La transición necesaria
Cuando alguien fallece algunos acostumbramos decir que transitó, una forma metafórica que aplica tanto al estado del alma del difunto como a otros múltiples eventos que nos conciernen mientras estamos vivos.
Las acepciones que los diccionarios dan a esta palabra aluden al cambio de un modo de ser a otro, o al estado intermedio entre dos etapas, tal es el caso del cambio prometido por la revolución bolivariana, la cual ha transitado bajo feroces ataques y escasísimas posibilidades de acuerdo y reconciliación con quienes han escalado a la infamia de implorar una invasión militar contra su propio país, como vía de tránsito desde una supuesta y fantasiosa usurpación hacia un gobierno sumiso al imperialismo norteamericano.
Y sí, ciertamente es necesaria una transición, desde el principio la hemos necesitado; un cambio radical de conciencia en las personas, especialmente en quienes ejercen funciones de dirección y administración de los poderes públicos, sean estos de elección popular o los demás componentes de las estructuras institucionales.
Es una propuesta de extraordinaria dificultad, considerando que de la realidad se desprenden falsedades y verdades que cada quien ataca y defiende en un absurdo viceversa de contradicciones irreversibles, lo cual es una lástima porque con la transformación individual positiva el cambio colectivo es inevitable, y se amplían las posibilidades de la verdadera transición que necesitamos como nación.
¿Qué razones tenemos para exigir este tipo de transición?
Si bien quienes apoyamos la revolución bolivariana llevamos en el tuétano el rechazo a la oprobiosa cuarta república; si el torrente de nuestras venas se hace uno para levantar el muro antiimperialista por la dignidad de nuestro país y de toda América Latina; si bien estamos dispuestos a soportar estoicamente las peores calamidades si con ello contribuimos a defender nuestra patria; si hemos padecido odio y agresiones personales por defender la posibilidad actual y cierta que tenemos de construir el socialismo como medio para crecer y hacernos prósperos en todo sentido como ejemplo para las demás naciones; si bien eso es así, hay una verdad enorme que se yergue sobre este panorama: la inmensa mayoría somos gente honesta que no merecemos ni estamos dispuestos a consentir que las mismas sinverguenzuras que tanto repudiamos, sean la moneda que marque el curso común en esta etapa histórica en la que hemos puesto nuestra esperanza.
Lamentablemente eso sucede en todos los niveles de gobierno, de hecho la práctica de este tipo de conductas en los niveles básicos de gestión se ha convertido en un reflejo fidedigno de ejemplos que llegan desde las altas jerarquías, una escalera en la que pocos escalones parecieran guardar diferencias perceptibles con la etapa republicana que en principio se quiere superar.
Pero dicha conducta no se relaciona solamente con los fondos públicos, ni con el catálogo de tipos delictivos de corrupción, no, imagínese la montaña de leyes que tenemos en el país, luego visualice a un funcionario público equis, preferiblemente uno hinchado por un cargo que le insufla una especie de poder sobrenatural; imagínelo de pie frente a ese masivo bloque legislativo, luego deje correr la cinta y lo verá dándole una patada a aquel monumental estorbo de papeles y tinta que limitan su filosofía de gestión y visión de vida, abriéndose paso hacia el cómodo terreno de sus conveniencias y caprichos, sin conciencia revolucionaria que lo ataje ni remordimiento moral que lo perturbe.
Esa es una realidad innegable que expreso dejando a salvo a quienes en su trinchera de auténtica lealtad, cumplen sus funciones con esmero y honestidad.
Aceptamos la promesa de enmendar errores y rectificar políticas; aceptamos como cierta y evidente la guerra económica despiadada a la que estamos siendo sometidos desde hace años por parte del imperialismo, pero no podemos aceptar que mientras la mayoría hacemos el sacrificio por la situación que engloba todo lo anterior , unos oportunistas sin escrúpulos no solo se enriquezcan con los recursos públicos mediante el abuso de poder, extralimitación de funciones, trafico de influencias, etcétera, sino que con su conducta además contribuyan a intensificar el descontento del pueblo, y con ello a profundizar la desestabilización del país.
Es una situación que se percibe como que desde el imperio nos acechan y desde adentro nos cosechan. En ambos casos hay que hacer que saquen sus manos de Venezuela, no vaya a ser que antes de que se produzca la transición necesaria de conciencia, primero llegue el cambio que tanto buscan los que según la consigna, no volverán.
viznel@hotmail.com
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