Opinión

Mis Adultos Mayores: Una carta en navidad

Era tu eterna enfermedad, una várice en particular, a la altura de la tibia de la pierna derecha, siempre que te visitaba, (aun conociendo la respuesta) te preguntaba.
viernes, 22 diciembre 2023

Querida abuela.

Son muchos años sin ti, pero también unos cuantos que te tuve a mi lado. Un año previo al ingreso a la universidad me dediqué a cuidarte. En ese tiempo aprendí a valorar una “nica” (un centavo de bolívares), cinco sumaban un medio, monto suficiente para comprar mis preciados caramelos en la bodega de la esquina en la calle 2, del Barrio Unión (hoy Parroquia Unión), en Barquisimeto estado Lara.

Te visitaba al regreso del colegio, en las tardes, me gustaba porque me guardabas mis respectivas monedas. Al pedir la bendición, me interpelabas siempre con: “¿Bendición?, deberías arrodillarte, ya estos muchachos no quieren servir, faltas de respeto”, murmurabas.

Recuerdo mis compromisos para llevarte al médico del barrio. Tenía que estar a las tres en punto.

Al cruzar la esquina y divisar tu casa, podía verte asomada a la ventana, impaciente, ataviada con un vestido largo color marrón un poco ceñido de la cintura para arriba y una falda ancha de tachones, medias de nailon y zapatos marrones con un grueso tacón que hacía juego con tu altura y esbeltez.

Bien vestida, el pelo suelto, poco cabello liso, con una que otra cana que se dejaba entrever.

Recuerda cerrar la cocina de Kerosene, meter la ropa para que no se moje, cerrar el corral de las gallinas, apagar las velas de los santos, dar una vuelta a tu abuelo que está en el otro cuarto, y dile que nos vamos al médico.

Eran tus órdenes. ¿Abuela hay que llevar los medicamentos del mes pasado? “No, le pediré al médico que me los cambie, las varices no han mejorado” respondía.

Era tu eterna enfermedad, una várice en particular, a la altura de la tibia de la pierna derecha, siempre que te visitaba, (aun conociendo la respuesta) te preguntaba.

¿Abuela como sigue la várice? Y de inmediato respondías: “Ha mejorado, parece que este medicamento sí me hará bien”. Un mes después, al volver al médico, era la misma historia.

El doctor le cambiaba el medicamento. “Esos médicos de ahora no sirven”, me explicaba en el camino a casa. Yo pensaba, porque seguirá viniendo. Pero en esa época opinar era un sacrilegio.

Agradezco, me hayas permitido entrar al cuarto de los santos; (era un verdadero “misterio” con acceso restringido), aun cuando fuese solo a limpiar el cuarto y tus preciadas imágenes, una a una, había que hacerlo con especial cuidado.

Gracias por compartir tu historia por breves instantes, cuando al observar, frente a la mesa, un retrato de un niño de aproximadamente siete años, mi curiosidad desbordada te preguntaba quién era y lograbas decir: “Un hijo que tuve, llamado Eloy, murió chiquito”, bajabas su cabeza.

No preguntaba más. Gracias abuela por la confianza de poder compartir tus espacios e historias.

Quiero que sepas que disfrute ir al cementerio, a visitar tu hijo y familiares, con los ramos de flores, agua, un poco de jabón, y cepillo de barrer. Disculpa mi curiosidad acrecentada, cuando de manera exacta los ubicabas a todos.

“Es mi hijo, sé donde lo dejé, no preguntes tanto”, sentenciabas.

Estos días, he recordado que en navidad dormías temprano, pero papá y yo llevábamos al día siguiente tu comida de noche buena. ¡Encarnación (mi padre), mira lo que llegó!, y sacabas de tu bolsillo una tarjeta de navidad que acostumbraba enviar anualmente el expresidente de Venezuela Rafael Caldera y su esposa. Yo me decía, “naguará mi abuela conoce al Presidente”.

Recibías la comida, con cara seria, reías poco, pero siempre en lo particular te hacían reír mis cuentos.

Recuerdo tu sonrisa hermosa con una plancha dental que dejaba entrever tu satisfacción al contarte mis travesuras. Tenías una hermosa sonrisa, indiscutiblemente. ¿Te vas a quedar?, no abuela, vengo la semana próxima.

Una vez me dijiste, cuando muera te dejaré todo lo que está en la vitrina, (sus tesoros más preciados). Quiero que sepas que mis tías respetaron dicha voluntad.

Hoy, próxima a la noche buena, quería escribir esta carta abuela, para que sepas que te quiero mucho y que nunca te he olvidado. Ni a ti, ni a los gatos.

A mi abuela Materna Martina Mendoza de Rodríguez.

¿Y tú te animas a escribir una carta de navidad para los abuelos?

Feliz navidad.

Gracias por leer la columna.

Psicóloga y abogado Maria Quiroz.

Instagram @mariaquirozr

Correo electrónico mariaequirozr@gmail.com

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