Opinión

Mis adultos mayores: La sabiduría de los años

Uno de los enunciados o mandamientos de Dios es: “Honrar a tu padre y a tu madre”, el cual se complementa con el cuidado y el amor que debemos rendirles durante su senectud.
viernes, 16 septiembre 2022

“Te pondrás de pie delante de las canas, y honrarás al anciano, y a tu Dios temerás. Yo soy el Señor”. (Levítico 19:32).

Todos tenemos arraigada la idea mental de que un anciano, una persona de la tercera edad, un adulto mayor, son seres sabios, y los años que reflejan en sus miradas y en sus voces calmadas, hablan por ellos mismos. Esta Sabiduría Interior es la que se plasma en el Libro de Levítico como un motivo de honra y de respeto. La visión hebrea de un “anciano” se refiere a alguien que ha adquirido sabiduría.

Uno de los enunciados o mandamientos de Dios es: “Honrar a tu padre y a tu madre”, el cual se complementa con el cuidado y el amor que debemos rendirles durante su senectud. No hay nada que hagamos en nuestro mundo que no sea un reflejo de los mundos espirituales.

En hebreo la palabra honor se escribe Kavod que tiene un valor numérico de 32, y dice la Kabbalah que “con 32 Senderos de Sabiduría creó Dios al Universo”, que son las 32 veces que el Nombre de Dios Elohim aparece en el relato de la creación; y a esto debemos agregar que la voluntad supraconsciente que decide crearnos y darnos vida se conoce como Atik Yomin: el anciano de los días. Entonces, más allá del respeto por su edad, debemos honrar la presencia del anciano porque son nuestra imagen más cercana de la Sabiduría del Creador. En ellos tenemos la experiencia más directa del sentido de la vida y del propósito de la existencia.

Rashí, uno de los comentaristas más importantes de la Torá, nos indica que el honor que debemos tributarle a nuestros adultos mayores se refiere a no sentarnos en su lugar, no hablar por ellos y no contradecir sus palabras.

A veces tomamos posiciones muy egoístas y desacreditamos los consejos, las ideas y los pensamientos de nuestros padres y abuelos. Nos pareciera que su discurso se quedó en un pasado inerte que ya no tiene sentido en una actualidad tan voraz y cambiante.

Pero lo que ignoramos es que el respeto a la sabiduría de nuestros “viejos queridos” no es algo que debe nacer desde lo racional e intelectual, sino que se trata de algo que pertenece al corazón de quien lo hace.

Incluso pudiéramos cerrar los ojos y hacernos ajenos a su presencia y no prestarle la menor atención, pero en las profundidades de nuestra conciencia se escuchará el eco retumbante de “Temerás a tu Dios”, ya que más nadie, sino nosotros mismos, sabrá si somos sinceros o fingimos rendirle honor a nuestros “ancianos”.

La sabiduría es lo abstracto, el entendimiento, lo concreto, y el conocimiento es el fruto de nuestra relación entre las ideas abstractas y los pensamientos limitados. El cerebro derecho es no verbal, mientras que el cerebro izquierdo es verbal.

En la Kabbalah, el hemisferio derecho del cerebro se conoce como Jojmá, que significa sabiduría, y el izquierdo se llama Biná, entendimiento. Nuestra experiencia cognitiva del mundo depende entonces de nuestra capacidad de hacer medible y numerable todo lo que es axiomático y universal.

Esta realidad que percibimos es apenas la fracción que podemos ver, tocar, oler, degustar y escuchar, de toda la realidad trascendente que nos envuelve. El pasar de los años va desconectando el alma de lo sensorial y la va conectando más allá de lo emocional y lo intelectual, y la vida se empieza a vivir desde la espiritualidad de lo que no tiene forma física o racional; y cuando no somos capaces de entenderlo, reprochamos todo discurso de nuestros Abuelos, como si estuviesen “hablando loqueras”.

La sabiduría del alma parece ser un concepto intangible y difícil de entender, y tal vez lo sea, pero por eso nuestra creación fue tan inteligentemente estructurada, para que tengamos los mejores ejemplos prácticos que nos permitan comprender situaciones trascendentales. De tal forma, que un “Anciano”, un “Adulto Mayor”, se convierte para todos nosotros en un símbolo que nos quiere decir algo.

En sus almas hay una idea profunda que ha sido desarrollada con los años, y que solo busca exteriorizarse para hacernos crecer y evolucionar. A veces, por ciertas condiciones físicas por la edad, les cueste a nuestros “Maestros Espirituales” darnos el mensaje de una forma más directa, pero allí es donde debemos activar nuestra propia sabiduría y tratar de leer y sentir, en el amor incondicional que nos demuestran, esa enseñanza que nos llevará a estar en equivalencia con sus sentimientos.

Gracias debemos darle todos los días a Dios por permitirnos disfrutar de esa cercanía, de ese abrazo, de un apretón de mano, y de todos los besos que nuestros padres, abuelos y amigos de la edad de la sabiduría pueden darnos.

Tal vez a veces somos muy inmaduros para valorar esos gestos, pero en nuestro inconsciente quedan grabados esos detalles que más adelante, cuando los más jóvenes vayamos llegando a esas edades, podemos tomar como los tesoros más invaluables de la vida.

Aprendamos a ser como nuestros “Ancianos”.

Esta columna fue escrita por el Ingeniero Antonio Velásquez, profesor de la Universidad Católica Andrés Bello. Gracias Ingeniero por permitir publicar su trabajo.

Quien le escribe, esta hermosa columna dedicada a la adultez mayor.

• Licenciada y abogado Maria Quiroz.

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