Mis adultos mayores: Enfermedad terminal y vejez
Les traigo un interesante trabajo de José Javier Soldevilla Ágreda, denominado: Enfermedad terminal y vejez.
Tiene que ver con la visión del profesional que esta a cargo de los ancianos con enfermedades terminales. Señala el autor que si la Sociedad misma entiende que ha sido permisiva con la presencia evidente de la muerte para los más mayores, la suavidad de la proximidad de una muerte anunciada, también ese mismo sentimiento va a habitar en una parte importante de los profesionales encargados de su cuidado.
No es ajustado a derecho que por considerarse algo tan normalizado, no se preste la atención especializada y específica que un proceso de terminalidad cobra y antes que todo ello, participando en un tipo de muerte más lenta, aquella que margina al mayor sumiéndole en el aislamiento y la soledad.
Los profesionales sanitarios que tienen en sus manos el cuidado del grupo de los más mayores, deben tener en cuenta, que los ancianos siguen siendo “entidades biopsicosociales” con muchas más heridas emocionales, carencias afectivas y conflictos internos que influyen en su grado de equilibrio, armonía, en una palabra, bienestar.
Conocemos la plenitud de vida y esperanza que llena la vida de una persona sana y como se desploma cuando enferma y su código de valores humanos cambia. Nuevas emociones, la intuición, la información, la lógica y la ciencia, las creencias y las nuevas experiencias ayudan a forjar esos nuevos valores humanos. ¿Qué sucede con la escala de valores de una persona anciana y enferma al tiempo?
Los profesionales a menudo, embebidos por la naturalidad mal entendida del proceso de envejecer y en ellos hasta de enfermar, pasan ajenos a la dramática situación que puede existir.
El estado emocional del anciano ha de orientar la actuación de los profesionales que le cuidan en salud o enfermedad en relación con la toma de decisiones.
El anciano enfermo tiene emociones, sentimientos, deseos que cambian como en el resto de población también a diario y son los ingredientes del añorado grado de bienestar que disfrutan.
¿Estamos preparados para resolver con mínima eficacia y diligencia problemas emocionales como el miedo, la desesperanza, la soledad, el verse rechazado, incluso antes?, ¿estamos preparados para detectar a menudo en seres inexpresivos o incapaces de manifestarse por cauces normales, que algo está alterado?
Entrar de pleno en el mundo de las emociones precisa definirlas. Conocer las características y propiedades de las emociones del mayor, alejando estereotipos, ayudarán a los profesionales a manejar constructivamente las nuevas situaciones de la vejez antes, de la muerte anunciada más tarde, con el menor impacto negativo.
Una recomendación es preguntarse antes de una intervención adecuada, con el adulto mayor como protagonista: ¿has identificado tus propios sentimientos frente a la persona que tienes el encargo de ayudar?, ¿has catalogado tus emociones?, ¿has anticipado como herramienta terapéutica como crees que será tu propia vejez y muerte? De este modo y a pesar del anunciado sosiego que acompaña habitualmente a la muerte del anciano, estarás en mejores condiciones de ayudar.
La vida afectiva, relacional y espiritual recuerda Jaime Sánz (2000), conforman la “vida biográfica” de la persona, única e irrepetible. La vida biológica solo representa apenas el 25 % del ser humano como persona y además es compartida y común con el resto de los de su especie. El 75 % restante corresponde a su vida biográfica, específica, distinta y única para cada persona.
Cuando la persona envejece o enferma lo hace de forma integral, no por parcelas ni plazos, quedando afectados todos los componentes del ser humano y cada uno de éstos reclamando sus propias necesidades, físicas, emocionales y sociales. Todo acercamiento con fines terapéuticos, paliativos o de armonización ante el envejecimiento, han de integrar estas inseparables facetas.
La formación, quizá nuestra deformación profesional, a menudo hace que focalicemos toda nuestra energía científica a un solo componente, ignorando el resto, condenando irremediablemente a la ineficacia. En conclusión, es más difícil afrontar el encargo de cuidar de las necesidades emocionales. El grado de dominio de nuestros sentimientos nos posiciona hacia un terreno de competencia, o como observo, de alejamiento, ciñendo nuestra vista y actuación a esferas exclusivamente físicas. Se hace necesario seguir investigando.
Hasta la próxima columna.
Psicóloga y abogado Maria Quiroz. Síganme por Instagram @mariaquirozr Para preguntas, sugerencias y/o citas pueden contactarme por el correo electrónico mariaequirozr@gmail.com
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