Opinión

Lecturas de papel: Oscurantismo cultural

La llamada corrección política o lo políticamente correcto, se ha apropiado paulatinamente de los centros culturales.
Juan GUERRERO
miércoles, 26 agosto 2020

En 1980 visité la iglesia de San Pedro y Donato, en la pequeña ciudad de Arezzo, en el centro norte de Italia. Mientras apreciaba las antiguas pinturas, observé la figura virginal de la madre del crucificado.

María tiene un rostro radiante aun en el calvario que le toca vivir. Pero el rostro que sirvió de modelo al artista fue el de Tita, una prostituta y cortesana de baja ralea, quien fue la madre de Pietro Aretino (1492-1557), el abandonado niño y joven vagabundo y limosnero, “azote de príncipes y nobles”, autor de una de las más grandes obras de la picaresca, Los Diálogos putescos o Diálogos del divino Pedro Aretino.

Años después, en un conocido restaurante del mercado La Carioca, a orillas del Orinoco, en la Angostura de mediados de los 90, mi amigo Néstor Rojas, poeta y pintor, me obsequió un curioso libro con unos arabescos en su portada. –Te regalo este libro que ya no quiero seguir leyendo. Ahora sólo quiero leer libros sobre temas más trascendentes, plenos y místicos.

Era el libro del aretino donde el escritor italiano, como en el resto de su obra, se burla mientras documenta la vida licenciosa de un tiempo decadente y moralmente hipócrita.

Fue perseguido por escribir sobre las intimidades lujuriosas de la vida eclesiástica, cortesana y política, tanto de su pueblo natal, Arezzo, como el de Perusa (Perugia), Roma y Venecia, donde finalmente, murió de risa, por un chiste que un comensal le contó sobre la vida prostibularia de su propia hermana.

En fin, que el nuestro, este siglo XXI, es un tiempo similar a aquel del siglo XV, donde la decadencia social, política y religiosa se manifiestan en el arte y la literatura, generando sus propias contradicciones con el aparente desarrollo tecnológico.

La llamada corrección política o lo políticamente correcto, se ha apropiado paulatinamente de los centros culturales en los más importantes museos y editoriales de Occidente. Es una decadente ola de moralismo, visión política, religiosa e ideológica fracasada por el que se busca filtrar la creación artística e intelectual de estos tiempos.

El intento por juzgar y censurar la vida y obra de artistas, como Picasso, Gauguin, o a escritores, como Shakespeare, y hasta al mismo Cristóbal Colón, precursor de la crónica literaria en nuestras tierras americanas, es imponer un discurso de odio y venganza mientras infantilmente se argumentan razones de racismo, xenofobia o violencia y explotación sexual.

No pasará mucho tiempo sin que la neo Inquisición del arte y la literatura comience un nuevo ciclo de aventuras contra bibliotecas, museos y demás espacios culturales para quemar los objetos del saber.

Así como el catolicismo, como religión de Estado, mutiló las estatuas de desnudos en la antigua Roma y los genitales sustituidos por hojas de parra, igualmente veremos en las pantallas de nuestros celulares, listas inmensas con nombres de escritores y artistas a quienes se vetará porque en algún momento de su vida, realizaron actos contrarios a esta nueva moralidad.

La hipócrita superioridad moral o popularmente conocida en Venezuela, como “complejo de la tapa del frasco” (personas que se creen imprescindibles, superiores, con discursos de verdades inamovibles y definitivas) es parte de muchos administradores de los centros de arte y literatura, quienes se han convertido en la principal barrera contra las sociedades que avanzan en su natural proceso de fortalecimiento cultural.

Pronto se intentará juzgar y por consiguiente censurar y prohibir la lectura del Quijote argumentando que Cervantes era un arribista social y se casó con una acaudalada viuda para explotarla. O se lanzará a la basura de la historia a la Divina Comedia, después de someter a la picota a Dante, por enamorarse y empiernarse con su amada Beatrice, por tener no más de doce años y él ser un cuarentón.

Pero también Marx tuvo sus días de extravagancias, cuando se negaba a cancelarle el sueldo a su ama de llaves, y Neruda abandonó a su primera hija, gravemente enferma y jamás la reconoció. Y en nuestro país, cómo haremos con Andrés Bello, quien se encueraba con su sirvienta Mathilde, aún estando casado. Usaba hasta una frase secreta con la chica de 23 años, para irse a la cama, por cierto: -Mathilde quiero “totona” (en referencia a un exquisito manjar a base de naranja y toronja que Bello bautizó con esa palabra).

Lo cierto es que los tiempos que estamos viviendo y seguiremos contemplando nos indican que nada bueno nos traen para la libertad de la creación, sea en la plástica como en la literatura.

La mojigatería de eso que llaman lenguaje de género (que técnicamente no existe), o del neo racismo y xenofobia, son perfectamente entendibles y superables, en la medida que se lea, se viaje y se ahorre dinero, por estudio y trabajo. La trampa de la neo escritura (todEs, o todxs, o tod@s) es una visión, no solamente de barbarismo lingüístico, sino que forma parte de una visión política a través del cual, se está analizando la cultura de estos tiempos.

No creo que tengamos mucho que reprocharle, por ejemplo, al veinteañero Ernesto Guevara (el Che), cuando en su libro, Diario de motocicleta, describe en su largo recorrido por las tierras sudamericanas, a los “parásitos indios” y rechaza la presencia de negros.

O vamos a eliminar la obra pedagógica de Simón Rodríguez por explotador laboral, por haberse casado con una mujer (María Ronco) sólo para que le cocinara y lavara la ropa. O cuando reclama a quien le quitó una de sus últimas amantes, por los Andes ecuatorianos: “Mi muy estimado: Sírvase devolverme a mi mujer, porque yo también la necesito para los usos a que usted la tiene destinada. De usted atento amigo y seguro servidor, Simón Rodríguez”

Después de todo, al menos se guardaban las apariencias y el decoro social.

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