Lo peor que nos pasó
A raíz de las primeras décadas del siglo pasado, cuando Venezuela deja de ser potencialmente agrícola – lo peor que nos pasó – , “lamentablemente” por la aparición del petróleo, comenzamos a “desarrollar” un país anormal, desquiciado, donde los elevadísimos recursos generados por la renta negra, jamás vistos por el país, lo que hicieron fue crear una espantosa antinomia al desmejorarse más bien las condiciones socioeconómicas de los venezolanos de manera acelerada, sin que ningún gobierno de entonces le prestara la mas mínima atención al insigne compatriota Arturo Uslar Pietri, para quien “sembrar el petróleo” era lo sensato y procedente para retomar con mayor alcance y seguridad un bienestar imperecedero, el camino amplio para una nación próspera con fortaleza económica, democrática, libre, soberana, independiente, etc., es decir, construir entre todos una gran nación sana y normal, aprovechando racionalmente los enormes e inesperados ingresos de la renta petrolera que no provenían , precisamente, del sudor de nuestra frente, en absoluto; se trataba de una cuantiosa “riqueza no ganada” que con vesania la “espalillamos” en un santiamén, sin salir del atraso.
Se inició así, lo que se convirtió en una grave crisis económica, social y política en todos los órdenes de la vida nacional – todo el siglo XX -, que cada día se acentuaba y dificultaba más y más su solución hacia la normalidad, mientras crecían exponencialmente las arcas de un Estado cada vez más rico y se elevaba, paradójicamente, una pobreza generalizada que nadie detenía. Burocratismo parasitario y gasto público sin controles, a la deriva, galopando a su antojo y a la par el país se desangraba con una gigantesca deuda y corrupción desenfrenada que, al final, un puntofijismo la hizo suya.
La otra manera era la praxis a seguir, aplicando con voluntad irradiada por todo el país la frase uslarista de “Sembrar el Petróleo” y con la renta necesaria convertir todo el campo venezolano en un potencial desarrollo agrícola, garantizando, de esa única manera, todos los alimentos que requería la nación venezolana para la manutención de la población presente y futura. Tendríamos un país gigante, distinto, sano y normal.
Pero, gracias a la esperanza y al optimismo que no son finitos, se nos ha presentado la hermosísima oportunidad indesperdiciable de construir, con creciente creatividad y voluntad colectiva, que antes ni siquiera la intentó ningún gobierno, una sociedad nueva impregnada de trabajo digno, equilibrada, justa e integrada por un pueblo cada vez más unido, servicial y con conciencia clara de ser grande y ser útil; un pueblo poseído de criterios cooperativistas para el beneficio mutuo y solidario; en fin, un auténtico socialismo exclusivamente venezolano, sin copia ni calco de nadie, que nace en este siglo sembrando el petróleo, para depender menos de él como siempre debió ser.
Es el camino, no otro, hacia una Venezuela próspera, sana y normal que nos una a todas y a todos, sin vuelta atrás, donde prevalezca la pasión por el trabajo constructivo y productivo así como el esfuerzo compartido en un país libre, en convivencia plena, independiente y que sea ejemplo del vivir bien.
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