Estado, Empresa y Sindicatos
Venezuela está regida hoy por un Estado paquidérmico, económicamente mutilado, políticamente atomizado y socialmente desorientado, con miles de empresas privadas y públicas, quebradas o descapitalizadas y sindicatos, que deshonrando su nombre, devinieron en pranatos o mafias organizadas.
El gigantismo del Estado, alcanzó proporciones desmedidas, después que el socialismo del siglo XXI llegó al poder.
Veamos un poco de historia. Iniciándose el siglo XX, nuestro país, con apenas 3.5 millones de habitantes, poseía una economía subdesarrollada, fundamentalmente, agrícola; este sector estaba constituido, en su mayoría, por conuqueros; la industria era una actividad incipiente para la época y estaba conformada por un puñado de empresas muy pequeñas, correspondientes al sector “alimentos y bebidas” y alguna otra de servicios, como “electricidad” y “acueductos”; el comercio fue el sector de mayor relevancia.
A él pertenecía los grupos de importadores y también de exportadores para el café, cacao, cuero de ganado y sarrapia, entre otros; además, había toda una red informal de bodegas y pequeños mayoristas, diseminados por todo el país.
El Estado se mantenía con una minúscula renta. La población era mayoritariamente, analfabeta. La enseñanza primaria era escasa y la secundaria, aún más. La formación universitaria sólo podía impartirse a un muy reducido grupo de estudiantes, y en un número de carreras, aún más restringidas.
Los servicios de salud eran verdaderamente precarios. Los gobiernos del siglo XIX e inició del siglo XX, fueron, en su mayoría, de corte militar y por tanto, autoritarios. Éramos otro de los muchos países bananeros de la región.
Con el descubrimiento y explotación del hierro (1926-1950) y del petróleo (1914), Venezuela inicia su transformación. El PIB, en un momento dado, se disparó y muy rápidamente el país inició una carrera hacia su desarrollo y modernización (1936-1998).
El Estado crece e incorpora diversos ministerios y otras dependencias oficiales para servir a la Nación. También se fueron consolidando los partidos políticos, los sindicatos, la libertad y la justicia, a ratos interrumpida por el totalitarismo (Pérez Jiménez).
A partir de los años 50, comienza un auge de construcciones modernas que hacen destacar al país, en el ámbito regional y hasta continental. Sobresalen infraestructuras como el Centro Simón Bolívar, las represas del Caroní, el puente sobre el Lago y muchas otras.
Venezuela se perfilaba como una nación vanguardista por su nueva y moderna arquitectura y por su desarrollo tecnológico, industrial y político.
Sin embargo, el carácter socialista de los partidos que por 40 años gobernaron el país y el hecho de que el Estado fuere el gran acaudalado, cercenó la oportunidad de que se desarrollara también, un sector productivo, privado, criollo y próspero.
Para los años 70′, el sector industrial estaba conformado por muchos más capitales foráneos, que nacionales. Algunos de ellos fueron la Creole Petroleum Corporation, Iron Mines Co., Protinal, Monaca, Procter&Gamble, algunas Farmacéuticas, las ensambladoras de automóviles, etc..
Entre las empresas nacionales, se destacaron: Avensa, Electricidad de Caracas, Industrias Pampero, Polar, Sivensa, Sural, Montana, etc.
Este sector privado nacional, estuvo constituido por unos pocos industriales y comerciantes, algunos de ellos, asomaban grandes debilidades, pues el desarrollo de sus industrias se dio de la mano del Estado, a quien debían fidelidades financieras, políticas y hasta personales.
Los gobiernos de turno, nunca repararon en la necesidad de otorgar condiciones sociopolíticas y particularmente, económicas, para desarrollar capitales criollos que debieron participar de una sana y equilibrada economía.
Quizás se debió al hecho de que el Banco Central nunca fue totalmente independiente, por aquello de que cada vez que se cambiaba de gobierno, también se hacía lo propio con la junta directiva de ese organismo, o porque el Ministerio de Fomento de turno, nunca lo estableció como objetivo, o porque los industriales venezolanos no tuvieron incentivos suficientes como para salir de una privilegiada zona de confort que siempre les deparó el Estado.
