Opinión

La explosión de lo humano

La pandemia del Covid-19 que ha impuesto a los habitantes del mundo el gran confinamiento planetario.
lunes, 07 septiembre 2020

Por estos tiempos del mundo, se ha expandido la incertidumbre como situación permanente que suele generar ansiedad, angustia y temor, emociones que desequilibran y pueden producir estados psíquicos perturbados, los cuales –si no se atienden de manera adecuada y a tiempo, con actividades que ayuden a la elevación de los niveles de reflexión y de consciencia- derivan en patologías que no sólo afectan la salud individual de las personas, sino que también perturban severamente a las familias, destrozan la convivencia social y amenazan la paz del planeta con sus voluntades de extinción.

La pandemia del Covid-19 que ha impuesto a los habitantes del mundo el gran confinamiento planetario, nos evidencia esta deriva con su expansión y desarrollo.

La incertidumbre –como la refieren algunos- “es expresión que manifiesta el grado de desconocimiento acerca de una condición futura, pudiendo implicar una previsibilidad imperfecta de los hechos, es decir, un evento en el que no se conoce la probabilidad de que ocurra determinada situación”.

Sugiero leer con atención este párrafo y luego, imaginen la escena de cantidad de familias y de personas, quienes cuando al comer hoy, se preguntan ¿…qué vamos a comer mañana? No sólo ¿cuáles alimentos? …también ¿los encontraremos en el mercado? ¿los podremos adquirir? ¿cómo los cocinamos? ¿de dónde sacamos los recursos?…y otra infinidad de interrogantes sobre esa y otras situaciones diversas para satisfacer necesidades personales, familiares y sociales.

Desde los años 80 el modelo de capitalismo financiero impuesto y la creciente financiarización, no sólo de la actividad económica sino también de ámbitos de la vida que van más allá de la economía, ha ido generando un proceso de empobrecimiento y de extinción de la economía real; los niveles de pobreza y precarización se han expandido y profundizado en los países de la “geografía del hambre”; también en el mundo desarrollado se observa el empobrecimiento, además de la merma efectiva en la remuneración al trabajo -hay cifras que nos muestran la caída del salario europeo de hace 15 años hasta en un cincuenta por ciento-, en la disminución hasta la cuasi extinción, de los sistemas de seguridad social (salud, seguros, pensiones, y otros), que la economía real del pasado había permitido lograr.

En los EEUU las cifras del desempleo llegan a niveles históricos, a lo que se agrega la precarización en conglomerados de población y de inmigrantes trabajadores, muchos de ellos en condiciones de neo-esclavitud.

El concepto de bienestar y malestar es complejo en la consideración de la diversidad humana, por los términos de la valoración genuina que hagan los grupos sociales y los estilos de vida que adopten.

Es un hecho que este proceso de incertidumbre que deviene del desmejoramiento de las condiciones de vida en los grupos de personas que viven de su trabajo y que incluye la precarización del empleo, se ha acelerado durante este gran confinamiento planetario.

Esa situación ha generado muchas y distintas manifestaciones del descontento social como lo han sido los “chalecos amarillos” en Francia, la de los “indignados” en España e Inglaterra, así como otros países europeos y en los EEUU, donde la secuela de la crisis del 2008 con el estallido de la burbuja financiera, produjo el deshaucio a miles de familias y arrasó con las pequeñas economías de millones de personas.

En nuestra América, hay muchas expresiones de este malestar; destaco las grandes y persistentes manifestaciones del pueblo chileno, que además de la memoria de una política que aún se impone, expresan la angustia y sufrimiento por el endeudamiento que somete a la mayoría de la población.

Las recientes manifestaciones de violencia en muchas ciudades de EEUU, también son expresión del estado de la depauperación y angustia al que están sujetos grandes conglomerados de ese país.

Las maneras y los participantes para reprimirlas, también nos hablan de otros factores y visiones enfermas hacia los “otros diferentes”, que se van desarrollando en esa, y también en otras sociedades.

