Opinión

Humberto Maturana: La Democracia es una obra de arte

El profesor Maturana seguía sus brechas de investigación y había publicado un texto sobre la biología del conocimiento donde hacía reflexión sobre la naturaleza circular del metabolismo en los seres vivos y su relación con el operar cognitivo.
lunes, 10 mayo 2021

“Si no nos damos cuenta que la democracia pertenece al deseo y no a la razón, no seremos capaces de vivir en democracia, porque lucharemos para imponer la verdad” Maturana

El pasado jueves seis de mayo se conoció la noticia que a la edad de 92 años, murió en Santiago de Chile Humberto Maturana Romesín, médico y biólogo, investigador, pensador, reflexionador, filósofo, escritor, profesor y sobre todo un gran ser humano viviente, en constante transformación y generación de propuestas hacia el encuentro con la esencialidad de la condición humana en su desarrollo individual, interpersonal, social e integración con los otros seres vivos; dentro de una empatía radical que envuelve el reclamo de la autonomía y la libertad que nos atrapa en redes conversacionales, donde se entrelazan el lenguaje con las emociones, resaltando las del afecto y el deseo derivadas del amor, como emoción trascendental.

A mediados de los años sesenta el profesor Maturana de Medicina se cambió a la recién creada facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, donde desarrolló un trabajo de siembra de inquietudes y nuevas miradas sobre la investigación científica, frente a las prevalecientes en los centros académicos de América y Europa.

Ese ambiente le permitió compartir e incidir en la formación de nuevas generaciones, entre quienes destaca Francisco Varela, a quien sembró esas inquietudes e impulsó para hacer posgrado en Harvard, de donde regresó como doctor en biología.

Como nos cuenta el propio Varela, “Volví a Chile el dos de septiembre de 1970, y la elección de Allende dos días más tarde me pareció mi segunda y verdadera graduación. Por fin el trabajo podía comenzar en pleno, con problemas claves bien delimitados, con la seguridad de ser tan preparado y competente como el que más en la escena científica mundial, y con el contexto de trabajar en una inserción en la que había un futuro por construir. Esta convergencia de circunstancias fue absolutamente decisiva”. El 11 de septiembre de 1973, trastornó planes y vida de mucha gente dentro y fuera de Chile.

El profesor Maturana seguía sus brechas de investigación y había publicado un texto sobre la biología del conocimiento donde hacía reflexión sobre la naturaleza circular del metabolismo en los seres vivos y su relación con el operar cognitivo, que es como decir los seres vivos se re-crean a sí mismos en la medida que se abren a la acción del conocimiento en la interacción.

De ese punto focal arranca la noción de autopoiesis, que juntos Maturana y Varela, -con “una resonancia en espiral ascendente, en la que participaba un interlocutor ya maduro que aportaba su bagaje de experiencia y pensamiento previo, y un joven científico que aportaba ideas y perspectivas frescas”- van a trabajarlo y a finales del 71 producen un texto denominado “Autopoiesis: la organización de los sistemas vivos”.

Ese concepto siguió en la investigación de ambos y de cada uno en su deriva, así como de otros, para marcar “lo que podemos llamar el giro ontológico que desde fines del siglo XX se perfila como un nuevo espacio de vida social y de pensamiento” y que ciertamente, ha abierto una nueva mirada al sentido de lo humano.

Para Maturana las implicaciones de la autopoiesis permiten un análisis radical, en la práctica del lenguaje como generador del sentido de lo humano en el individuo, con esa capacidad recursiva del lenguaje que le permite constituirse en un observador capaz de hablar acerca de lo que distingue en el medio donde se desenvuelve, lo cual le va transformando a sí mismo con las interpretaciones que hace y con el desarrollo de las conversaciones consensuales y concurrentes que hace con otros seres humanos, en las cuales se establecen distinciones, diferencias y consensos, que les permiten a través de esas acciones, dentro del marco de los sistemas sociales donde actúan, especular sobre nuevas posibilidades e inclusive arriesgar e inventar caminos para cambiar esos sistemas sociales.

En “Amor y Juego. Fundamentos olvidados de lo Humano”, escrito en compañía de la investigadora alemana Gerda Verden-Zoller, nos declara Maturana, “pensamos que la existencia humana tiene lugar en el espacio relacional del conversar”; “en nuestro vivir fluimos de un dominio de acciones a otro en un continuo emocionar que se entrelaza en nuestro lenguajear. A este entrecruzamiento del lenguajear y el emocionar llamamos conversar y mantenemos que todo el vivir humano se da en redes de conversaciones” (incluso con uno mismo).

