con el vasto espacio exterior nos empequeñece a niveles no computables, quedamos huérfanos de credulidad viendo que por un lado la regla pareciera ser hipocresía y desunión entre países que incluso comparten la misma región e idéntica historia, y por el otro se yergue el eterno afán de dominación mediante el poder militar y económico de aquellos que se arrogan la exclusividad del derecho a ser especiales.

Estas razones me conducen a una conclusión completamente ajena al descubrimiento del agua tibia, y es que si bien para las personas no es posible ser especial para todos, para todos si es posible hacer especial a uno, donde todos somos los habitantes y uno es el país, la patria, la madre común que ha de ser tratada con la conciencia del amor colectivo para que eso suceda. Solo entonces seremos moralmente dignos de la paz y prosperidad que tanto exigimos.

viznel@hotmail.com

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