En paralelo, las nuevas tecnologías digitales y su uso creciente han exponenciado esta capacidad para el control del funcionamiento social; la Big Data le va haciendo el camino al Big Deal que permite distinguir la segmentación en las sociedades y hacerles seguimiento; lo cual abre la puerta a la corriente de la mentalidad extintiva hacia los más pobres, que se expresa en lo que algunos han llamado la aporofobia o rechazo a la pobreza.

Las tecnologías 5G prometen elevar a niveles inimaginables para la inmensa mayoría de los habitantes de la tierra, los niveles de control y segregación, dando lugar a una sociedad de clases digital.

El filósofo Byung-Chul Han en su libro “Psicopolítica” nos refiere que, en los EEUU existe una empresa de datos Acxiom que comercializa con datos personales de aproximadamente 300 millones de ciudadanos estadounidenses, a los efectos prácticos eso es casi todos.

Acxiom sabe más de esos ciudadanos que el F.B.I., al punto que éste le contrata algunos servicios para el rastreo investigativo. Las informaciones sobre esas personas les agrupan en 70 categorías y se ofertan como mercancías.

Se hacen clasificaciones de la población según los niveles de sus actividades y preferencias de consumo. Esa clasificación va desde los consumidores con un alto valor de mercado en los niveles superiores con el grupo Shooting Stars, quienes son dinámicos, ejecutivos, de 36 a 45 años, se levantan temprano para hacer footing, no tienen hijos, les gusta viajar con frecuencia y la serie de televisión Seinfeld; hasta los más bajos, Waste, es decir basura, donde ya de sí el vocablo invoca a lo desechable; a estos grupos de puntuación baja se le niega el crédito y hay dispositivo que identifica a las personas aisladas u hostiles al sistema como no deseadas y que las excluye; las personas sin valor económico son como la basura: algo a lo que hay que eliminar.

En este gran confinamiento planetario con sus pautas sanitarias que significan la pérdida del contacto físico, donde la cercanía del otro se convierte en una grave amenaza, nos vamos hundiendo en una pandemia de soledad.

Mientras tanto, alimentados en lo que nos aisla, nuestros temores e incertidumbres se asoman en el rechazo al diferente, al extraño, al que piensa distinto, y a mirar con indiferencia la catástrofe terrible que pasa cada día en esa fosa común en que se ha convertido el mediterráneo, las guerras con ensañada crueldad, los campos de concentración de refugiados para millones de seres humanos en el mundo, los rechazos de xenófobos a migrantes en todas las latitudes, los fanatismos de toda ralea que condenan a la extinción de los disentimientos; la alevosía de la violencia sin piedad, con la que se reprime la protesta y el reclamo.

Esta situación, que nos la permite evidenciar la sabiduría racional y que nos coloca en una situación de ambigüedad, de imprevisibilidad, de miedo e indolencia y de limitación a la libertad, nos plantea la necesidad de activarnos para crear condiciones efectivas hacia la salud mental y la sabiduría psíquica que el racionalismo ha acorralado.

El conocimiento debe servirnos para vivir, para transformarnos individual y colectivamente; “ser cultos para ser libres” decía Martí, para liberarnos de concepciones cerradas de la vida y la sociedad; para abrirnos a la admiración de la belleza natural y a la creación humana de lo bello, a la generación de conversaciones que nos permitan asegurar la presencia amorosa del otro, para existir con él, y juntos hacer un lugar donde mundificar amorosamente, las relaciones entre los seres humanos y con la naturaleza.

Tenemos que ir hacia la escala humana, ir al fondo del baúl de nuestra especie; rescatar lo esencial de nuestra condición humana: el asombro ante el milagro de la vida, para sacar el amor por nos-otros, el respeto a lo otro y en solidaridad con los otros, hacer la explosión de lo humano sobre el planeta.

Septiembre de 2020

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