Insistir en “el silencio del papa” termina acallando la voz del pueblo de Dios
I.
Llevo días reflexionando alrededor de una conversación desarrollada con algunos hermanos jesuitas mientras almorzábamos, que tenía que ver con “el silencio de Francisco” con relación a cuanto viene aconteciendo, en este caso, con la situación de la Iglesia en Nicaragua.
En resumen: los comentarios grosso modo inclinan la balanza en contra del Papa. Comparto con ustedes algunas ideas a este respecto.
II.
Unos opinadores —a los que se suman grupos de cristianos católicos, por supuesto— ven en el mutismo papal una estrategia vaticana de largo plazo, que garantiza la presencia “neutral”, “apaciguadora”, de la iglesia católica en el lugar en cuestión, consciente no obstante de que dicha opción se toma mientras la comunidad cristiana es perseguida. Como ocurre en el ajedrez, donde la estrategia global de defensa–ataque implica la pérdida irremediable de algunas piezas si se pretende ganar la partida.
Otros comentaristas —y aquí también tenemos algunos católicos— son del parecer que la Sede de San Pedro está ocupada por un comunista. Esta condición política pesaría notoriamente en el papa Francisco restándole libertad, impidiéndole pronunciarse valientemente. Por ser un comunista, según estas personas, Francisco sería incapaz de adversar regímenes autoritarios, perseguidores de cristianos que él representa, en su condición de Vicario de Cristo en la tierra. Como comunista que sería, el Papa coquetea con gobiernos igualmente comunistas, “se hace de la vista gorda” ante injusticias y tropelías, o sencillamente desvía la mirada a otra parte.
III.
Obviamente, mi intención no es defender al Papa, porque él puede hacerlo incluso mejor que yo. Sin embargo constato, una vez haberlo conocido personalmente, que Francisco es una persona radicalmente libre. Esta libertad se extiende incluso a lo que los demás podamos pensar sobre él y el modo como ejerce su misión; actúa y se pronuncia no movido por ideologías o presiones externas. El papado de Francisco está determinado por el discernimiento extendido y aplicado a personas, tiempos y lugares, consciente que este modo de proceder puede generarle antipatías.
Francisco pronunció en el Ángelus del pasado domingo 21 de agosto su profunda preocupación por cuanto está sucediendo en Nicaragua. Sin embargo, las palabras del Santo Padre fueron catalogadas por los grupos antes mencionados como “tibias”, de tal modo que opinadores y comentaristas piden a coro su renuncia.
IV.
Para mí, la cuestión es preocupante porque merma “el” regalo que nos legó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Es decir, el Pueblo de Dios. En los documentos conciliares, cuando se habla de la Iglesia universal, se coloca en el primer lugar, no a su jerarquía, sino al Pueblo creyente.
Existen movimientos internacionales y personas “trending” que buscan minar y hacer saltar por los aires, no al papa Francisco, sino a la Iglesia nacida del Concilio Vaticano II (y al Papa con ella). Para éstos, no es suficiente con que la Iglesia nicaragüense repudie cuanto sucede en ese país, no bastan los pronunciamientos sistemáticos de las distintas Conferencias Episcopales —entre ellas, la venezolana—, de las Conferencias de Religiosos, de las distintas comunidades religiosas.
¡No es suficiente! Para éstos, quien debe pronunciarse contundentemente es “el Jefe”. Los demás no cuentan. Y si el Jefe no lo hace, por ocultas y nefastas razones, o porque en el fondo comulga con el comunismo, entonces que renuncie y dé paso a otro.
Procediendo de este modo, los movimientos y personas le siguen el juego, al final del día, a los regímenes que dicen repudiar, pues opacan lo que realmente importa corriendo nuestra atención a cuestiones eclesiales varias. Hoy día, parece contar menos qué es de Mons.
Álvarez Lagos y de sus sacerdotes, así como tampoco se ahonda en las razones últimas —de vieja data— que mueven al gobierno nicaragüense a perseguir a la Iglesia, ni de cómo cargan con el injusto peso del cotidiano los pobladores del país centroamericano; interesan las palabras de Francisco.
Movimientos internacionales y personas “trending” han colocado en nuestras agendas “una” figura del Papa condescendiente y guabinoso, maquiavélicamente calculador e indolente, cuando el tema debería ser el Pueblo de Dios, que hoy día es Pueblo Crucificado que espera, en su condición de hijo, la Resurrección.
Por supuesto que es mucho más sencillo criticar a un hombre viejo y enfermo, que comprometerse sostenidamente con la suerte de un pueblo sufriente y excluido.
V.
Termino con un breve comentario a la Carta de San Pablo a Filemón, que es una de las lecturas de este próximo domingo. Al igual que el Obispo de Matagalpa, Pablo está en cárcel por su fe (en rigor, sería más exacto decirlo al revés: Mons. Álvarez Lagos se asemeja a San Pablo). Está envejecido. Pero mantiene un vigor tal que es capaz de “engendrar un hijo” en la prisión. Se trata de Onésimo, su hijo en la fe. En lugar de aferrarse a él, Pablo ha decidido enviárselo a Filemón, de quien huyera Onésimo, pues era su esclavo.
La vejez, los barrotes, la falta de libertad, la inminencia de la muerte, no le impidieron a San Pablo concebir un hijo en la fe y entregarle un hermano a Filemón.
Nos conceda el Señor de acoger a todos aquellos hermanos nuestros nacidos en similares situaciones. Le conceda el Señor su liberación al pueblo nicaragüense y a todos los encarcelados injustamente, por el simple hecho de no estar de acuerdo con el régimen imperante.
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