Hablemos hoy de: El día que salimos de casa
                    El día que nacemos es una fecha de alegría y felicidad. Estamos rodeados de amor, seguridad, afecto, promesas, e infinidad de elementos que nos colocan como el epicentro de todos los buenos deseos que puedan existir para el recién nacido. Y esa es la bienvenida que nos dan a la vida.
En nuestro desarrollo evolutivo, vamos descubriendo al mundo real, empezamos a desprendernos de muchas fantasías que se crean a nuestro alrededor, pues iniciamos el proceso de despegue de la tutoría de nuestra familia y de la irresponsabilidad de la niñez.
Y así, luego de vivir grandes experiencias y aventuras maravillosas, y de recibir todos los apoyos necesarios para avanzar en la vida, llega el momento de tomar grandes decisiones como la de iniciar la ruta hacia nuestra propia vida. La que nos corresponde vivir sin la protección de nadie, sin la mano tendida en cualquier momento que necesitemos de algo o alguien, sin un hombro en el cual posar nuestro rostro para compartir las lágrimas generadas por la tristeza del fracaso, o el dolor de la soledad, o más importante aún, del concejo y la caricia de nuestra madre, padre o hermanos.
Pero es la ley de la vida en la que debemos acentuar nuestra visión en ese momento, sin pensar en caer y darse por vencido. Es precisamente el momento para encontrar toda la energía maravillosa producto del amor recibido en el hogar, y los grandes ejemplos que nos dejaron nuestros padres los que nos harán surgir, levantarnos y tomar la decisión correcta de seguir adelante y hacer frente con orgullo y gallardía, a cada situación que se quiera enfrentar a nosotros.
Porque el día que tomamos la decisión de salir, lo hicimos con el profundo análisis que las cosas no serían fáciles a partir de ese momento, pero que estábamos completamente preparados para asumir el reto y salir triunfantes y airosos de él.
Nunca podré olvidar dos momentos de mi vida, el primero cuando le notifiqué a mi madre la decisión de dejar la casa por motivos de trabajo en un lugar bastante lejano a mi zona de origen. Y el segundo momento, el día de la despedida, mi madre colocó sus manos sobre mi rostro y me miró como nunca lo había hecho directamente a mis ojos, lo primero que hizo fue hacerme la cruz en la frente, para posteriormente derramar un rosario de bendiciones y maravillosos deseos para mi vida. Cada una de sus palabras representaban la energía, voluntad y disposición a triunfar que necesitaría, y que emanaban del amor que ella expresaba desde lo más profundo de su ser. Con lágrimas en sus ojos me beso en la frente y me dio la bendición. Dios te acompaña hijo, cuídate y has las cosas bien. Te amo.
De esta forma se inicia el despegue del hogar.
Y con esa energía maravillosa, inicia el camino hacia la vida que nos pertenece y que decidimos tener.
A partir de esa decisión se da inicio al recorrido por el camino que nos llevará a seguir con el ciclo de la vida, nos envolvemos en el trabajo, en procurarnos la forma de satisfacer las necesidades, y la manera de cómo ayudar a los que dejamos atrás.
Un día despertamos y a nuestro lado hay alguien, y de repente escuchamos el llanto de un bebé, y vemos a nuestro alrededor un hogar, y nos damos cuenta que hemos evolucionado y hemos honrado a nuestra familia, pues hemos alcanzado y logrado nuestras metas y anhelos de triunfar en la vida.
Solo nos queda dar gracias a Dios por la maravillosa familia de la cual procedemos, por la que formamos, por las maneras de evolucionar que hemos encontrado, por los amigos que ha colocado en el camino, y por lo que un día decidimos ser, personas de bien y de éxito.
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El espacio que tenemos entre los dientes.
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