Opinión

Lecturas de papel: Nuestro destino

Es una interesada estrategia de los grupos ideologizados para azuzar a la ‘masa indígena’.
Juan GUERRERO
miércoles, 14 octubre 2020

Esta semana se recuerda el hecho histórico del 12 de octubre de 1492, casi finalizando el siglo XV, cuando Cristóbal Colón y sus marineros tocan suelo de lo que posteriormente se llamó, América.

Los primeros europeos conocieron unos seres humanos que ya tenían siglos viviendo y conviviendo entre una variedad significativa de culturas, que, con el paso del tiempo, habían construido una historia entremezclados unos con otros.

Indicamos esto porque en días pasados leí una nota de una activista indígena, quien se quejaba de tan luctuosa fecha, llamada Día de la Raza o del Descubrimiento, y pedía la expulsión de quienes hemos pasado cerca de quinientos años sobre esta Tierra de Gracia, llamada ahora Venezuela.

Por otra parte, desde España leí otro escrito, de quien indicaba que no había nada que celebrar en el Día de la Hispanidad.

A poco más de quinientos años de aquel acontecimiento muy pocos estamos dispuestos a olvidar que semejante fecha, nos guste o no, cambió para siempre y definitivamente el rostro y pensamiento de la humanidad.

Por eso quiero destacar esta fecha y su trascendencia para el destino humano. Fue, ocurrió de esa manera y no de otra.

Todavía existe eso que llaman resistencia indígena tomado como bandera por grupos de opinión, progres, para atizar viejos resentimientos en el manejo de poblaciones indígenas diezmadas, desde todo punto de vista.

Eso es notorio y palpable en el caso de las culturas indígenas que hacen vida sobre el territorio venezolano.

El ancestral resentimiento observado en los llamados defensores de los derechos de los indígenas sobre el territorio venezolano, aunque prácticamente ninguno viva en población indígena o habla alguna de sus lenguas, se manifiesta en el desastre evidente de los territorios que en la actualidad son usados para la deforestación y posterior extracción ilegal de minerales preciosos y estratégicos del llamado ‘trabajo de sangre’.

Es una interesada estrategia de los grupos ideologizados para azuzar a la ‘masa indígena’, mantenerla neutralizada con discursos de odio y venganza, para penetrar sus tierras, desplazarlos y después, explotar irracionalmente tan vastos territorios escudándose sobre una propaganda donde se simula la defensa de las culturas ancestrales y sus poblaciones.

Lo otro, esa mirada de culpa que desde España se cultiva en los últimos años sobre el daño causado por sus antepasados sobre las culturas en tierra americana (Svetan Todorov lo calcula en cerca de 150 millones de asesinados) con el saqueo de sus minerales, esclavismo y dominio imperial por más de trecientos años, es una realidad que en su momento fue expiada, asumida y declarada por el mismo Estado español en boca de su monarca.

Creo que destapar heridas que han estado sanando es hurgar sobre un pasado que nunca jamás podrá cambiarse.

Es como en los tiempos medianamente recientes de la historia, querer despertar las heridas de la Segunda Guerra Mundial y seguir culpando y cobrándole a Alemania y los alemanes por los hechos de un atolondrado líder del nacional socialismo (nazi), o a los rusos por la matanza de Stalin y su comunismo, a las minorías étnicas en la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

En fin, que desde esta orilla de América el sentimiento ha sido de un resentimiento ancestral, de la otra orilla, la española peninsular, queda un sentimiento de culpa.

Total, ninguno de los dos sentimientos ayuda a la hora de hacer un análisis reposado, objetivo e imparcial. Obviamente, quien desee expresar esos sentimientos siempre afirmará que la ‘culpa’ es del otro: la derecha, la izquierda, los ricos, la Iglesia, el Estado, el Poder.

Buscamos sesgar nuestra incapacidad para superar traumas construyendo fantasmas y practicando maneras y formas de pensamiento excluyentes, extremos y radicales.

Dioses hemos tenido y seguiremos teniendo. Unas veces originarios, como Amaliwaká, dios de la eternidad, creador de todo lo que existe, o el dios abuelo Kaaputaano, o el dios cristiano de las mayorías, venido de ultramar. Ello ha enriquecido nuestra cultura de entendernos en lo humano.

Vendrán otros dioses y también otros demonios. Siempre descubriremos y nos descubrirán. Habrá encuentros y desencuentros. Como también aquellos que hablen, reflexionen y se opongan. Pero la aventura de unos hombres, un 12 de octubre de 1492, no será posible olvidar ni menos opacar. No podremos nunca alejar ni olvidar el impacto de semejante hazaña.

Culturalmente hablando me pertenecen Colón y sus navegantes. Mías son las noches de sus temores y sus fríos salobres, sed y hambre por nuestro mar Caribe. Soy dueño de aquellos afantasmados conquistadores. De aquel anciano zapatero español perdido en las salinas de Araya, hacia 1535.

Mías son las diez mil perlas de Cubagua sobre el manto de la virgen de Sevilla, y el sueño de los cuatro poetas-soldados que vieron por vez primera una ardentía.

Mío el sufrimiento y la hidalguía guaiquerí en el largo cabello azabache de sus princesas y su clara mirada amorosa, y la preñez de las 200 vírgenes aborígenes que fueron violadas por 80 guerreros conquistadores en el valle de las Damas en el embrujo de Variquisimeto, donde inicia nuestra estirpe y heredad venezolana.

Y mío es el reposo de la larga noche celestial en la Colonia de la mantuanidad. Y sobre todo y esencialmente, mío es el esplendor de mi lengua española que practico desde hace más de 500 años.

Hoy me acuerdo de mis ancestros, de mi abuela indígena, y mi abuelo hispánico. En mi memoria y mi corazón hay lugar para todos ellos. Ahora hay paz en mi alma.

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