Opinión

Lecturas de papel: Libertad, sobrevivencia y abstención

Resulta irónico que se llegue al colmo de la hipocresía y el desconocimiento de los procesos sociopolíticos en Venezuela.
Juan GUERRERO
miércoles, 09 diciembre 2020

Ya en varios escritos he afirmado que Venezuela es, posiblemente, el único país en el mundo donde el narcotráfico y la mentalidad marginal, terminaron apoderándose de todas las instituciones del Estado.

Bajo una estrategia bien diseñada, desde mediados de la década de los sesenta, se fueron infiltrando en las estructuras del Estado venezolano, miembros de organizaciones de la izquierda radical, bajo un programa a largo plazo que fue monitoreado, año tras año, desde La Habana, y posteriormente, con enclaves en los grupos políticos de izquierda que fueron legalizados en la llamada IV república.

El ascenso del radicalismo de izquierda en Venezuela llega al poder real, con la victoria de Hugo Chávez, en 1998, de la mano de banqueros, financistas, poderosos medios de comunicación y figuras intelectuales y del mundo académico, nucleados en el famoso Manifiesto de bienvenida que firmaron en ocasión de la visita de Fidel Castro para apadrinar a Chávez.

Son ellos, fundamentalmente, y no los millones de venezolanos desamparados, ayer y hoy, los responsables históricos del advenimiento del más grande desastre humanitario que ha experimentado la sociedad venezolana, en poco más de un siglo.

Porque los actos contra los derechos humanos cometidos en los años 60 y 70, del siglo pasado, a más de las corrupciones, robos y enriquecimientos ilícitos, sea contra ciudadanos y la república, son tan graves y deleznables como estos que se llevan a cabo en estos 20 años de vida socialista.

Resulta irónico que se llegue al colmo de la hipocresía y el desconocimiento de los procesos sociopolíticos en Venezuela, cuando leemos y escuchamos a ciertos personajes afirmar que estas han sido unas elecciones, bien fraudulentas, viciadas, o, por el contrario, legítimas y legales.

Hay que afirmar tajantemente que en Venezuela hace tiempo se ha perdido la validez del concepto mismo del voto, su fuerza moral y de transformación social, y su sentido de cambio de la realidad, a partir de su ejercicio. Esto es lo más doloroso y trágico.

Porque la llamada abstención o votar, en sí mismo, y sin orientación en el liderazgo político de ningún bando claro y comprometido, y en un régimen totalitario, no tiene mayor sentido, salvo esto que presenciamos hace varios días: el hartazgo, desánimo, desinformación e incertidumbre de millones de venezolanos que se encuentran sobreviviendo en los basureros de ciudades, pueblos y olvidados caseríos de la república.

Nadie, ningún grupo, partido político ni líder alguno, puede afirmar que ha triunfado el abstencionismo. La abstención, en absolutamente todas las partes del espectro de votantes, ocurrió porque la población, hastiada, humillada, vejada, y harta del manoseo partidista, simplemente hizo lo que hace todos los días desde hace años: sobrevivir, buscar comida, agua, alimentos, medicinas, implorar a los jefes comunales, unos, otros a los ‘enchufados’ opositores, para resolver su día a día.

Por eso afirmamos que la sociedad venezolana, como la francesa, italiana, alemana, en los días de la Segunda Guerra Mundial, ha cambiado libertad por sobrevivencia. Esta es la realidad del hoy, de este momento, y que cada hora (no cada seis meses) se agrava para millones de niños hambrientos, enfermos crónicos, madres e hijas que, ya sin más nada en sus haberes para llevar el pan a sus hijos, se despojan de sus harapos y entregan sus esqueléticos cuerpos al mejor postor.

Se prostituyen como lo hicieron muchas europeas en la guerra, por una barra de chocolate o unas medias panty, pero acá lo están haciendo por un kilo de harina de maíz precocida, un kilo de arroz, o por un blíster de antivirales. Otros venden su sangre, a razón de 10$ el litro.

Poco más del 70 % (-yo afirmo que está sobre el 90 %) se abstuvo de acudir a votar por lo que anteriormente he descrito, y eso sin nombrar los poco más de entre 500-700 venezolanos que cruzan, todos los días, por caminos ilegales, las fronteras de Venezuela, sea para Colombia, Brasil, e incluso, a costa de los inhumanos tratos que saben que recibirán en Trinidad-Tobago, por el racista gobierno imperante.

Ya no se trata de valentía, de tener ‘agallas’ para enfrentar a estos pandilleros instalados en Miraflores y sostenidos, como cada día es más evidente, sea por los militares de las cuatro fuerzas, como el resto de paramilitares, bandas y megabandas de narcotraficantes y grupos del terrorismo internacional, junto con fuerzas militares extranjeras acantonadas e infiltradas en calidad de ‘asesores’ en absolutamente toda la estructura del Estado.

Tampoco se trata de resistir, persistir hasta vencer, porque hasta finales de 2019, Venezuela vivió, año tras año, de manera evidente, pública, notoria y comunicacional, movimientos de protestas multitudinarias, con un costo de miles de vidas, entre asesinados, heridos, mutilados, minusválidos, desaparecidos, secuestrados, torturados (hasta varios perros se encuentran todavía detenidos por razones políticas). Sin mencionar los millones de niños y ancianos desnutridos, malnutridos y abandonados, sea por sus familiares como por el Estado.

La sociedad venezolana, hoy, desamparada por el liderazgo político, se enfrenta sola a su destino incierto. Asumiendo lo fuerte y terrible que pueda significar, debo afirmar, que con una pérdida de masa muscular (en promedio oscila entre 12-14 kilos), totalmente desarmada, con una altísima incertidumbre y agudos procesos psicológicos que alteran su mente; la gran mayoría de los venezolanos, en la práctica, hemos progresivamente cambiado las prioridades para superar esta crisis humanitaria.

La prioridad básica, vital, es la sobrevivencia. Amanecer vivo porque no sabemos si mañana podremos abrir los ojos. Comer. Encontrar las medicinas.

La libertad, la democracia son, hoy, un sueño que cada vez se aleja y se desdibuja y se va convirtiendo en un ‘tal vez’ que posiblemente alcanzaremos. Muchos ya sienten, porque lo están viviendo, que no lo lograrán. Otros, niños y preadolescentes, se malacostumbran a una vida de miserias, al espacio mental y físico de la marginalidad.

Me niego a asumir esta verdad. Pero la realidad, tan lacerante y obvia, me restriega en el rostro su lapidaria verdad; ‘como un paseo burlón de un líder populista con camioneta blindada’.

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