Opinión

La fe que piensa: Un Dios apasionado

"Este estilo de Jesucristo es evidentemente una Buena Noticia para el género humano"
jueves, 11 abril 2019

I

La religiosidad popular venezolana inaugura la Semana Santa con el “viernes de concilio”, o “viernes de dolores”, como también se le conoce. Se trata del viernes previo al Domingo de Ramos, o celebración litúrgica que rememora el ingreso triunfante de Jesucristo a Jerusalén. Las lecturas respectivas enfatizan la muerte atroz del inocente, y cómo esa muerte injusta supone nuestra salvación.

II

El Dios a quien profesamos nuestra fe es un Dios “apasionado”. Existen religiones cuyos dioses, una vez que han creado cuanto existe, se “desentienden” de su creación. Son apáticos, desapasionados y desinteresados de la suerte del hombre. Qué pueda sucederle al ser humano, no es de su incumbencia, pues están ocupados en otras cosas o realidades. El Dios cristiano, en cambio, custodia permanentemente de nosotros, cual padre solícito que atiende debidamente de sus hijos. Se alegra con nuestros triunfos, le duelen nuestras penurias. Los dos grandes pilares en que se funda nuestra son, entonces, la creación de todo cuanto existe, y la encarnación del Hijo de Dios, es decir, que Dios se haya hecho hombre en la persona de Jesucristo. Nuestro Dios, además, está tan involucrado con nuestra historia, que asumió como suya la causa de Israel, liberándolo de dominaciones, acompañándolo en su regreso a casa, después de haber sido deportado, y dándole la Tierra Prometida. Por lo que a Jesús respecta, la salvación divina pasa ahora por su persona. En nuestro caso, ello significa que el Señor coloca en nuestras manos la posibilidad de desarrollarnos al máximo, a ejemplo suyo. Este desarrollo humano tiene que ver con llevar hasta sus últimas consecuencias nuestra vocación de hermanos entre nosotros, así como lo es Jesús de Nazaret, y nuestra vocación de hijos, siempre bajo los criterios irradiados por Jesús.

Este estilo de Jesucristo es evidentemente una Buena Noticia para el género humano, precisamente porque abre nuevas posibilidades ante una historia que suele cerrarnos opciones de vida. Es asimismo Buena Noticia porque relativiza todo absolutismo y/o radicalismo humano, que suele endiosar sujetos, que terminan restándonos libertad e incluso determinando nuestra muerte.

III

Como nunca antes nuestra situación nacional se ha desdibujado de tal forma, que ha comportado tanto sufrimiento y pesar especialmente para la población más desfavorecida que, hoy día, representa la inmensa mayoría del pueblo venezolano.

Lo que llamamos usualmente “Semana Santa” es la celebración litúrgica de la “pasión” del Señor, es decir, de su muerte y resurrección. El nuestro es un Dios apasionado porque “padece” la “pasión”: sufre hasta llegar al patíbulo. Jesús padece tanto que esta pasión lo conduce a la muerte. El otro sentido que adquiere el hecho de que nuestro Dios sea un Dios apasionado, tiene que ver con el amor que nos profesa desde que nos creó. Dios nos ama ilimitadamente. Es tal su amor por cada uno de nosotros que no tiene miramiento alguno a la hora de aceptar la vida de Jesús como prenda de salvación nuestra. A diferencia de los ídolos, que nos matan para poder vivir ellos, Dios está dispuesto a morir para que nosotros tengamos vida, y vida en abundancia.

IV

Las lecturas que nos acompañaron durante la Cuaresma, y las que nos seguirán acompañando a través de la Semana Mayor, pareciera reflejan nítidamente la crisis que padecemos, pero también nos muestran el sentido correcto que hemos de dar a lo experimentado para poder sacar provecho, y así no perder el Norte de la fraternidad y la filiación.

Al momento de escribir estas líneas, se dio otro apagón que mandó a la oscurana a veinte estados. La energía eléctrica se ha restablecido poco a poco, dándonos a entender lo que ya dijera en otra ocasión: las fallas en el suministro de los servicios de luz y agua no son sino una pálida aproximación al desastre que vivimos los venezolanos. El mal que causa es letal, pues toca irremediablemente nuestro interior, propagando la falta de luz, de brillo en nuestras almas inmortales. Continuar día a día no es sencillo. En esta lucha diaria por mantenernos en pie, es donde se palpa la presencia divina que nos sostiene con pasión, como sumo amor, pero también solidariamente compartiendo nuestras vicisitudes, a ejemplo del protagonista del Canto del Siervo Sufriente del profeta Isaías, que no apartó el rostro a quienes se ensañaban contra Él. Jesús es el “varón de dolores”, cuya vida cobró nueva luz en el crisol de su pasión y que rompió los lazos de la muerte, que nos amarraban con la desesperanza, dejándonos cansancio e impaciencia que culminaban en una actitud desagradecida para con la vida que nos ha tocado vivir, y nos colocaban en una existencia carente de sentido. Lo de Dios es devolvernos el sentido de la Vida. El dolor y la muerte no son nuestro punto de llegada. La maldad no llegó para quedarse, ni es el modo de relacionarnos. Dios encara decididamente el mal histórico, venciéndolo. Este modo de proceder marca un hito en la historia de la Humanidad, que nosotros concentramos en la máxima “hay que vencer el mal a fuerza de bien”. Lo hizo el Señor, y lo hacemos nosotros. Lo hizo el Señor, dejando de lado su condición divina, para asumir nuestra condición humana de forma solidaria. Lo hacemos nosotros cuando no nos encartonamos en posturas deshumanizadas, y ofrecemos alternativas a la situación que injustamente padecemos. Jesús va camino a su pasión. Su vida —y su muerte— traerán la paz al pueblo. El Espíritu Santo acompaña a Jesucristo, que tiene su mirada puesta en el Gólgota. Él sabe que está a punto de morir, así como está consciente de que su muerte supondrá nuestra salvación. Lo que mejor representa cuanto quiero expresar es la cruz, que de instrumento de muerte para los peores malhechores, se convirtió en símbolo de la redención del mundo. Nosotros experimentamos la pasión de Dios, mediante nuestros sufrimientos. No perdamos de vista al Dios apasionado, que tanto mal histórico no comprometa el amor, motor de esta historia, que llevamos alojado en el propio pecho.

 

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