Lo cierto es que el crecimiento y desarrollo de la economía fue imperfecto y desequilibrado, por darse una situación en la cual disponíamos de un Estado acaudalado, un sector Industrial privado diminuto, pero altamente dependiente, mingoneado además, por el paternalismo gobiernero y un sindicato aun más endeble, domesticado, sin brújula propia y sin agenda.
Así las cosas, el Estado continuó con altos y bajos en lo político y en lo económico, sin equilibrios ni contrapesos, invirtiendo, sin mucho olfato o dirección. Y así las circunstancias, llegamos a los comicios de 1998, año en el cual, en cierto modo, la libertad, la justicia y la democracia, llegaban a su fin.
Disfrutábamos en ese momento, de un Estado adinerado en un un país todavía pobre. Teníamos un gobierno con recursos casi infinitos y un sector privado, muy descapitalizado.
La política rendía culto al debate, pero ignoraba la ética; la economía fue siempre huérfana y sin padrino y la sociedad, en boca de todos, pero en el corazón de nadie.
En 1998, terminó de echar raíz, en nuestro país, la tóxica ideología socialista, disfrazada con piel de oveja. Desde su inicio, se creó todo tipo de “institución benéfica”.
Proliferaron programas para la alfabetización, de esos que nunca cumplieron con sus objetivos; se crearon instituciones para estimular el empleo, pero que sólo sirvieron para inflar aún más la ya boyante burocracia.
Se creó hasta un programa para graduar médicos en tiempo récord; en realidad, se engañó a jóvenes ilusos que pretendieron convertirse en profesionales de la medicina, sin la severidad y disciplina del necesario y riguroso estudio.
Todos estos planes y programas sociales no fueron más que dientes postizos colocados en la gran rueda dentada de la mentira; todos estos programas, no fueron más que engaños y compra de conciencias.
En estos años, numerosas y grandes obras de la democracia fueron abandonadas, las empresas quebradas, y hasta muchos de sus cimientos, destruidos. Solo quedó la chatarra.
En los últimos 20 años, también se iniciaron costosos proyectos que fueron pagados a cómplices y corruptas, que nunca terminaron. Creo que la única excepción fue el puente Orinoquia, presupuestado en 400 MM de dólares y finalizado a un costo superior a los 2.000 MM.
Por muchos años, el Estado siempre tuvo los recursos de un potentado y hubo un sector privado, parasitario que sobrevivió. En algunos casos se cambiaron nombres, pero la figura y su naturaleza prosiguió.
Cuando finalmente, la industria del petróleo se derrumbó, también lo hizo la economía y con ella, las finanza del Estado.
El pueblo empobreció, pero los enchufados, su patrimonio, en tierras lejanas, guardó. Los sindicatos como tal, desaparecieron. Quizás permanezca el nombre de alguno de ellos, pero su función mutó y muchos, se transformaron en temidas e incorregibles mafias.
Venezuela languidece y también, la mayor parte de su gente. Vivimos como fantasmas, entre altos edificios o derruidas barracas, que poco a poco van convirtiéndose en cascarones; su economía hiperinflacionaria, se parece a la de un país de post guerra.
En 20 años, destruimos los billones de dólares que habíamos invertido en infraestructuras, educación, salud y bienestar.
A diferencia de nuestros antepasados, hoy vivimos miserias mucho más ácidas debido al contraste que sentimos cuando las comparamos con el dulce sabor de un pasado que no volverá.
Y a todas estas, cabe preguntarse: ¿Estaríamos viviendo esta tragedia, si nuestro sistema original de libertades, hubiera dado iguales oportunidad a lo económico, como se le dio a lo político? ¿Estaríamos atravesando este desierto, si los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales hubieran sido verdaderamente independientes?
Mi respuesta contundente es ¡NO! No sé cuál es la suya.
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