La fe que piensa: Algo nuevo
I
Poco a poco nos acercamos a la meta, a la celebración del misterio de la vida de Jesús, concentrado en su pasión y resurrección. Esta cercanía física con la Semana Santa nos coloca ante una verdad meridiana: algo nuevo sucede en las personas —y en un pueblo— gracias a la presencia del Señor Jesús entre ellas. Además, esta novedad nos sale al paso también a nosotros, en un momento tan crítico para el país. Permita Dios que este encuentro aumente nuestra esperanza para así continuar apostando por el Señor, por nosotros mismos y nuestra sociedad.
II
Isaías llama la atención a Israel, para que deje de mirar atrás y concentre su mirada en aquello que vale la pena, por ser novedoso. Es cierto que esta novedad es tan imperceptible como el brote de un capullo, pero se distingue de lo existente del mismo modo que el desierto se diferencia de la tierra frondosa. Dios se ha dado a la tarea de hacer del pueblo de Israel un interlocutor válido, de manera que al final del día lo alabe, es decir, que las personas reconozcan que lo mejor que les ha sucedido es la presencia de Dios en medio de sus vidas, con sus fortalezas y debilidades. Esta alabanza involucra a toda la creación. Isaías se sirve de la imagen de los animales que bendicen al Señor Dios, para expresar esta idea final.
Previo al encuentro con Jesús, camino de Damasco, san Pablo es un fanático convencido de que él está del lado correcto de la historia, y todos los que no piensen como él, están equivocados y merecen ser perseguidos e incluso ser eliminados. Sin embargo, el futuro “apóstol de los gentiles” vivirá la experiencia de que fue alcanzado por Cristo Jesús. A partir de entonces, Pablo considera todo “como basura”, o sea, no hay nada que se pueda comparar con Jesucristo y con el conocimiento fruto de ese encuentro con Él. Esta experiencia está expresada bellamente en su carta a los Filipenses, utilizando una imagen tomada del mundo deportivo de entonces: la vida de fe es similar a una carrera, donde la meta está en alcanzar a Cristo —o dejarse alcanzar por Él—, con una férrea convicción para llegar hasta el final: hay que dejar de mirar atrás, y concentrarse en lo que está delante, a ejemplo de lo que dice Isaías en su capítulo cuarenta y tres.
Por su parte, el capítulo octavo del evangelio de san Juan se lo conoce como el pasaje de “la mujer adúltera”. Fariseos y saduceos —fanáticos de la misma calaña de Pablo— llevan ante el Señor Jesús a una mujer “agarrada con las manos en la masa”, es decir, en flagrante adulterio (el hombre con quien cometía adulterio, no aparece en el relato). Es un caso sencillo: en tales situaciones, la ley mosaica determina la muerte por lapidación de la imputada. ¿Qué opina Jesucristo? Él, impávido, se dedica a escribir en el suelo con su dedo (este gesto del Señor ha dado que pensar). Ante la insistencia de quienes se consideran mejor que los demás, colocándose en la situación de juzgar a los otros, decidiendo incluso sobre su vida o menos, Jesús responde con una máxima que llega hasta nuestros días: “quien esté libre de pecados, que lance la primera piedra”. El relato se aproxima a su final: todos echaron por tierra sus piedras, y se retiraron, empezando por los más viejos, o lo que es igual, por los más viciosos. Finalmente, se da el encuentro decisivo entre Jesús y la adúltera: “¿Dónde están tus acusadores? ¿Se fueron? Tampoco yo te condeno; vete, y no peques más”. Sobrio y liberador. Enamora este modo de ser de Jesús.
III
Israel vivió la novedad de la libertad, lejos de Faraón y su política de muerte. Pero la novedad que es Dios no se agota en ese evento. Lo permanentemente novedoso de Dios es dar vida donde las circunstancias parecieran negarla rotundamente: la vida brota en el desierto, las corrientes de agua viva alcanzan a un pueblo —similar al nuestro— sediento del vital líquido, al igual que está sediento de buenas nuevas, que le digan que todos estos esfuerzos y sufrimientos no queridos tienen un fin en sus vidas. La novedad está ahí enfrente nuestro, pero necesitamos ojos nuevos para notarla, para que se nos muestre tal cual es. Nuestra mirada no puede ofuscarse, o no debiera ofuscarse demasiado, de manera que reconozcamos el camino andado, así como atisbamos el horizonte que nos invita y el trecho a recorrer.
Pablo vivió la novedad de la libertad, lejos del fanatismo portador de exclusión y muerte. La novedad que es Jesús no se agotó en el encuentro que lo echó por tierra. Lo permanentemente novedoso de Jesús es impartir justicia allí donde el sistema que dice representarla sencillamente la niega porque la prostituye. Lo de Jesús es ponerse de lado de esta masa injustamente tratada, y convertirse en su abogado. Pablo es reo de muerte, porque sus manos la promueven. Jesús le hace justicia, liberándolo, con su muerte y resurrección, de lo malvadamente limitada que es esa ley, que justifica la muerte de otras personas.
La adúltera vivió la novedad de la libertad, lejos del moralismo rancio y acartonado, portador de una aparente vitalidad, pero que al final del día comporta muerte. La mujer conoce asimismo la experiencia de no tener que mendigar amor, dejándose manosear por cada amante, perdiendo su dignidad de hija de Dios. Jesús salva su vida: ella prueba en alguna medida la resurrección que es Jesús, pues llegó a su encuentro rea de muerte, y sale con vida.
Algo nuevo hay, desde hace tiempo. Tan importante es que se empeñan en que no lo notemos. Lo de Dios es sacarlo a la luz, mostrar las novedades históricas, abrir el juego. La novedad de esta vida es que Dios me alcanzó, y yo lo alcancé a él: desde que está en mi vida, mi vida es algo nuevo.
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