Ironía Angostureña (Ciudad Bolívar bella)
Querida ciudad, o mejor dicho queridos conciudadanos, porque como ya lo dice alguien por ahí, la ciudad somos todos, a ella nos debemos porque en ella vivimos, caminamos y sufrimos.
Hoy más que nunca, a ciento ochenta y nueve años de la independencia y ciento cuarenta de la federación, no puedo más que sentirme orgulloso del sentido de desprendimiento, de solidaridad, y hasta diría que de una especie de filantropía extraterrena con que tus gobernantes te han tratado.
Palabras como afecto, lealtad, cariño y amor no son más que vagos conceptos que lejos de reconocer el candoroso esfuerzo hecho por estos sacrificados funcionarios públicos, lo que hacen es empequeñecer su magnifica obra.
Amada Ciudad Bolívar, tus hermosas e impecables calles y avenidas parecen no merecer que mis pies y las llantas de mi auto se plantean o rueden por la venerable pulcritud de su asfalto.
¡Oh! amabilísima ciudad, hoy en mi reducto hogareño miro a través de la ventana y veo relucientes y vistosos autobuses que puntualmente se detienen a recoger alegres y educados paisanos que los abordan ordenadamente para ser transportados a sus respectivos hogares o centros de trabajo.
Allí donde se ha hecho necesario tenerlo, allí hay un semáforo erecto y servil, para que el tránsito vehicular se haga fluido y armonioso en nuestras cada vez más expandidas vías de circulación.
Tus servicios públicos, modelos paradisíacos de la era moderna, ejemplo a seguir por toda urbe en todo el orbe.
La luz de tus faroles alumbran los pasos de quienes en noches de idilio repasan sus amores con el verbo silencioso de besos apasionados.
Desde el más humilde de tus barrios hasta el más elegante de ellos se deslumbran ante los destellos de su continuidad inquebrantable.
La altivez de tu majestuoso puente alumbra nuestro imponente río y escuchamos orgulloso las frases de alabanza y asombro de los innumerable turistas que durante todo el año nos honran con su visita, sobre todo en las noches, cuando su brillantez enceguece a los peces y sirve de faro a los viajantes con su luminoso destello desde la lejanía.
Cada vez que damos un paso fuera de nuestra casa, vienen a nuestra mente recuerdos de aquellos libros de primaria o cuentos de historietas cuyos creadores ahorraban la tinta obviando la basura para hacer inmaculada la escena.
Si no fuera por el sofocante clima con que fuiste bendecida, la mayoría iríamos a pie a todas partes para disfrutar del contacto directo con la prístina belleza de tus arterias viales.
¡Oh! Ilustres y piadosos señores, si algo sus súbditos debemos agradecerles en lo más íntimo de nuestro ser, alborozados por el gozo que produce la limpieza de nuestras casas y nuestro cuerpo, es la abundancia del preciado líquido.
El agua baña con profusión a los hijos de Angostura, quienes de norte a sur y de este a oeste, nos sentimos agradecidos de la naturaleza por habernos regalado al caudaloso Orinoco y pletóricos de felicidad por contar con gente de tanta sensibilidad, desprendimiento y eficiencia, al hacer de este servicio algo emblemático de nuestra ciudad.
Las historias que nuestros padres y abuelos nos cuentan acerca de una época en la que se podía salir a la calle tranquilo, seguro y sin zozobra, aquel tiempo cuando se podía dejar la casa abierta con la seguridad de encontrarla tal como la habías dejado, sin la angustia de alguna eventual incursión vandálica, eso son cuentos de camino en comparación con el estelar momento que vivimos los actuales habitantes de la histórica Angostura en cuanto a seguridad personal.
Sencillamente la actividad delictiva ha sido erradicada en porcentajes sin precedentes: el malandro de ayer ya no atraca a nadie y el ladrón de antier guardó la escopeta y donó el puñal al museo de antigüedades.
Justo en este momento, luego de haber avanzado en otras líneas de alabanzas, el flujo de energía eléctrica se vio inesperadamente interrumpido.
Nuestra vetusta computadora cerró los ojos y ni siquiera dijo gud bai. Lo inesperado e insólito de este incidente hizo que me preguntara qué habría pasado. Lo único que se me ocurrió fue que los Dioses del Olímpo se encontraban jugando dominó y Zeus, en un arranque de euforia bataquió la piedra con que le trancaba la cochina a Neptuno, cosa que Apolo, compañero de este, no aceptó y fue tal la sampablera que se armó, que produjo un estremecimiento terráqueo provocando que específicamente en esta ciudad se fuera la luz, lo cual obviamente era una causa no imputable a nuestras angustiadas autoridades, dada la índole superlativa y elevada jerarquía de los sujetos involucrados en dicha reyerta.
De todas maneras fueron más de veinte líneas que se borraron por culpa del alboroto que los Dioses formaron allá arriba. Nos deleitábamos escribiendo sobre las bondades de nuestros gerentes para impartir la justicia social y cómo el bien común se pasea con señorío por todas las instancias sociales y políticas. Cualquier loa es insuficiente.
Con sinceridad os digo, es tan abrumadora la generosidad, la bondad y el espíritu de servicio que esta gente despide hasta por el más humilde poro de su piel que el creador no me habilitó con palabras suficientes para agradecerles; se siente un nudo en la garganta, el corazón se acelera, la lágrima se asoma, pero en un forzado y estertóreo jipeo les decimos, gracias, ejemplares hombres de la patria, ¡Muchas gracias! / Estas líneas fueron escritas en1998, y hoy estamos como estamos; que mala suerte tiene mi ciudad, ¿o será que es la que merecemos?
viznel@hotmail.com
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