Opinión

La gallina degollada (Anecdocuento)

A las dos de la madrugada la parranda estaba más prendida que el incendio de San Francisco.
José Viznel ÁLVAREZ
lunes, 02 marzo 2020

La coincidencia de este título con el del famoso relato de Horacio Quiroga obedece a cómo el destino de un inocente bípedo del sexo femenino corrió en paralelo con la violación de una norma de condominio, que prohibía alquilar apartamentos a estudiantes para evitar precisamente situaciones como la que aconteció aquella vez en un elegante conjunto residencial de la ciudad de Mérida, y en la cual tuve mi cuota de participación como invitado al evento.

A las dos de la madrugada la parranda estaba más prendida que el incendio de San Francisco. El motivo: José María y el loco Antequera, un par de aves de rapiña más aficionados al bonche y al relajo que al estudio de la ciencia médica cumplían año ese mismo día, inmejorable ocasión para hacer gala de su acentuada inclinación al bochinche como aquel que sucedió en el apartamento de Gustavo, un motolito de oficio heredero de una inteligencia apropiada para el oficio de estudiante, pero tanto o más entusiasta que los antes mencionados individuos en cuanto a programas que involucrasen alcohol, música y mujeres, que había conseguido alquilar ese inmueble mediante interpuesta persona, a quien juró por su madrecita linda y todas las cruces de la colina bendita, que jamás lo haría quedar mal ante los habitantes del exclusivo conjunto residencial.

Antes de que empezara el bonche, recolectaron las plantas conque los vecinos ambientaban los pasillos, y los pasaron para el apartamento con la intención de darle calidez a los espacios para agradar a los invitados, quienes como buenos ciudadanos contribuyeron generosamente con bebida y diversas especies culinarias. Por su parte, a pesar de que andar limpios era su estado natural, los cumpleañeros compraron las botellas de ron más grandes que el mercado licorero ofrecía para la época, e incluso se aparecieron con unas gallinas de dudosa procedencia que metieron en un gabinete debajo de la cocina, dizque para hacer un sancocho al día siguiente.

A las 4 de la mañana el zaperoco era más soberano que el bravo pueblo, el volumen subía y bajaba a capricho del que pasaba al lado del equipo de sonido, la caña había sido repuesta por una comisión designada especialmente para tal fin, y los pasapalos parecían haber sido arrasados por un equipo completo y reforzado de chupacabras. Hasta que sonó el timbre. Eran los vecinos, una especie de grupo comando somnoliento y ojeroso que eran la viva estampa de la familia Adams, versión zombi, todos encabezados por un iracundo militar que vivía en el piso de abajo, armado con un palo y más arrecho que un rottweiler.

Lo que sucedió a continuación quedó registrado para siempre en la memoria histórica del condominio. Los ánimos se caldearon apenas José María abrió la boca. El del apartamento de al lado, un reputado cirujano de la ciudad que a lo mejor tenía operaciones programadas para ese día se fue a las manos con su futuro colega, Gustavo hizo lo propio con el militar, y los demás invitados con el resto del edificio.

Cuando escuchó la trifulca el loco Antequera estaba en la cocina terminando de recargar la nevera con cervezas, y no se le ocurrió otra que meter la mano en el gabinete buscando armarse con un sartén y lo que agarró fue una gallina, pero sin tiempo que perder salió con el aterrorizado bípedo prensado por el pescuezo y se lo batió por el pecho a una de las víctimas de nuestro propio escándalo, que quedó con la gallina aleteando entre sus manos en una especie de vuelo estacionario y errático, regando con sangre los 360 grados del espacio donde tuvo lugar la reyerta que luego sería bautizada como “La batalla del pasillo”. La última pincelada del dantesco cuadro la dio el mismo loco Antequera cuando le lanzó al militar la tibia cabeza de la desdichada gallina, inocente plumífero que no tuvo con qué pensar en una razón lógica que justificara su infortunio, ni oportunidad de predecir el indecoroso final que el destino le había deparado. (Ciudad Bolívar-2020-Memorias de la ULA-Mérida-1986). viznel@hotmail.com

 

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