Opinión

La fe que piensa: Dulce huésped del alma

"El Espíritu capacita para que nos comprendamos"
jueves, 06 junio 2019

Pentecostés es una palabra griega que puede traducirse por “cincuenta”, refiriéndose a los cincuenta días que transcurren entre la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, y el envío de su Espíritu Santo. Pentecostés es , pues, nuestra celebración litúrgica de la recepción del Espíritu de Jesús. Quiero compartir contigo el mensaje que trae consigo este Domingo de Pentecostés, tratando en la medida de lo posible de que la predicación tome en cuenta nuestra actual situación, porque es en Ciudad Guayana donde ésta se ofrece.

 

Entendimiento al hablar

Uno de los pasajes más conocidos de la venida del Espíritu Santo se encuentra en los Hechos de los Apóstoles. En un relato muy parco, se dice que los Discípulos se encuentran reunidos en Jerusalén, cuando se llenaron de Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en diferentes idiomas, de manera que todos los presentes pudieron entender sus palabras.

La manera plástica de expresar la presencia de la Tercera Persona de la Trinidad es mediante la imagen de un fortísimo ruido, similar a un viento huracanado, y unas lenguas de fuego que se dividían y terminaron posándose sobre los Apóstoles.

De este pasaje evangélico saltan a la vista dos elementos a resaltar. Empiezo por el menos evidente: el Espíritu Santo no es ruido o viento, ni llamaradas de fuego; éstas no son más que “representaciones” o conceptos cuya función es acercarnos a una realidad de suyo inasible. Es una tarea muy difícil, por no decir imposible. Precisamente, por lo delicado que es pretender recoger en palabras lo que es inalcanzable, las imágenes del viento y el fuego se han prestado a confusión, más que a ayuda. Ahora bien, “a falta de pan, buenas son tortas”: por mucho que no expresen fielmente lo que es el Espíritu, las manejamos hasta que aparezcan otras nuevas y mejores.

El segundo elemento es una clara alusión a Babel: así como la construcción de una torre termina en un abierto fracaso, porque no hace sino confundir a los hombres dividiéndolos, la presencia del Espíritu Santo logra que las personas se entiendan. Finalmente, los hombres hablan y se comprenden, independientemente del lugar de procedencia. Hay comunión entre las personas; hay comunicación. Esta es la primera señal indiscutible de que hay Espíritu Santo: el entendimiento.

 

Un mismo Espíritu

San Pablo aborda igualmente la cuestión del Espíritu Santo dirigiéndose a los Corintios. Pablo lo define a partir de “los efectos” que crea en nosotros. Lo proclamamos como nuestro Señor gracias al Espíritu. Los talentos y gracias que poseemos provienen del Espíritu Santo. Es él quien mantiene unida a la comunidad, a pesar de los diferentes servicios y misiones. El Espíritu da unidad. Hemos sido bautizados en él; lo poseemos. Él nos cohesiona, haciendo de nosotros un solo cuerpo.

Al igual que en la lectura de los Hechos de los Apóstoles, la imagen que se utiliza acá es la de la unidad orgánica, que se refleja en la misión por el bien común. Aquí tenemos la segunda señal de la presencia del Espíritu: une para el bien de todos.

 

Reciban mi Espíritu

Por último, en el evangelio de Juan vuelve a aparecer una lectura con la que nos hemos topado anteriormente. Es una de las apariciones del Resucitado: los Discípulos están agazapados en una vivienda, por miedo a que los judíos tomaran represalias contra ellos, por el simple hecho de ser compañeros de Jesús. La ansiedad llena sus corazones; temen por sus vidas. A pesar de la depresión y la falta de sentido, ellos permanecen unidos. A este grupo es a quien se aparece Jesús, “insuflando” —soplando sobre ellos su aliento— su Espíritu al tiempo que aquieta sus corazones con el don de su paz.

El evangelista se vale acá del símbolo del soplido, de botar el aire, para concretar la presencia del Espíritu de Dios. Él es aliento que ahuyenta la depresión, que confiere paz al alma inquieta y convierte a los Apóstoles en protagonistas de la reconciliación de los hombres entre sí.

Como dijera anteriormente, la señal que indica la presencia del Espíritu son la paz, la fuerza para vencer el miedo y el trabajo por la reconciliación de todos los hombres.

Estas lecturas en concreto pueden dar más de sí. Por lo que a nosotros respecta, las reordenamos para darle el sentido que nos aprovechará. Empezamos por el evangelio, que nos aclara que el Espíritu se recibe, viene de fuera, le pertenece a Dios. Es un regalo preciosísimo que nos hace, y que nos complementa al orientarnos en nuestra misión de colaboradores de la misión de Cristo en esta tierra e historia, y no en otra. Acto seguido, la segunda lectura nos aclara que se trata de un único Espíritu; nosotros somos distintos, pero recibimos un solo Espíritu. Nosotros encarnamos las diferentes actuaciones del Espíritu, sencillamente porque cada persona es distinta, así como distinto es el modo de acoger el regalo donado. Finalmente, porque se trata del Espíritu único de Jesucristo es que podemos entendernos, hablar y comprendernos recíprocamente.

Espero más pronto que tarde, los venezolanos nos hallemos en una dinámica reconciliatoria, fruto de haber comprendido la imperiosa necesidad que tenemos de trabajar por el bien común y empezar la reconstrucción de nuestra devastada tierra. Es obvio que semejantes palabras tienen que habérselas con una susceptibilidad a flor de piel, a causa de tanto dolor y sufrimiento injusto, por el padecimiento ante la falta de los servicios más elementales, hasta la muerte incomprensible por dramática.

El Espíritu capacita para que nos comprendamos. Él propicia la unión entre nosotros, nos regala la paz de hondura, que libera de odios el corazón. Y es también aquel que promueve la justicia, llevada a cabo con inteligencia espiritual. El Espíritu Santo es el dulce huésped del alma, como reza la secuencia que se suele hacer en las eucaristías previamente a la lectura del Evangelio. Él nos habita, no para mover nuestras voluntades, sino para sugerirnos lo justo, en todo momento.

 

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