La fe que piensa: Pan y vino
La iglesia católica se toma su tiempo antes de devolvernos al “carril” del Tiempo Ordinario, sacando provecho de los distintos misterios que componen nuestra fe.
Se pretende con esto mantener un clima especial, propio de quien vuelve sobre las cuestiones fundamentales de esta vida y de nuestra religación con Dios, mediante fechas y festividades particulares.
A este respecto, el domingo próximo estaremos reflexionando sobre la presencia real de Jesucristo, que está en medio nuestro en forma de pan y vino.
Comida como bendición
En el libro del Génesis aparece Melquisedec, un personaje peculiar de suma importancia para los cristianos, que creemos en Cristo sacerdote. El sacerdocio de Cristo además es el punto de apoyo para algunos de nosotros que hemos escogido este estilo de vida como manera concreta de servir a Dios y a las demás personas.
Antes de la aparición de Jesús, el sacerdocio en Israel era hereditario, o sea, para “optar” por este tipo de ministerio había que pertenecer a una tribu determinada y que el padre biológico fuese sacerdote. Esta era una condición ineludible para ser sacerdote entonces. Jesús no cumple con este requisito, dado que su “Papá” no fue sacerdote. Es aquí donde se introduce una novedad con la figura de Melquisedec, pues fue sacerdote, pero nadie sabía cuál fue su origen ni de quién era hijo: Jesucristo es Sacerdote de mismo modo que lo fue Melquisedec.
Este misterioso personaje comparte la mesa con Abraham —pan y vino— bendiciendo; por su parte, en un gesto agradecido, Abraham le dio el diez por ciento de todas sus posesiones. La comida en este caso se convierte en un instrumento mediante el cual bendice a las personas. Y Melquisedec es el responsable de otorgar el “bien decir” de Dios.
En memoria de Él
Si nos centramos en la Carta de san Pablo a los Corintios, tiene en común con la lectura anterior que hay una comida compartida, que Jesús toma pan y vino, y lo da a sus apóstoles. Es el relato de la última cena de Jesucristo en boca de Pablo.
El Apóstol dice que trasmitió esta tradición del mismo modo que la recibió, es decir, es fiel al contenido de la misma: Se trata de una comida de despedida. El Señor Jesús terminará de comer para dirigirse a su Pasión. Acá la comida sirve para comunicar, no solo la bendición divina, sino al mismo Jesús de Nazaret. Desde ese día, los cristianos celebramos la eucaristía “en memoria” suya. Esto quiere decir al menos dos cosas: la primera, rememorar el gesto a lo largo de la historia, como lo ha hecho la Iglesia desde que tuvo origen. La segunda interpretación de “en memoria mía” es la invitación del Señor a hacer con nuestras vidas, lo que Él hizo con la suya. Jesús se entregó por completo de tal manera que, incluso no estando físicamente entre nosotros, sin embargo continúa presente.
Denle ustedes de comer
Finalmente, el relato de Lucas sobre la multiplicación de los panes está compuesto bajo la evocación de la celebración eucarística: Jesús que toma los bienes materiales, los bendice y los da a los discípulos para que ellos, a su vez, los den a los demás, despierta nuestra imaginación y nos coloca en un contexto de una “misa”.
Si la primera comida se da entre dos personas, y la última cena involucra a un poco más de una docena de comensales, la multiplicación de los panes es una comida que se lleva a cabo con una muchedumbre de personas —cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños—. Si la comida entre Melquisedec y Abraham es una bendición y la cena de Jesús con sus amigos es una despedida, la multiplicación de los panes es una llamada acuciante a la solidaridad: la necesidad del hermano me concierne también a mí. El Evangelio explicita que los Apóstoles están preocupados porque la multitud no ha comido, pero ellos no entienden que sea algo de su incumbencia. Por este motivo, piden al Maestro que los despida, para que se procuren comida. Jesús, en cambio, “devuelve el balón” al campo de los discípulos, al recordarles que la suerte de esta masa es también la suerte de ellos.
Abundancia de Reino
El Evangelio según san Lucas se cierra con la constatación de que sobreabundó alimento, que de cinco panes y dos pescados se recogieron luego doce cestos de comida. Donde está presente Jesús y el Reino que Él predica, no hay carestía ni necesidad.
Las dos últimas semanas se han caracterizado por noticias altisonantes alrededor de aproximaciones entre el Legislativo y el sector que se opone, acusaciones de desvío de fondos, de la visita de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, de la cruz del combustible y de las respectivas víctimas fatales que ya ha cobrado y que no parece detenerse, de la venta de reservas en oro, naufragios, etc. Nuestras vidas transcurren inmersos en este maremágnum que nos quita la vida lentamente, se lleva nuestra calidad de vida y nuestras mismas existencias de forma irracional e injusta. Pues bien, en medio del derrumbe nacional vuelve una vez más a elevarse la presencia real del Señor Jesús, con su cuerpo y su sangre.
En nuestra realidad se evidencia la presencia de bribones, aprovechadores de oficio, que hacen de nuestras necesidades su lucro. Los hay a todos los niveles, e incluso están muy bien organizados que puedo afirmar que en Venezuela existe una estructura empecatada, que hace mal a la inmensa mayoría a la que se debe.
Ahora bien, también existe abundantemente tanta gente que está dispuesta a vivir recordando a Jesús con sus gestos y acciones solidarias, que, en primer lugar, quiere decir bendecir y dar agradecidamente; en segundo lugar, significa trasmitir lo mejor de nosotros mismos, y que está presente y actuante en nuestra idiosincrasia y cultura como pueblo. En tercer lugar, estamos hablando de hacer nuestras las necesidades de los demás, y, juntadas con las propias, hacerles frente creativa y solidariamente.
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