Lecturas de papel: Para entender la literatura venezolana
Si realizamos un bosquejo de los movimientos literarios venezolanos podemos observar en sus manifiestos que casi todos centran su interés y fundamentación en dos características esenciales: el compromiso social, y la búsqueda de un lenguaje.
Desde finales del siglo XIX (1894) con la aparición del grupo literario Cosmópolis y su ‘charloteo’, hasta mediados de los años ‘80 del siglo XX, esta característica no ha cambiado sustancialmente.
Es realmente curioso observar cómo la preocupación de los intelectuales venezolanos por agradar al ‘populacho’ y ser aceptado, tanto en su temática existencial como en el uso del lenguaje, va a ser una tras otra, sometida a constante revisión y cuestionamiento.
Pareciera que desde que Pedro Emilio Coll, Urbaneja Achelpohl y Pedro César Dominici se decidieron a ‘universalizar’ la literatura nacional, hasta aquellos que llegaron a la misma orilla del grupo Guaire (1981), con su deseo de construir una poesía urbana, conversacional, desde y para el pueblo, la búsqueda de un destino literario es una constante en el escritor venezolano.
Resulta de interés observar que la casi totalidad de los intelectuales venezolanos, en esa búsqueda por un lenguaje y su vinculación con su pueblo, han optado por incursionar en la vida política, quizás imbuidos de cierto deseo por exculpar pecados sociales, propios y ajenos, como lo indican al final de su manifiesto, los integrantes del grupo literario Tráfico (1981), “hijos de una clase media cuyos paradigmas vivimos mitad como cómplices y mitad como renegados.”
La necesidad de ser aceptados por el pueblo ha llevado al intelectual venezolano hasta los extremos de la subversión política, como ocurrió en la denominada ‘década violenta’ de los años 60-70 del siglo pasado. Donde ser intelectual de ‘izquierda’ suponía estar lo más cerca del proletariado y sus angustias, y por oposición, lo más alejado del opresor y el poder.
Sin embargo, las contradicciones sociales estaban en la oscuridad de las noches en quienes frecuentaban la llamada República del este, con su presidente y demás parlamentarios, todos oficialmente respaldados por la administración del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), en el denominado triángulo ‘etílico’ conformado por prestigiosos bares y restaurantes de la zona del este de Caracas.
Las contradicciones presentes en nuestra realidad literaria venezolana, sin embargo, han servido para construir una consciencia literaria que ha sido gradual y en parte, por el aporte de todos y cada uno de los grupos literarios que en su momento han fijado en manifiestos, más que en su propia obra, las premisas sobre la concepción del arte y la literatura, como lo hizo en su momento, el grupo Sardio (1958), probablemente el manifiesto más completo, tanto por la claridad y actualidad de sus propuestas como por la presencia de académicos, intelectuales y artistas que hacen de este movimiento cultural el más nutrido, completo y trascendente en el panorama intelectual venezolano del siglo XX.
Como se podrá observar, todos los grupos y movimientos literarios venezolanos se han originado por la participación de intelectuales y artistas formados académicamente en ámbitos de eso que aún existe y se denomina, pequeña burguesía nacional. Porque ha sido la que tradicionalmente lee, escribe, piensa y habla. Lastimosamente es así y esa ha sido la realidad venezolana en el desarrollo literario, nos agrade o no. Lo otro es querer adjurar de una avasallante realidad.
La siguiente característica en nuestra literatura nos sumerge en la tragedia nacional de la escritura: la búsqueda de un lenguaje.
Creo que acá es significativo mencionar el manifiesto de los estudiantes de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, quienes, en mayo de 1969, se enfrentaron al rigor lingüístico de la pedagogía de uno de los pensadores del lenguaje más notables, como fue el maestro Ángel Rosenblat y el resto de docentes quienes mantenían unos criterios, supuestamente anquilosados, de una lengua que para los díscolos estudiantes no representaba sus inquietudes.
Ansiaban ‘vibrar’ con Novalis, Sade, Rimbaud y Lautreamont “(…) esa será la lengua de quienes nos expresen en el futuro. Sí, señores Profesores, nos matará el poderoso hastío de los cafetines y los diez mil Viñedos mientras en las aulas no se nos permita VIBRAR.”
Creo que esta característica, la búsqueda de un lenguaje, es el eterno movimiento, esperanza y contradicción del creador y su tiempo. La necesidad de un lenguaje que dé razón de su existencia. Es esa contradicción la que impulsa constantemente al encuentro con la creación y su sentimiento de existencia y plenitud.
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