Los que no han nacido
En este mundo hay de todo, incluso estamos nosotros los humanos.
Estoy yo escribiendo para mí mismo, están ustedes leyendo para nadie más, y hay otros siete mil millones que ignoran tanto lo que yo escribo como lo que ustedes leen, tal como sucederá con este asunto que quizás parezca la extravagancia de una persona a quien conocí bajo el signo de la bendita casualidad.
Sucedió cuando me paré a descansar del sol bajo la sombra de un almendrón, donde esa persona también recuperaba el aliento para seguir con su tarea de desconchar gruesas capas de pintura acumulada por años sobre una enorme fachada.
Es pertinente decir que quizás por ese impulso innato que tenemos los venezolanos para relacionarnos con nuestros semejantes, bastaron pocos minutos para que aquel que nos observara no dudara en asegurar que éramos viejos amigos.
Me llamó la atención la soltura para comunicarse y el amplio conocimiento que demostraba aquel sujeto, pero lo que realmente me sorprendió fue una pregunta que me hizo.
Dándole un tajo al intrascendente hilo inicial de la conversación, me miró directo a los ojos y dijo, ¿dónde crees tú que están los que no han nacido? La inusitada interrogante hizo que el cerebro se me bajara para la garganta y me atragantara con aire porque venía seco de la sed y no tenía saliva que aliviara mi trastorno, así que antes de que pudiera ensayar una respuesta, él mismo se respondió.
Este no es nuestro mundo –dijo-, alrededor de todo cuanto percibimos existe un velo detrás del cual hay entidades que deciden quienes pertenecen a este lado, y no son decisiones caprichosas, irracionales o absurdas sino tomadas en aplicación del imperativo inmutable que establece cuáles almas han de sufrir las consecuencias de lo que no son capaces de entender en ese otro lugar, espíritus débiles, remanentes del formidable proceso creativo que se produce del lado de donde vienen los que no han nacido, –culminó diciendo-.
En el metro cuadrado que ocupábamos se produjo un silencio imperturbable a pesar del bullicio de vehículos y personas que transitaban frente a nosotros, así que me levanté del escalón donde me había sentado a escucharlo, le estreché la mano sin decir palabra y reanudé mi camino inmerso si más opción ni remedio en la hiperactividad mental que normalmente estresa y obsesiona a los seres humanos.
Atrás él reanudó su faena silbando una melodía indefinible, atenuada quizás por el velo que nos separa de donde están los que no han nacido.
viznel@hotmail.com
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