Opinión

Lecturas de papel: Lanzados a la mar

La frontera este venezolana siempre ha sido una zona sin mayor interés económico ni político.
Juan GUERRERO
miércoles, 25 noviembre 2020

A mediados del siglo pasado era inmenso el caudal de trinitarios que transitaban por la frontera entre Trinidad y Venezuela, al este del país continental.

Hasta Güiria iban a dar los migrantes trinitarios en busca de mejores oportunidades para vivir. Era el tiempo de un país relegado y olvidado.

Trinidad y peor, Tobago, no importaban a nadie, así como su empobrecida población, que vivía soñando con el paraíso venezolano, y, mientras ello ocurría, se dedicaban, gran parte de su población, al contrabando del güisqui y cigarrillos.

La frontera este venezolana siempre ha sido una zona sin mayor interés económico ni político, hasta mediados del siglo pasado, cuando, por litigios de límites con la naciente república de Guyana, despierta cierto interés la isla olvidada de Trinidad.

Uno de los miles de trinitarios que fueron a terminar viviendo en Güiria, antes, pasando por las peligrosas aguas de Bocas del Dragón, y los caseríos de Chacachacare y Macuro, fue el sastre, Cirilo de la Fayette, el padre de mi cuñado, Hermes Bravo Brito.

Como todo trinitario de esos tiempos, Cirilo, una vez en ‘territorio de nadie’ cambió su afrancesado apellido y se rebautizó como, Eusebio Bravo.

De la isla de Trinidad se trajo después a su esposa, Estílita Britto (apellido asentado después en los registros notariales venezolanos, como Brito) con su primogénito, a quien le decíamos cariñosamente, Filo.

La familia transitó por Güiria, Pedernales, Tucupita, Ciudad Bolívar hasta asentarse en Maracaibo, donde Eusebio terminó trabajando en la industria petrolera como la inmensa mayoría de sus paisanos.

Al final de su vida, montó una agencia de festejos en Cabudare, y luego, terminó sus días en Paso Real, cerca de Cubiro, en el estado Lara.

Esta historia como otras más, ilustra la dinámica de una sociedad separada por límites impuestos por poderes externos a la cotidianidad de los espacios naturales donde los seres humanos ancestralmente se han desenvuelto.

Este es el caso de un territorio arrebatado por un imperio a otro, donde han sido los naturales habitantes quienes al final terminan divididos y hasta enemistados por decisiones ajenas a sus vivencias.

Es que Trinidad y la otra isla, Tobago, pertenecieron hasta finales del siglo XVIII a la Capitanía General de Venezuela, por lo tanto, espacio territorial del imperio español.

Tanto es así, que en su inicial desarrollo allí de asentó la primera imprenta y se editó el primer periódico de que tengamos información, El Correo de la Trinidad Española (1789) en español y francés.

Hasta mediados del pasado siglo, como hemos comentado, por el estrecho de las Bocas del Dragón, en el golfo de Paria, y en la parte sur, hasta Pedernales, existió una afluencia de migrantes que desde Trinidad iban y venían, igual los venezolanos, en unas tierras que, desde mediados del siglo XVI, eran transitadas como un solo y único espacio.

Por ello asombra la frialdad de un acto tan monstruoso que por estos días ha ejecutado el gobierno trinitario, al devolver, en dos endebles embarcaciones, a 16 menores de edad (varios de ellos con apenas meses de nacido), solos, apenas acompañados por los motoristas mientras sus progenitores permanecen detenidos, por entrar ilegalmente a su territorio.

Ya en meses recientes las organizaciones de defensa de derechos humanos, entre ellas ACNUR, han advertido sobre la delicada situación, (tráfico de seres humanos, mujeres, para la prostitución), donde se está usando a menores de edad como mano de obra en condiciones de semi esclavitud.

De igual manera, varias embarcaciones han naufragado mientras intentaban llegar a territorio trinitario, y decenas de personas se han ahogado o se encuentran desaparecidas.

Es significativo resaltar que la ONU, a través de sus agencias de socorro, efectuaron donaciones para que el gobierno de Trinidad atendiera y diera refugio temporal a los migrantes venezolanos por razones humanitarias.

Resulta insólito que al momento de escribir estas líneas (ya han pasado más de 24 horas desde que el gobierno de Trinidad-Tobago, decidió ‘deportar por mar’ a esos 16 menores de edad), no se sepa si llegaron vivos a territorio venezolano.

Peor aún, ninguna autoridad venezolana, institución e incluso, líderes de partidos políticos, han alzado su voz para denunciar semejante crueldad contra ciudadanos venezolanos.

Atrás quedaron las naturales y hasta familiares relaciones, (muchas consanguíneas) que existían entre nacionales trinitarios y venezolanos, cultivadas por siglos.

Las aberrantes decisiones de gobernantes, lanzan a seres humanos al extremo de aventurarse a la mar, en frágiles embarcaciones para salvar sus vidas. De donde proceden es peor la vida, pero en este caso, el resultado es doblemente aterrador e inhumano.

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