Opinión

Ignacio de Loyola

Nuestra motivación primera y última es servir a Dios, sirviendo a los hombres y mujeres que él ha puesto en nuestro camino.
jueves, 30 julio 2020

Mañana viernes el calendario litúrgico nos ofrece la fiesta de san Ignacio de Loyola. Este español nacido en el siglo XV fue el fundador de la Orden religiosa Compañía de Jesús o Padres Jesuitas, como también se la conoce.

La Compañía de Jesús asumió bien pronto el ámbito educativo como tierra fértil donde esparcir la semilla del Reino de Dios, consciente de que respondía a uno de los mayores retos presentes, primero en Europa e inmediatamente después en el resto del mundo. De hecho, la educación es la mejor carta de presentación de los Jesuitas, a pesar de dedicarnos a otras actividades.

A partir de 1540, al haber entendido que “a Dios se le encuentra en todas las cosas y que todas las cosas hay que mirarlas desde Dios”, los Jesuitas hemos incursionado en los más variados contextos, acertando y errando en nuestras aportaciones.

Esta convicción que nos impulsa a trabajar en el mundo entero, pero que no podemos cubrir por entero, hay que acompañarla de dos criterios a la hora de escoger espacios para nuestra labor.

El primer criterio es asumir aquellas tareas donde más se nos necesite; el segundo criterio es escoger aquellos terrenos donde nuestro impacto sea el mayor posible.

Nuestra motivación primera y última es servir a Dios, sirviendo a los hombres y mujeres que él ha puesto en nuestro camino.

Trabajamos “para la mayor gloria de Dios”, es decir, para que nos parezcamos un poco más al Señor que se parece a nosotros, encarnado en la persona de Jesús de Nazaret. Los Jesuitas no deberíamos tener otro horizonte que “en todo amar y servir”.

La vida de Ignacio pasó por muchas y variadas etapas, desde el momento en que Dios entró en su vida para cambiarla por completo; el Señor respetó su personalidad y sueños, pero los llenó de nuevos contenidos, sirviéndose de este hombre cabal para adelantar una de las mayores reformas de la Iglesia en el siglo XVI, y que llega hasta nuestros días.

Una de estar reformas tuvo que ver con la formación espiritual e intelectual de los sacerdotes, por entonces poco preparados y asediados por la Reforma Protestante, que causó una profunda herida a la Iglesia, dividiéndola para siempre.

La santidad como programa de vida fue la propuesta ignaciana: colocar a Dios en su lugar, de manera que todo rezumara su presencia en medio de las personas, porque todo cuanto se hacía y predicaba estaba apoyado en Dios nuestro Señor.

Como dijera anteriormente, Ignacio comprendió bien pronto que la educación era un vehículo eficaz para la superación de las tantas crisis que debió afrontar o que se asomaban en el horizonte. He aquí un legado suyo para nosotros: una de las soluciones a nuestras crisis pasa por la educación.

Esta tarea es tan difícil como lo fue para Ignacio; en nuestro caso, diera la impresión de que todo juega en contra de una educación de calidad en Venezuela. Ello no obsta para que no la abordemos: nuestra presencia acá es más necesaria, y nuestra influencia mayor. No siendo la única manera, sí es un campo para en todo amar y servir.

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