La incierta certidumbre
“ con paz, pan y guarapo!”
Desde cuando era niño escuché la expresión “lo único seguro en la vida es la
muerte”, con la que mi imaginación infantil hacía elaboraciones fantasiosas sobre el término de la vida y lo que era estar en un espacio-tiempo y luego, dejar de estar.
Años después con el juego de la conjugación de los verbos ser y estar y con el ser y el no-ser de los griegos, el juego imaginativo se amplió al ontológico ser y
dejar de ser, con lo cual en la vida me fui elaborando caminos radicales pero no dogmáticos.
Desde el momento cuando el óvulo fértil es fecundado y se produce el chispazo de la vida como un estallido cuasi-milagroso, está inscrita la finitud en el ser que anuncia esa vida, junto a los genes que le acompañarán durante su devenir existencial.
Por lo que la muerte es una compañera inseparable de la vida, que anda con ella como una certidumbre vital; de modo pues que se puede concluir, que el ser vive hasta que se muere.
En nuestra condición de seres humanos, con esa certidumbre absoluta del hecho de la muerte, que acontecerá irremisiblemente, entra a jugar la incierta respuesta al ¿cuándo?, ¿a cuál edad?, ¿de cuál manera o circunstancias?, ¿en cuál lugar?, ¿cerca de quiénes o en soledad?, ¿podré percibir su advenimiento o será intempestivo?, ¿dará ocasión para prepararnos?, ¿de quiénes nos gustaría despedirnos?, ¿habremos alcanzado nuestros propósitos antes de que acontezca?, ¿será un momento de violencia, de intranquilidad o de temor?, ¿podré morir en paz?, ¿esa muerte podrá dejar paz?
Todavía más compleja en la inquietud sobre la existencia, es la pregunta, ¿qué hay después de la muerte? o es sólo dejar de ser?. Inquietud que nos vincula con una cultura, con su visión de la vida y de la muerte y desde allí con la diversidad de culturas y sistemas de creencias, que en el proceso histórico de la humanidad se han confrontado, defendiendo o combatiendo, visiones sobre la vida y la muerte.
En todas las épocas y culturas el alumbramiento de la vida así como la muerte y los muertos, están inmersos en una ritualidad de la cual deriva una cierta
sacralidad o condición de espacio a su cuidado, memoria y celebración.
El modo como nos vinculamos con los otros humanos, con los otros seres vivos y con la naturaleza, dará significados distintos al hecho de la muerte en la realidad mágica del vivir humano de nuestras vidas.
Esta nueva época que marca el Gran Confinamiento Planetario impuesto por la pandemia del coravirus-19, que nos conecta globalmente en una situación de amenaza colectiva, nos obliga a aislarnos, a mantener distancias, a estar atentos a síntomas y también a situaciones asintomáticas y a la responsabilidad de cuidarnos y cuidar a los otros, para superar esta acechanza a la salud de la vida como posibilidad anunciada a la certidumbre de la muerte.
Cuando nos informamos del fallecimiento de un familiar, un vecino, un amigo o un conocido, es decir, cuando la muerte deja el número frío de la estadística para aparecer en el cálido rostro del reconocido, se renuevan las preguntas e
inquietudes.
Además, en esta época se rompieron los rituales que la sociedad nos daba con el encuentro en velorios, entierros, pésames y otros, donde la convocatoria permitía las conversaciones que daban distracción a la inquietud; ahora es más difícil ser indiferentes a la certidumbre de la muerte y ella se incorpora a las inquietudes que el aislamiento y la subsistencia nos provocan.
Algunos lo asumen con una alteración tal, que alcanza a la angustia patológica, en la sobre excitación paranoica o en la inmovilidad depresiva; debemos cuidarnos y estar atentos para no agravar los efectos de la pandemia.
Superadas las patologías hay que abordar el asunto, para vencer la vecindad de la muerte, para vivir la vida hasta morir; para vivir al mismo tiempo de hacer consciencia de su impermanencia.
Algunas consideraciones son esenciales, la primera es que hoy y aquí estamos
vivos, por tanto debemos aprovechar la vida, realizar las tareas para honrar el
regalo de la vida; la vida es el amanecer.
La segunda, somos mortales y serlo nos impulsa a vivir significativamente. La tercera, me contento de estar vivo y expresarlo le da contentamiento a los que quiero y me quieren; ese estado de consideración al otro, nos da oportunidad para dar y recibir felicidad, incluso con aquellos quienes aun cuando habitan en lugares distantes, no estamos lejanos.
Nos toca hacer otra consideración esencial, cuando vivimos en la consciencia de estar en armonías con nosotros mismos, con los que queremos y con el
entorno, recuperamos el ánimo, asumimos la capacidad para transformar la
realidad, para superar la adversidad y darle significación a nuestra vida.
Tocamos lo esencial. Nuestra madre, una llanera venezolana, nos repetía
amorosa …con paz, pan y guarapo. En la paz reside la profundidad.
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