Opinión

Esperar otro líder

La fe que piensa.
jueves, 12 diciembre 2019

¿Debemos esperar?
Juan Bautista ha sido encarcelado por predicar la conversión de las personas, para acoger debidamente la Buena Noticia de Dios, que se nos acerca a través de la persona de Jesucristo, quien nos ayudará a elevarnos, haciendo realidad el sueño que Dios concibió para nosotros.

Con la llegada del Señor se dará asimismo el juicio definitivo de esta historia —y de sus protagonistas— especialmente en su versión pecadora. Juan se ha identificado de tal manera con su misión, que ha ido a parar a la prisión. Él está claro en el lugar que ocupa en todo el entramado, y que no es superior al Mesías. Él está claro en que bautiza para la conversión de los pecados, mientras que el Mesías exige un compromiso íntegro de parte de quien lo acepte. Juan no posee la última palabra porque es el precursor; el juicio final está en manos del Mesías.

Juan vivió la experiencia del Dios “resolutivo”. A quien no ha vivido “como Dios manda”, le espera el castigo: el leñador que está a punto de asestar el golpe al árbol seco, estéril. Es acá donde se le presenta el problema a Juan, que lo atormenta, y dicho pesar se suma al de verse privado de su libertad.

Jesús decepciona sobremanera a Juan. El Señor Jesús no se comporta como pensaba Juan: no vino a derribar a quien tambaleaba, sino a fortalecerlo mediante su compañía y perdón. Esta actitud de Jesús hace dudar a no pocos sobre su liderazgo, sobre el modo cómo llevar adelante su tarea. En su corazón, Juan se escandaliza con este estilo. No fue así que él se imaginó en su mente la película. La conclusión es clara: no es el líder que esperábamos, que necesitábamos.

Cambio de planes
La borrasca que genera el estilo de Jesús implica, por una parte, división con quienes lo apoyaron siempre y cuando el Señor se mantuvo fiel a la receta. Por otra parte, que Jesús sea de esa manera y no de otra, conlleva una carga de esperanza, alegría y paz, para aquellos a quienes Dios se acerca mediante la persona de Jesús, y lo circundan con sus historias, triunfos y pesares. El Señor cambia los planes de Juan, sí; pero vuelve a abrir el juego en favor de los excluidos de todos los tiempos.

No adherirse ciegamente a un mantra es un valor. Auscultar los signos de los tiempos, lo que la realidad va dando de sí, es una actitud sabia, pues permite dirigir debidamente las tareas, sin perder el horizonte y —sobre todo— sin perder la esperanza, cambiándola por el hastío o el sarcasmo.

La situación nacional suele “triturar” líderes, justa o injustamente no es el caso acá. Quienes enarbolan la bandera por una Venezuela tal y como nos la merecemos, no duran mucho. Es algo más que el típico desgaste de toda personalidad pública: porque no es de mi agrado, o porque no me resuelve los problemas en los tiempos pautados por mí, no tengo reparo alguno en retirarle mi apoyo. Así no habrá cambios. Mientras esperamos un mejor mañana, Jesús nos sale al encuentro en su humilde pesebre ofreciendo inclusión de todos y paz en el corazón.

 

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