Hablemos hoy de: Y, decidí callar
En la actualidad, el mundo se enfrenta a una era en la cual la mayoría de los seres humanos creen ser expertos y tener conocimientos sobre todo lo que en el sucede. Esto por supuesto, les genera la sensación que son dueños de la información, y por tanto pueden emitir opiniones firmes sobre cualquier tema.
Sin embargo, en plena era de la información en la cual se permite la difusión pública de cualquier tipo de opinión sobre diversos temas, y que lamentablemente en su mayoría son falsas, desinformadas o manipuladas, debemos ser muy cuidadosos a la hora de asumir cualquiera de estas, y atrevernos a replicarlas o compartirlas con otras personas. Se convierte en un acto de responsabilidad personal, el manejo que podamos hacer de las mismas.
Para ser objetivos, debemos ser muy cuidadosos y buscar a través de diferentes medios, la veracidad, seriedad, origen, fuente, entre otros elementos que debemos tener en cuenta, para no caer en el plano de la multiplicación de información que a la larga, solo genera incertidumbre, angustia, temor, desinformación, confusión y malestar, entre quienes terminan leyendo y asumiendo como cierta tal información. En caso que no podamos corroborarla, debemos optar por el mejor amigo en estas situaciones, el silencio.
Callar no es olvidar, todo lo contrario, es respetar y honrar la palabra y su contenido, al involucrarnos en una conversación. Nunca olvidemos que hay temas que no se pueden articular con sentido, porque simplemente se desconocen. En tal caso, cuando no conozco de un tema, lo más sabio es guardar silencio. Así, permitiremos que sea el silencio el que hable y con su particular estilo, le dé sentido a lo que a través del lenguaje no se puede expresar.
El guardar silencio está totalmente conectado con nuestras emociones. Este es saludable y nos da la oportunidad de formarnos una opinión completamente objetiva de la situación. Luego de observar, deducir, entender, asimilar, comprender, analizar y verificar, podemos ser totalmente responsables a la hora de opinar o hablar. Así, controlaremos las opiniones que solemos emitir en un momento de enfado, las cuales casi siempre nos llevan al arrepentimiento posterior.
Hay algo que es muy cierto y es, que la verdad no siempre está en la palabra, aquí se aplica la sabiduría del silencio. Hablar es un proceso complicado, la forma como recibimos el sonido, el procesamiento de las palabras a través de nuestro cerebro, nuestras capacidades para recibirlas, procesarlas, comprenderlas y transmitirlas, los canales que utilizamos: lengua, manos dedos, el valor que les damos y la capacidad para saber cuándo es mejor guardar silencio.
A la hora de convencer, pareciera que debemos hablar sin parar, o levantar la voz por encima de los demás. Esto se puede convertir en un circo en el que grite más será quien venza. Así se cae en la deformación del proceso comunicacional, y es en momentos como estos, en los que debemos conocer el punto exacto en el que debemos callar.
No es fácil o seguro que a través de la palabra se exprese la verdad, allí entran los sentimientos de las personas, lo escrito por la ley, las que emitieron los Dioses, las que escribió la ciencia, los diferentes idiomas y culturas. Y a la hora de la realidad, será el silencio el que nos diga cuál es la verdad, y cuáles serán las intenciones y aciertos.
El silencio suele ser sabio, y ante tanta injusticia, mentira, falsedad, engaño y poca objetividad y sentido de la responsabilidad, en ocasiones pareciera que es mejor dejar que él nos hable desde lo profundo de su equidad, sentido de justicia y manejo de la verdad.
El silencio puede ser un elixir que nos calma la ansiedad y nos tranquiliza el alma. Además, alimenta el cerebro y nos puede dar la paz necesaria, para estar en equilibrio.
Un día estando involucrado en una conversación que al principio fue amena, pero en la medida que avanzaba se iba tornando compleja hasta llegar a los tonos subidos y la deformación del léxico, me di cuenta que sin querer me quedé callado, y al haber asumido esa posición, me sentía cómodo y tranquilo como simple observador.
En ese momento entendí el valor del silencio, que es mejor estar callado ante el ímpetu de las personas que creen tener la razón y ser dueños de la verdad, que levantar la voz solo es un acto de rebeldía e imposición, que no querer escuchar es ir en contra del verdadero sentido del acto comunicacional, que en una reunión todos tienen derecho a opinar, que la empatía es importante practicarla, que nadie es dueño de la verdad y la razón tampoco asiste a alguien en particular, que el consenso es una herramienta importante a la hora de tomar decisiones, que una conversación no es un monólogo, y que ante tanta falta de comprensión de los procesos comunicacionales, la mejor opción es el silencio. Porque es mejor callar durante la tormenta, y guardar la energía para cuando llegue la calma.
Cuando estemos en situaciones comunicativas complejas, apliquemos las siguientes herramientas:
Creemos un muro desde donde podremos estar en calma, pero estaremos viendo y escuchando a la vez. Seamos objetivos para actuar en el momento que llegue la calma. Practiquemos la asertividad y esta nos dirá el momento justo en el que debemos intervenir. Estos elementos nos ayudarán a evitar discusiones estériles, momentos incómodos y a la vez nos darán luces que indiquen voluntad de entendimiento.
Es mejor callar cuando no se tiene nada constructivo y positivo que decir. Y, no olvidemos nunca, que el callar nos puede evitar situaciones de conflicto que irán totalmente en contra de nosotros mismos, porque todo lo que usted diga puede ser usado en su contra.
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