Opinión

Las colas de la gasolina

Nadie se equivoca ni descubre el agua tibia cuando dice que ellos son los responsables.
José Viznel ÁLVAREZ
lunes, 06 enero 2020

Las colas para echar gasolina son uno más entre la infinidad de problemas que tenemos que afrontar cotidianamente. Que sean consecuencia de las malas políticas del gobierno de Maduro o de las sanciones unilaterales de EE. UU. contra el Estado venezolano, y por extensión injusta y criminal contra quienes habitamos este país, no es el tema específico de este escrito aunque sean realidades consortes, sino las personas que intervienen en el acto de surtir la gasolina, léase los dueños de las bombas, los bomberos, las autoridades civiles y militares nombradas para coordinar el proceso, y el cardumen de aprovechadores de oficio que habilidosamente se infiltran en lo que eufemísticamente he bautizado como “Equipos de apoyo”, grupos de personas (No afirmo ni niego que haya excepciones) cuya carencia de empatía los vuelve sumamente diestros y fríos a la hora de anteponer intereses inconfesables por encima del derecho y el sacrificio de las personas que pasan horas y días esperando el turno que les corresponde.

Nadie se equivoca ni descubre el agua tibia cuando dice que ellos son los responsables directos del desorden para echar gasolina, pero lo insólito es que pareciera no haber autoridad que los supervise y controle, o que éstas yerran al designar a las personas menos idóneas para tal misión, y peor es que nadie sabe ante quien quejarse o denunciar la violación a los derechos humanos en que incurren estas personas, mientras que con paciencia monástica la mayoría esperamos que llegue la dichosa gandola, un acontecimiento que tiene el poder de suavizar humores y calmar angustias, pero efímero porque desaparece casi de inmediato cuando decenas de vehículos aparecen de la nada para recibir “apoyo”, en las propias narices de quienes lo aceptamos pasivamente por temor a quien no merece ser temido.

Para ellos es indiferente que en la cola haya enfermos o ancianos. Yo por ejemplo estoy en pleno disfrute de mi segunda juventud, gracias a Dios con fuerza, buena salud, y deudas por saldar sólo con Dios y con mi madre a quien jamás podré pagar tanto amor; una persona de carácter pacífico y ánimo siempre dispuesto a sobrellevar la situación sin estar peleando con nadie. Pero todo en esta vida tiene un límite, y mi paciencia llegó al suyo el pasado sábado 14 de este mes de diciembre de 2019 en la bomba Tepuy, ubicada en la avenida Libertador de Ciudad Bolívar, a la altura de la PTJ.

Esa vez comencé a hacer la cola a eso de las 2pm del viernes. Venía de una paliza de 12 infructuosas horas que recibí el miércoles anterior en la bomba 700, que, dicho sea de paso, cuenta con el “Equipo de apoyo” más conspicuo y efectivo de la ciudad; es decir, que para cuando llegó la gandola a las 3pm, mis huesos tenían un acumulado de 36 horas de cola efectiva y 4 días sin poder movilizarse en el carro, una situación a la medida para exacerbar tensiones de tanto caminar de aquí para allá y de tratar de descansar en posición de astronauta en los asientos del vehículo. A las 11 de la mañana recibí mi boleto a la gloria en forma de número 60 pintado de blanco sobre el parabrisas, un simple número que tiene la mágica gracia de espantar el cansancio y el hambre, y más cuando la cola empieza a moverse y todos ponemos a andar los motores como si se hubieran abierto las compuertas del paraíso.

Sin embargo, como ya he apuntado antes, ese entusiasmo dura poco porque desde el primer fogonazo de euforia hasta que el pico del surtidor comienza a verter gasolina en las entrañas del tanque, pasará más tiempo del que ilusoriamente uno calcula, puesto que incluso antes de que la cola avance un metro muchos apoyados habrán surtido previo cumplimiento de lo acordado, y así se sucederán largos y angustiosos intermedios en los que aquellos harán de las suyas en impune detrimento del derecho y la paciencia de la gente de la cola, tal como sucedió conmigo el pasado sábado 14 cuando decidí apagar todos los circuitos de la mansedumbre y el pacifismo.

Sucede todos los días, pero esa vez el área completa de la bomba y sus alrededores era el epicentro del mayor desorden imaginable, parecía que en esa fecha todos los integrantes del “Equipo de apoyo” tenían luz verde para convertir diciembre en el agosto más productivo de la década, merced a un enjambre de carros semejante a un panal atiborrado de abejas de distintas especies. En ese estado de indignación me dirigí a un militar que fungía como jefe de aquel caos, y no más dirigirme a él con algunas partículas de cortesía que me quedaban, fui agredido con gritos, expresiones altisonantes, contacto físico y groserías que no voy a reproducir aquí, a lo que tuve que responde de igual manera como nunca antes lo había hecho en mis casi 6 décadas de existencia que yo recuerde. Afortunadamente por alguna razón mi reclamo hizo el efecto deseado, pero con el penoso detalle de que esa persona vestida de uniforme e investida de autoridad por sus superiores jerárquicos, accedió a pasar a los que teníamos 2 días en la cola, luego de proferir repetidas veces una triste expresión que dejó boquiabiertos principalmente a sus subalternos: ¡Ahora sí vamos a pasar a los de la maldita cola! –repetía encolerizado-. ¡Feliz Navidad! viznel@hotmail.com

 

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