La dicha de confiar
I.
Los evangelios de san Matero y san Lucas contienen las así llamadas “bienaventuranzas”. El nombre de ese pasaje le viene del inicio de cada una de las frases, escritas a modo de sentencia: “Bienaventurados”. Para este sexto domingo del Tiempo Ordinario leeremos la versión de Lucas.
II.
Lucas llama “bienaventurados” a los pobres pues son los ciudadanos del Reino de Dios, a los hambrientos porque serán saciados, a quienes lloran pues sus llantos darán paso a las risas, a quienes son odiados, excluidos, insultados y proscritos por el solo hecho de haber escogido a Jesús como su Señor. Ahora bien, en el evangelio de Lucas aparecen asimismo las denominadas “malaventuranzas” dirigidas a aquellos ricos que ya recibieron su consuelo, a los satisfechos que no padecen necesidad alguna, a los que muestran sus espléndidas sonrisas prontas a desaparecer; finalmente, la lisonja y la adulación dirigidas a quien ostenta el poder muy al contrario de lo que pudiera pensarse, no es buena señal.
III.
Hasta hace poco, en ciertos ambientes se interpretaba el pasaje de las Bienaventuranzas de un modo inaceptable por irracional: “debemos recibir sin chistar todos los padecimientos presentes, pues la recompensa a tanto sufrimiento la tenemos garantizada en el cielo”, se decía. Obviamente, se trata de una lectura errada de la Biblia, porque su único fin es justificar un orden de cosas que el mismo Dios nuestro no quiere para sus hijos, desde que nos rebaja a la condición de esclavos amantes de las cadenas que nos atan.
Por otro lado, hay quienes ven en esa lectura “la hoja de ruta” del proyecto de Jesús, e incluso cómo cada una de las bienaventuranzas lo refleja a Él mismo: Jesús es el hombre de las Bienaventuranzas; Él nos indica el camino a la felicidad, a la alegría. Habiendo dejado constancia de al menos dos posturas, me gustaría ofrecer otra lectura del pasaje, sin otra pretensión que vivir las bienaventuranzas al calor de nuestra actual situación nacional, y regional. Lo primero entonces será rechazar la interpretación justificadora de un orden establecido. Pero también debe rechazarse toda consideración “maniquea”, es decir, mirar e interpretar la realidad a partir de dos principios, el bien y el mal, los de arriba y los de abajo, el rico y el pobre, el patrón y el obrero… La rechazamos por simplista. La realidad es mucho más densa y compleja que el blanco y el negro; por no considerar los “grises” es que muchas veces no se avanza. En tercer lugar, no es admisible interpretar que el pasaje de Lucas nos hable de un “revanchismo divino”, que en Venezuela solemos expresarlo con la frase “te espero en la bajadita”.
IV.
Lo primero que llama mi atención de este pasaje es constatar cómo Jesús contempla la realidad que le tocó vivir, y se pronuncia consiguientemente. Esa contemplación, sin embargo, está marcada por la esperanza. En ningún momento el Señor afirma que estamos mal, y que así continuaremos por siempre, cual desdichados eternos. Muy al contrario, a la actual situación presente hay una situación futura que “le habla” a nuestro presente, para que se haga realidad este futuro. Aspiramos y trabajamos porque el futuro se haga presente hoy, y allí radica nuestra felicidad: no fuimos creados para padecer el hambre, la enfermedad, la injusticia y la esclavitud. Eso nos lo dice Jesús Resucitado, que no se encarnó para terminar prisionero de la muerte, sino que, por haber confiado en Dios, vivió en primera persona la dicha que esta confianza comporta (es la idea de la Carta de Pablo a los Corintios, que se leerá el próximo domingo), y nos la heredó junto con el trabajo al que nos gustosamente nos debemos. Muchos de los que hacemos vida en Venezuela padecemos hambre de pan, de justicia y libertad, lloramos nuestros hijos que han dejado el país y también lloramos a los que murieron tempranamente, víctimas de la violencia o de enfermedades; en Venezuela somos excluidos y excluimos, se nos persigue y calumnia, perseguimos y calumniamos. Puedo comprender perfectamente los motivos de tales dinámicas, inmerso como estoy en ellas, desde Ciudad Guayana. Pero no dejo de preguntarme, por ejemplo, ¿a quién le debe el Santo Padre Francisco, que tantas facturas le pasa? Si lo del evangelio es cierto, a mi juicio, Francisco debe considerarse dichoso por ser perseguido, calumniado e incluso proscrito. Y como he dicho que la realidad no es únicamente blanco o negro, la Iglesia tampoco está concentrada únicamente en la figura del Pontífice: la Iglesia local, la Conferencia Episcopal Venezolana, sacerdotes y religiosas que hacemos vida en distintas partes del país, catequistas y cristianos, gente de buena voluntad, nos pronunciamos a favor de todo aquello que redunde en beneficio de nuestro pueblo. Pero, al movernos en las zonas de los “grises”, esta opción preferencial por los necesitados del país no es suficiente para alguno. A las bienaventuranzas de Lucas deseo agregarle una: “Dichosos los que confían en el Señor, pues no quedarán defraudados”. En la primera lectura, tomada del profeta Jeremías, se maldice al hombre que confía en el hombre que prescinde de Dios y excluye al pobre y al necesitado, pues su confianza la depositó en su poder fáctico, en su dinero mal habido, en sus argucias. Confiar en Dios, y en aquellos que nos generan confianza, es fuente de dicha.
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