Gasolina pandémica: temporada persa
A menudo las rigideces académicas y las disquisiciones filosóficas lo que hacen es enredar las cosas, así que más vale decirlas sin aquellos rodeos que en vez de aclarar el tema o aligerar la intención, la hunden en un sin fondo de dudas. Y es que el drama ya no aplica sobre el tema, porque la situación pareciera ser lo normal más allá de las victimas de la iniquidad en el proceso para echar gasolina en Ciudad Bolívar, en esta nueva temporada que alguien ha llamado la “temporada persa”.
Desconozco cómo será en otras ciudades del país e incluso en las otras bombas de la ciudad, pero sí puedo dar fe de cómo se lleva a cabo ese proceso en la que por alguna razón de naturaleza masoquista que hasta ahora desconocía en mí, he adoptado como mi tortura preferida: La célebre bomba 700.
No estoy al cabo de saber la cantidad de litros con que las gandolas surten esa bomba, pero de lo que sí estoy seguro es de que es muy superior a los 150 carros que el voluminoso encargado decide surtir en acuerdo –tácito o expreso- con los uniformados asignados para precisamente garantizar que dicho combustible -que ha costado tanto traer desde tan lejos- sea distribuido de manera equitativa y ordenada.
Por lo menos es lo que creemos y esperamos de manera realmente estoica y en algunos casos profundamente ingenua, quienes desde las madrugadas e incluso desde el día anterior aguardamos a que pase el militar con su chaleco, su pistola y su cara de cañón recogiendo las cédulas.
Ese día –domingo 5 de julio de 2020-, me incorporé a la cola a las tres y media de la madrugada sin imaginarme que, “por suerte”, había quedado de penúltimo entre las 150 almas agraciadas por la varilla mágica de estas personas, es decir, los que surtiríamos de manera legal, honesta y estoica no por la paciencia y la capacidad de soportar las adversidades sin mayores perturbaciones, sino por resistir el proceso con pleno conocimiento de lo que sucede a boca de bomba, donde amigos, amigotes, compadres, compadritos, amiguitas, amantes, familiares, pelabolas, potentados, cirujanos, curanderos, gordos, flacos, enfermos, deportistas, profesores, jardineros, abogados, jueces, delincuentes, sacerdotes, jefes de todo rango y vivos de cualquier calibre, todos desenfrenados, se valen del más variado universo de medios para “echar” por delante de los pendejos que nos achicharramos bajo el sol inclemente de la histórica Angostura, quienes hacemos las cosas como manda la ley sin atrevernos a contrariar las medidas tendientes a mantener el orden y la sana convivencia, que supuestamente deben garantizar aquellos que se aprovechan impunemente sin vergüenza ni rubor de una situación y de un país que implora por gente seria, honesta, con un mínimo de respeto y empatía hacia sus semejantes, y no lo contrario, tal como sucede allí, lamentablemente lo digo desde el sudor de mi frente y el dolor de mis huesos luego de cada indignante jornada en el monumento a la falta de respeto como lo es esa estación de servicio.
viznel@hotmail.com
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