Conversar viene del latín “con” que dice “junto con” y “versare”, que quiere decir “dar vueltas alrededor de algo”, es decir ir juntos, rondar en compañía. Les invito a hacer el ejercicio de recordar y reflexionar sobre alguna conversación sostenida con otro o alguna disertación que consideren importante, para que puedan observar cómo el lenguaje y las expresiones emocionales de uno y otros, les fueron produciendo nuevas inquietudes y emociones de aceptación o rechazo, de alegría o tristeza, rabia o afecto; y puedan observar cómo ese entrelazado se fue moviendo como en un baile y al final les dejó un determinado ánimo emocional.

Solamente los seres humanos vivimos inmersos en el lenguaje de una manera tan profunda, disfrutamos del fluir musical de las palabras, los gestos y las emociones que con frecuencia, nos con-mueven el ánimo. Para que surja un conversar es indispensable el vivir la emoción que trae la intimidad, la mutua admiración y respeto; nos dice Maturana “estoy plenamente convencido que la emoción fundamental es el amor” y de allí nos habla “es la emoción más simple de todas, es el dominio de las conductas donde el otro surge como legítimo otro en condiciones seguras; surge como legítimo otro en combinación con uno”.

Sin corporalidad no podemos vivir. El ser humano es una relación dinámica entre la corporalidad y el modo de vivir; es una relación dinámica porque la corporalidad cambia según el modo de vivir y el modo de vivir según la corporalidad. La larga evolución que nos ha traído desde la bisabuela chimpancé a hoy, ha significado una prolongada transformación dinámica del cuerpo y la manera de vivir de nuestra familia humana.

El ser humano comparte con los mamíferos la manera como se crea y nutre, pero desde la concepción comienza un modo de vivir que lo diferencia; tiene una prolongada infancia; en biología eso se llama neotenia, una historia de infantilización donde la vida adulta se posterga y posterga, (a veces no llega nunca); un prolongado tiempo que le permite, además de crecer, desarrollar aspectos importantes de la corporalidad, en especial los primeros seis años.

La relación amorosa con el pecho nutriente de la madre permite para ambos generar una relación de seguridad mutua, una relación de amor y juego. La cría que crece se transforma según el modo de vida y conjuga un cierto modo de ser bio-psico-somático, lo cual se va mostrando en la vida cotidiana. Por ello la relación con la madre -también con el padre de acogimiento amoroso-, tiene connotaciones muy especiales, de modo significativo dentro del sistema social-cultural del patriarcado, que establece relaciones de poder sostenidas en el sometimiento, la dominación y la manipulación lo cual niega el desenvolvimiento humano con libertad, un bien humano de tal modo esencial, que la existencia no tiene derecho a sacrificarla; como diría el Quijote “Sancho, por la libertad así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

Es ampliamente difundida la expresión de Aristóteles contenida en su libro La Política donde define al hombre como un animal político. En conferencias recogidas en un pequeño libro “La democracia es una obra de arte”, Maturana nos dice “pienso que no somos animales políticos. Somos animales cooperadores. La cooperación se da sólo y exclusivamente en las relaciones de mutuo respeto. La cooperación no se da en relaciones de dominación y sometimiento. La obediencia no es un acto de cooperación”.

Sus enseñanzas me traen la presencia de Alfredo Maneiro en la propuesta de democracia radical como eje del accionar político, cuando nos refería “una democracia que no tenga otros límites que la conciencia del pueblo y la disposición del pueblo a luchar por algunos derechos o intereses de tipo democrático” e insistía “hay que poner en cuestión las propias formas de la democracia” Una democracia que obliga al debate (conversación) abierto y claro en los propósitos, que nos permita superar esta “democracia condicionada” que se nos ha impuesto con manipulaciones, imposiciones y medidas unilaterales de coerción.

El año 97 tuvimos ocasión de participar en un curso de coach ontológico donde intervino Maturana, un maestro con alto grado de sensibilidad sugestiva en la propuesta de acercarnos al mundo con la abierta disposición amorosa para descubrir nuevas distinciones, para aprender y también desaprender “verdades” que se nos fueron estableciendo como dogmas e imposiciones generando fanatismos en el temor, el error y la ceguera. Sus enseñanzas, sostenidas en la reflexión consciente del accionar humano, son propuestas frescas e innovadoras para la transformación en la convivencia y en el desarrollo de la democracia como preocupación central para construir otro modo de relacionarnos entre los seres humanos y ajustar la relación con la naturaleza, que permitan relanzar el con-vivir en la humanización del planeta.

Hoy, cuando Maturana se hace polvo de estrellas, saludo su vida para el bien de la humanidad.

Casatalaya caracas, 9 de mayo 2021

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