Opinión

La fe que piensa: Fuego y división

Me parece que la clave interpretativa más indicada es la elección “definitiva” en favor de Jesucristo y de su proyecto lo que está planteado en la lectura del evangelio.
jueves, 15 agosto 2019

Estamos acostumbrados a un Jesús apacible, siempre dispuesto a comprender a todos, convencido acérrimo de la misericordia que Papá Dios ofrece a través de su persona.

Sin embargo, hay un par de pasajes en el Nuevo Testamento donde el Señor aparece “descompuesto”: es el caso del Vigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, donde vemos a un Jesús ansioso porque la tierra arda con el fuego que ha traído; el Señor —según el capítulo doce del evangelio según san Lucas— no trae paz, sino división.

Se trata de una lectura compleja, que exige oración y apertura mental para procurar entender el mensaje que encierra y que nos concierne por completo a nosotros, cristianos guayaneses.

Me parece que la clave interpretativa más indicada es la elección “definitiva” en favor de Jesucristo y de su proyecto lo que está planteado en la lectura del evangelio.

Que yo me decida de una vez por todas por Jesús de Nazaret supone que alternativas que aparezcan en mi camino deben ser consideradas a la luz de esta elección. Jesús es, pues, un criterio a la hora de tomar decisiones presentes y futuras.

Por otro lado, Jesús se refiere a un bautizo que debe recibir. Se trata de su pasión. Ahora bien, según san Juan Bautista, él bautiza con agua, pero el Mesías —Jesús— bautizará con fuego. Se trata del regalo que nos hará, su Espíritu Santo.

 

MATEN A ESE HOMBRE

La primera lectura hace referencia a Jeremías, profeta del Señor, que incomoda sobremanera a la comitiva de aduladores del gobernante de turno.

Éstos no soportan más la Palabra de Dios y sugieren al rey asesine a Jeremías; éste, volátil como todo gobernante que no sabe gobernar, pone en manos de los dignatarios la vida del inocente, quienes lo sepultan en un aljibe seco, con la intención de que muera de hambre.

Acto seguido, otro intercede ante el rey en favor de Jeremías, contra quien se actuó injustamente. El rey cambia de opinión —gracias a Dios, añado yo—y ordena liberar al hombre de Dios.

Una vez más estamos en presencia de las argucias del poder irracional e injusto, que pretende borrar del panorama todo aquello que lo pone al descubierto.

El modo más eficaz para quien ostenta el poder ilógicamente es acallar la voz del profeta: se le acusa sin pruebas y se le condena sin juicio. Quienes así actúan se sienten fuertes, eternos, intocables, señores del destino y de las existencias de los demás. Deciden quién vive y quién muere.

Los “otros” son traidores; ellos fieles a su señor, gobernante ocasional. Sin embargo, el Señor Dios rescata la inocente del lodazal, reivindicándolo pues le hace justicia. El Señor se coloca de su lado, al actuar de esta forma.

El Señor “resucita” a aquel que estaba condenado a la muerte ignominiosa. Brutal y macabro es morir de hambre y sed. Este es el asesinato que profiere el gobierno del rey Sedecías al profeta.

Pero Dios procede de otra manera.

 

CONSTANCIA

Este es el “estilo” de Dios Padre. Siempre es así.

Él siempre actúa así.

Que sea ese el “ser” de Dios, supone para nosotros una garantía sin par: nosotros, que somos sus amigos y trabajamos entre aquellos que Él más ama, nos sentimos fortalecidos en nuestras decisiones definitivas, porque alcanzaremos las metas que nos establecimos.

Así procedió igualmente Jesús: los pecadores se opusieron al Señor, pero Él nunca se desanimó, sino que continuó adelante, afrontando incluso su pasión.

Ahora bien, que Jesús se haya comportado así hasta el final, es que nosotros podemos vivir con la esperanza firme de que nuestra vida no termina con la muerte, sino que ésta es el inicio de la Vida.

Los procesos generados por sectores bien concretos del quehacer diario buscan desanimarnos, que tiremos la toalla y nos arrodillemos.

Estos procesos buscan minar nuestro espíritu, bombardeando nuestra dignidad. Son procesos que nos sumergen en hoyos donde pasamos hambre y sed, o morimos todos cuando una bala criminal, nocturna, cierra los ojos de un niño y trunca sus sueños de futbolista profesional.

De esa fosa nos rescata el Señor.

De esas necesidades históricas, generadas por venezolanos con nombre y apellido, el Señor nos sacia.

Saciedad y reivindicación son fruto de nuestra constancia. No desfallecemos. No nos detenemos.

Nos mantenemos en pie, de igual modo que Jesús se mantuvo misericordiosamente en pie.

 

FUEGO Y DIVISIÓN

Para la época que le tocó vivir a Jesús, tomar decisiones era más “sencillo”.

Se trataba de escoger lo “bueno”, y negarse a hacer lo “malo”.

Se sabía entonces qué era cada realidad.

Hoy día, es mucho más complejo precisamente porque la realidad y las sociedades son igualmente complejas.

Sin embargo, la decisión fundamental, o primera, es tan actual como en tiempos de Jesús: hoy matizo mis opiniones y juicios sobre acciones propias o ajenas, pero mi decisión fundamental es siempre la misma, es decir, quiero vivir y trabajar en favor del Bien.

Jesús no está apremiado en quemar cuanto existe porque se descubrió un pirómano incontrolable, o desea dividir a las familias (según el relato evangélico), porque es un problemático patológico.

Ambos símiles hacen referencia a nuestras opciones.

El Señor nos dice que no podemos seguir atrasando nuestra decisión fundamental: o con Él, o sin Él.

Si nos decidimos por Jesús y su plan de Vida, chocaremos con opositores al Señor.

Dependiendo de la virulencia de estos “dignatarios”, nuestras existencias estarán más o menos al seguro porque nos relacionamos con auténticos “gorilas”.

Optar por Jesús trae fuego, pero a nuestros corazones.

Es decir, nos empeñamos cual enamorados apasionados a hacer siempre el Bien, independientemente de las circunstancias. Optar por Jesús trae división, pero en nuestras decisiones.

Es decir, estamos claros que queremos escoger siempre las cosas buenas, desechando las cosas malas. Todo lo dicho hasta acá es la consecuencia de nuestra condición de bautizados.

Con otras palabras: somos amigos del Amigo, y aspiramos vivir en todo momento siguiendo las pautas de vida que Él nos trasmitió, y que nosotros asimismo trasmitimos a otros.

 

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