Hablemos hoy de: Los títulos
El primer título que recibimos en la vida es el de hijo. Al nacer nuestros padres nos colocan un nombre y pasamos a ser miembros de la sociedad. Ellos se encargarán a partir de ese momento de orientarnos y acompañarnos en el proceso evolutivo de nuestra vida.
En la medida de nuestro desarrollo, nos van orientando acerca de lo que queremos ser en la vida, y una de las preguntas que nunca falta es, qué quieres ser cuando seas grande? Jajajaja, casi siempre las respuestas son automáticas y sin pensar mucho, pero un porcentaje muy bajo cumple su sueño de ser lo que pensó cuando era niño.
Las respuestas más comunes en nuestros tiempos eran ser policía, bombero, doctor, ingeniero, entre otros.
Nuestros padres se esforzaban siempre para que pudiéramos obtener acceso a buenas universidades, de las cuales pudiéramos egresar con un título que nos sirviera para forjar nuestro futuro.
Y, aunque en muchos casos no estudiábamos lo que realmente queríamos pues existía una gran influencia de la familia, siempre alcanzábamos la meta de obtener el título tan preciado para orgullo propio y de los padres.
Esto mayormente sucedía por el estatus social que implicaba que los hijos obtuvieran títulos universitarios, llegó incluso a convertirse en una especie de competencia entre familias y grupos sociales.
A través del tiempo ha sido complicado que se entienda que el título por sí solo no es más que un papel con letras.
El título representa una manera de informar que la persona está capacitada y su nivel de conocimientos es idóneo para desempeñarse de manera correcta y efectiva en las actividades inherentes a una profesión específica, participar oportunamente en procesos de razonamiento y análisis, e interactuar de manera concreta con otros profesionales o grupos de trabajadores.
Independiente del nivel del título alcanzado, lo más relevante es el grado de conocimientos, valores, habilidades y actitudes de quienes obtienen los títulos.
En muchos casos se ha demostrado que el tener un título no es garantía del nivel de conocimiento, capacidad de acción, velocidad de respuesta, grado de habilidad, y algo muy importante, dominio en el proceso de pensamiento y razonamiento para tomar decisiones efectivas a la hora de resolver la situación que se presente.
Es aquí donde conocimiento y habilidad deben ir de la mano.
Normalmente cuando la persona obtiene un título sufre un cambio en su vida, pero lamentablemente ese cambio suele no ser siempre positivo pues hay quienes se suben a un pedestal en el cual se colocan el título obtenido en la frente, y a partir de ese momento se dejan de llamar Pedro, María, Juan… para llamarse Ingeniero, Licenciado, Doctor, otros.
Creo que en cierto punto (sin restarle valor a los méritos del esfuerzo por el título obtenido) se pierde la humildad y se olvida que quien obtiene la distinción es un ser humano con una estructura cognitiva que le permite ver, pensar, analizar la realidad, emitir juicios, declaraciones e hipótesis, sobre eventos o hechos, y en consecuencia tomar decisiones, acciones, y aplicar los conocimientos reales para encontrar las soluciones y poder resolver las situaciones que enfrentan.
Por todo esto podemos decir que el título no es garantía de ser la persona más idónea para ocupar un lugar en un trabajo que requiere de experiencia, experticia, habilidad y personalidad a la hora de resolver.
Incluso hemos visto en muchos casos a personas empíricas (sin formación académica) poseer todos los elementos que debería tener el titulado para resolver cualquier situación que se pueda presentar en momentos determinados. Incluso con mayor personalidad a la hora de tomar decisiones. Aquí es donde entra en juego el modelo mental que reza que la experiencia es relevante y supera cualquier título.
Es de gran importancia reconocer el tiempo, esfuerzo y dedicación que la persona le coloca a la decisión de obtener un título universitario, pero más importante aún es, cuando la persona alcanza el equilibrio mental y emocional que lo convierten en un ser humano a cabalidad y a toda prueba. Es una persona con ética que se convertirá en un profesional a toda prueba, pues sabrá conjugar su personalidad, con el campo espiritual y profesional, logrando convertirse en un ser humano íntegro y en perfecto equilibrio.
La vida nos muestra a diario que el obtener un título, no nos da la jerarquía para creer que lo sabemos todo.
Y además hay que hacer consciencia de la alta responsabilidad que descarga sobre quienes tienen la tarea de hacer cosas para beneficio de la vida de todos, si el trabajo no se hace bien, se corre el riesgo de afectar la vida de muchas personas.
Ejemplo, el ingeniero que construye un puente, tiene la gran responsabilidad de hacerlo bien pues la vida de todos los que circulen por esa infraestructura, estará bajo su responsabilidad en la calidad del trabajo realizado.
Pero más allá de todo esto, hay que hablar menos y demostrar más, hay que ser humilde ante cualquier situación, se puede demostrar el conocimiento sin jactancia de superioridad, establecer un juego entre la mente boca y corazón, sentirse orgulloso del logro alcanzado, seguir siendo la misma persona de siempre, saber utilizar el título en el espacio y el momento correcto, demostrar que el título se obtuvo con esfuerzo mental y en buena lid, y, hay que demostrar que con o sin el título se sigue siendo una persona educada, respetuosa, sencilla, abierta al aprendizaje constante y a la crítica objetiva.
Hay personas que tienen estudios universitarios, posgrados, maestrías y doctorados, pero no saben decir buenos, días, buenas tardes, buenas noches, gracias, por favor. Esto es solo una muestra que ningún título hace a la persona, es todo lo contrario.
Un amigo me dijo hace algún tiempo, guardé mi título en la gaveta y decidí ser Ramón nuevamente. Así me siento mejor y a nivel profesional me ha ido muy bien gracias a Dios.
Una buena muestra de humildad. Mientras más conocimiento y más títulos, mayor humildad.
¿Sabes qué significa la palabra Barbullar?
Hablar confusa y precipitadamente.
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