Estado de rendición: el infame objetivo
En el tránsito del optimismo a la pesadumbre hay una zona de matices que nos sustentan entre el estado de equilibrio y los espacios de sanación, márgenes necesarios para tonificar el espíritu y defenderse de quienes intenten horadar nuestras fortalezas para dañar la calidad de las relaciones propias con el entorno.
Una reflexión que aplica tanto para cada individuo en su trato con los demás, como para las organizaciones y gobiernos del mundo, pues siempre habrá quienes nos alienten y otros que querrán vernos abatidos, sin esperanza y sin derecho a redención; unos que con sinceridad nos deseen los mayores éxitos, y otros que pugnen para vernos en circunstancia de agotamiento psicológico ante situaciones desesperadas, es decir, en Estado de Rendición.
En esa misma línea se plantean las relaciones internacionales que se entablan con el capitalismo imperial de los Estados Unidos y sus países satélites.
Ellos funcionan bajo esquemas de dominación propiciatorios de estados de rendición para quienes no se acoplen a sus reglas; en dichas relaciones, el benevolente ganar-ganar no pasa de ser una entelequia discursiva inventada para disfrazar la inocultable impronta de destrucción (guerras e imposiciones) y abuso (estragos medioambientales y sociales) con que históricamente el imperio norteamericano ha marcado su trayectoria sobre la faz de este planeta que, “puede proveer para satisfacer las necesidades de todos los hombres, pero no la codicia de todos los hombres”, (Lo dijo Ghandi).
Pero ellos no actúan solos, sino que los demás países parecen viveros donde germinan lacayos con profunda vocación de esclavos, y oportunistas de todo ranking, quienes sin distingo de las muchas categorías existentes, siempre ejecutan su papel bajo el efecto delirante de la codicia y el beneficio personal, con alta frecuencia desde los propios intestinos del poder mediante las múltiples modalidades que ofrece el creciente y constantemente actualizado catálogo mundial de la corrupción, quienes además lo hacen a pesar de ser testigos en línea directa con el sacrificio del pueblo (sus propios vecinos) y todos los esfuerzos desplegados para recuperar la economía, haciéndole el juego a los Estados Unidos en su infatigable afán de someternos al más abyecto estado de rendición.
Igual resulta patético ver a tantas personas atrapadas en su corrosivo odio antichavista, ciegos ante lo que no puede ser más obvio, que los Estados Unidos nos agrede con su formidable poderío imperial para hundirnos en esa circunstancia, sin otro fin que un pueblo desesperado por las dificultades, y fríamente contabilizado como daño colateral, salga a las calles y resuelva la situación a favor de su propio verdugo.
Un estado al que pudiéramos llegar si no se toma clara conciencia de la impiedad de los métodos y estrategias del enemigo, comprender que está en juego la soberanía e independencia del país, y –muy importante-, que los cambios no se logran de un día para otro, que el camino al socialismo está minado de peligros y poderosos enemigos, y que de no alcanzarlo, posiblemente nos convirtamos en un azote igual o peor que el agresor, pero contra nosotros mismos.
Ahora mismo la situación es similar a la amenaza de un asteroide en trayecto de penetrar la atmósfera y provocar una hecatombe, donde el asteroide son las fuerzas del mal de los Estados Unidos y las miserables huestes que lo secundan; la atmósfera protectora es la conciencia general del deber ciudadano de defender la soberanía y la independencia nacional; y la hecatombe significa sucumbir al estado de rendición, que jamás conseguirán si como una sola unidad, el digno pueblo venezolano enfrenta a la infame roca para que continúe en solitario el viaje sin retorno hacia su propia destrucción.
viznel@hotmail.com
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