Opinión

La fe que piensa: Es el Señor

"El evangelio del Tercer Domingo de Pascua está tomado de san Juan"
jueves, 02 mayo 2019

I

El tiempo de Pascua supone un momento del todo particular que busca asimilemos el misterio de Jesucristo, que se nos mostró en su muerte y resurrección. El Señor pasó haciendo el bien —nos lo recuerda el libro de los Hechos de los Apóstoles—, dándonos calidad de vida, al poner en nuestras manos un proyecto que apunta a nuestro crecimiento humano, tal y como Él nos mira con sus ojos misericordiosos.

Por lo que a nosotros respecta, el misterio de la Pascua se densifica con el correr de los días, precisamente porque su profundización se hace a partir de nuestro cotidiano. Con otras palabras: nos damos a la tarea de responder quién sea Jesús Resucitado para nosotros, en esta realidad que nos ha tocado vivir: realidad a ras de suelo, que Jesús no desprecia.

Jesucristo resucitó en una tierra donde la mayoría de sus habitantes vivimos con la incertidumbre en nuestras gargantas. El orden político impacta en nuestra economía, y consiguientemente en nuestra sociedad toda. Vivimos de calamidad en calamidad, sin otear siquiera el inicio de las debidas soluciones. El ambiente que nos rodea es el típico de una posguerra, con la pequeña diferencia de que no sabemos lo que sea un conflicto bélico —estrictamente hablando—

II

El evangelio del Tercer Domingo de Pascua está tomado de san Juan. Corresponde al capítulo 21 o “apéndice”, como lo llaman también los expertos: se nota a todas luces que es un añadido posterior a la elaboración del Cuarto Evangelio. Ahora bien, se trata de un pasaje de los más bellos e inspiradores de la Sagrada Escritura, que intentaré resumir sin comprometer su hermosura.

Los discípulos se estacionaron en una profunda depresión, a raíz del asesinato del Señor Jesús. Deprimidos o cansados, vuelven a su infructuosa rutina con la esperanza de hallar algo de orden en sus entristecidas existencias. Vuelven al lago de Tiberíades, a pescar. Mientras pierden su tiempo y energías, Jesús se les aparece y, como en otros pasajes del Evangelio, les indica dónde lanzar las redes. Ellos hacen caso, e inmediatamente san Juan recuerda haber vivido ese episodio en otra ocasión, y reacciona: ¡Es el Señor!

Sin dar cabida a otras respuestas, san Pedro se lanzó al agua; los demás lo alcanzarán con la barca. Al llegar a la orilla, Jesús los esperaba con el fogón encendido, y algo de comida, listo para la cena. El Señor le pidió a Pedro algunos pescados para asar, a lo que éste le llevó todos los peces. La velada se desenvuelve en completo silencio, hasta que Jesús establece un diálogo con Pedro, consistente en preguntas y respuestas: “¿me amas?”, preguntará el Señor en dos oportunidades. “Tú sabes que te quiero”, responderá Pedro en igual número de veces. “¿Me quieres?”, será el tenor de la tercera pregunta, y la debida respuesta, teñida de algo de tristeza ante la insistencia, será: “Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero”. Después de las palabras de Pedro, Jesús riposta: “Apacienta mis ovejas”.

La narración se cierra con las palabras de Jesús, palabras premonitorias con respecto al final de la vida terrena de Jesús, y algo más como veremos a continuación.

III

Que los discípulos hayan vuelto al lago no refleja únicamente el estado depresivo en que se encuentran, sino que es el regreso al lugar donde se encontraron por vez primera con Jesús. Fue allí donde su persona los cautivó, y entregaron sus vidas para siempre; lo siguieron felizmente, ilusionados por la nueva historia que estaba por empezar.

Lo segundo más resaltante de esa lectura es el hecho de que, no obstante toda la adversidad y dolor, tristeza y reveces sufridos, los discípulos se mantienen unidos y trabajando. En este ambiente, es donde Jesús se les aparece. El Viviente Jesús celebra una cena con los suyos. En este contexto, al igual que los discípulos de Emaús, reconocen que se trata del Señor. Es un modo bien elaborado de decirnos a los cristianos hoy de que al Resucitado lo encontramos en la Cena Eucarística, especialmente la dominical.

A mi juicio, el centro del pasaje está en el diálogo entre ambos hombres maduros, que gira alrededor del amor; porque de eso se trata: de amor.
Jesús y Pedro se mueven en dos planos radicalmente diferentes. Jesús habla de “amar”; Pedro habla de “querer”. En el mismo evangelio de Juan, Jesucristo llegó a decir que no existe amor más grande que dar la vida por sus amigos. Con su Pasión, Él llevó a cumplimiento estas palabras. Pedro, por su parte, porque está aferrado a su existencia, se niega a dar su vida por su amigo Jesús, y prefiere negarlo. Pero todo eso es parte del pasado. Jesús resucitó. En este nuevo capítulo de la historia, Jesucristo le plantea a Pedro vivir esta experiencia del amor más grande.

Pero san Pedro no quiere vivir esta experiencia. Ahora bien, a diferencia del “otro” Pedro, “este” es honesto, es sincero consigo mismo y con Jesús. No es el “bocón sobrado” que Jesús conociera. Él ama a Jesús, pero no está dispuesto a dar su vida por su gran amigo. He aquí entonces donde entra en escena el tercer elemento: a Jesús no le importa que Pedro no se entregue por entero —lo hará en el futuro, como señala el final de la lectura—. Le interesa más bien volver a apostar por su buen amigo, porque Jesús lo ve mejor. Y así será.

IV

Volvamos al comienzo. Jesucristo resucita también en Venezuela. En esta Venezuela, de finales de abril. Desde mi microcosmos noto cómo una vez más un manto oscuro cubre el horizonte, sumándose a todas las calamidades que nos crucifican. En este macabro escenario celebro la Resurrección: la tristeza no es viable. El trabajo con otros, bajo la guía del Viviente, dará sus frutos en un ambiente que legalmente nos impide producir. El debido descanso y la celebración eucarística nos ayudan a reponer fuerzas para continuar. Después está el amor. El amor más grande.

 

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