La política de la decencia: un camino que también necesita Venezuela

En un clima político cada vez más marcado por la confrontación, la descalificación personal y la polarización vacía, un gesto en la política colombiana ha dado un ejemplo que bien podríamos replicar en Venezuela. Se trata de la iniciativa del precandidato presidencial David Luna, quien instaló una valla publicitaria en Bogotá con un mensaje tan simple como poderoso: “Yo no cancelo, yo convoco”, acompañado de un adjetivo positivo para cada uno de sus contendores. Una pieza que celebra el respeto por las ideas, incluso en medio de las diferencias, y que ha generado reacciones virales por su audacia y su altura.
Luna no hizo esto por cálculo, sino por convicción. En sus propias palabras, “Colombia no necesita más odios, sino más liderazgo y sentido común”. Su apuesta no es por ganar gritando más fuerte, sino por construir desde el diálogo, la tecnología y las soluciones concretas. No se presenta como el salvador ni como el antagonista de nadie, sino como un ciudadano dispuesto a debatir, proponer y reconocer lo bueno incluso en sus adversarios.
Este gesto debería hacernos reflexionar, en especial a quienes vivimos la política venezolana en carne viva. En Venezuela la política ha sido, durante demasiado tiempo, un campo de batalla en lugar de un espacio de encuentro. El conflicto ha sido el centro del discurso, no una herramienta para superarlo. Se nos enseñó a desconfiar, a etiquetar, a desprestigiar y deshumanizar al otro. Nos hemos acostumbrado a creer que solo hay dos bandos posibles y que hablar con el otro es traicionar nuestros principios.
Pero esa lógica, que parecía necesaria en los momentos más duros, ya no sirve para construir el país que queremos. No podemos seguir atrapados en la trampa de los extremos, en el ciclo interminable de la revancha, en la política del “todo o nada”. Venezuela necesita y merece una política distinta: una política de la decencia, donde el respeto vuelva a ser la base del debate y no una excepción.
El ejemplo de David Luna no es una anécdota superficial ni una jugada estética. Es un mensaje profundo: sí es posible disentir sin destruirse. Sí es posible ver al adversario como un ser humano con ideas, no como un enemigo a eliminar. Sí es posible debatir con firmeza, pero sin odio. Y, sobre todo, sí hay un camino que no depende de los gritos, sino del entendimiento.
En Venezuela estamos entrando en una nueva etapa política: con más pluralidad, más matices, más liderazgos en construcción. Esta es la oportunidad perfecta para replantearnos cómo queremos hacer política en adelante. Si volvemos a caer en la lógica de la descalificación total, oficialista u opositora, estaremos repitiendo los errores que nos han traído hasta aquí. No hay país posible sin puentes. No hay reconciliación sin diálogo. No hay futuro sin respeto.
Quizás sea el momento de que nuestros líderes, desde todos los sectores, se atrevan a decir lo mismo que dijo Luna: “Tenemos que ser capaces de ver lo bueno del otro, en medio de las diferencias y por encima de las ideologías.” Porque eso también es hacer política. Es la única política que vale la pena.
Venezuela no necesita más enemigos. Necesita más ideas, más humanidad, más conversaciones. Necesita menos vallas que dividan, y más vallas que convoquen. Sí hay un camino, y empieza por cambiar el tono.
Andrés Silva Ayala
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