Opinión

Mis adultos mayores: Arthur Schopenhauer

Desde el punto de vista de la juventud, la vida se presenta como un largo e interminable futuro.
viernes, 22 noviembre 2024

Hola, espero estén todos bien; les traigo un extracto del texto El arte de sobrevivir de Arthur Schopenhauer, filósofo alemán, considerado uno de los más brillantes del siglo XIX y de mayor importancia en la filosofía occidental, ateo y máximo representante del pesimismo filosófico.

De las diferencias entre las distintas edades de la vida. “Por consiguiente, ya en la infancia se asientan las sólidas bases de nuestra concepción del mundo y, por tanto, también la superficialidad o profundidad de la misma: después se desarrollará y se perfeccionará; sin embargo, no se modificará en lo esencial. […]

De ahí que tanto nuestro valor moral como intelectual no entre desde fuera hacia nuestro interior, sino que surja desde lo más profundo de nuestro propio ser y ninguna pedagogía pestalozziana puede hacer que uno que ha nacido tonto se convierta en un hombre pensador: ¡jamás! Tonto nació y tonto ha de morir. […]

Cuando somos jóvenes, pensamos que los acontecimientos importantes y de mayor repercusión en nuestra vida harán su entrada con tambores y trompetas; una mirada retrospectiva en la vejez muestra, sin embargo, que aquellos entraron con total tranquilidad por la puerta de atrás y casi sin llamar la atención.

De acuerdo con el modo de ver aquí expuesto, uno puede, además, comparar la vida con una tela bordada, de la cual cada uno viera en la primera mitad de su existencia el anverso y en la segunda el reverso: este no es tan hermoso, pero ciertamente más ilustrativo, porque deja ver la trama de los hilos entre sí. […]

Cualquier hombre excelente, cualquiera que no pertenezca a esas cinco sextas partes de la humanidad tan tristemente dotadas, una vez pasados los 40 años, difícilmente podrá verse libre de cierto asomo de misantropía.

Pues, como es natural, tras haber juzgado por sí mismo a los demás y haberse visto progresivamente decepcionado, se ha dado cuenta de que le quedan muy por detrás, ya sea en cuanto a la inteligencia, ya sea en cuanto al corazón, muy a menudo incluso ambas cosas, y que nunca se avendrán con él; razón por la cual evitará tratar con ellos, tal como, en todo caso, cada uno, según la medida de su propio valor, amará u odiará la soledad, es decir, el trato consigo mismo. […]

Mientras somos jóvenes, se nos diga lo que se nos diga, pensamos en la vida como en algo infinito y tratamos el tiempo en consecuencia. Pero conforme nos hacemos mayores, tanto más economizamos nuestro tiempo. Pues a una edad tardía, cada día que pasa despierta una sensación semejante a la que siente un delincuente a quien lo llevan paso a paso ante el tribunal.

Desde el punto de vista de la juventud, la vida se presenta como un largo e interminable futuro; pero contemplada desde la vejez, no parece sino un pasado muy corto.

Así, al principio, la vida se nos representa como cuando colocamos delante de nuestros ojos la lente del objetivo de unos prismáticos de ópera, y más tarde como cuando nos ponemos el ocular.

Hay que haberse hecho viejo, es decir, haber vivido bastante tiempo, para darse cuenta de cuán corta es la vida.

El tiempo mismo, en nuestra juventud, pasa de manera mucho más sosegada y, por tanto, el primer cuarto de nuestra vida no solo es el más feliz, sino también el que más lento transcurre, de modo que genera mucho más recuerdos, y cualquiera, si tuviese que hacerlo, sabría contar más cosas de ese período que de dos de los siguientes.

E incluso, como pasa durante el año con la primavera, de igual manera en la flor de la vida los días terminan siendo de una duración enojosa. En otoño tanto del año como de la vida se vuelven cortos, si bien más amenos y estables. Cuando la vida se acaba, uno no sabe adónde se ha ido. […]

Cuanto más tiempo vivimos, son menos los asuntos que nos parecen importantes o lo bastante significativos como para que luego sigamos meditando sobre ellos y de esta manera se fijen en la memoria: por tanto, los olvidamos en cuanto han pasado.

Y así discurre el tiempo, dejando cada vez menos huella. […] Igual que al navegar los objetos que están en la orilla se vuelven cada vez más pequeños, irreconocibles y difíciles de discernir, así también los años que han pasado, con sus vivencias y acontecimientos. A eso se añade que de vez en cuando el recuerdo y la fantasía nos traen a la presencia una escena largo tiempo pasada de manera tan vívida como el día de ayer; y de esta forma nos resulta muy próxima. […]

En la próxima entrega seguimos con Arthur Schopenhauer y su texto El arte de sobrevivir.

Psicólogo y abogado, Maria Quiroz. Síganme por Instagram @mariaquirozr

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