Opinión

¿Es posible una democracia participativa?

Esa cultura es el esplendor y cima de cualquier nación; es la congruencia de principios morales y valores éticos; es la consecuencia de una legítima justicia, libertad plena y solidaria fraternidad. 
jueves, 09 junio 2022

Las naciones son grandes, cuando también lo son su gente; y esto es notable, cuando son los inamovibles principios y sólidos valores, quienes guían la conducta de las personas.

Los pueblos son genuinamente  prósperos, cuando sus riquezas provienen del trabajo tesonero, arduo y creativo.

Cuando las chimeneas de las fábricas van dejando caprichosas filigranas en el cielo, que no son más que la huella de una creciente y próspera economía.

La abundancia aflora, cuando a lo lejos, observamos los surcos del campo, que como pinceladas en lienzo, dibuja geométricas figuras, evidencia inequívoca de esa infatigable labor de labranza y siembra.

Igualmente, cuando se observa en el horizonte, siluetas diminutas, de naves bailoteando sobre la cresta de inaudibles olas; son los pescadores capturando productos del generoso mar; o en los puertos, cuando atestados de barcos, se vive el fervoroso trajín portuario, ese que imprime un flujo de riquezas que va y viene.

También, la cultura de un país es esplendorosa, cuando abundan las escuelas, los institutos superiores y las universidades; los museos, las teatros y los espacios para conciertos; cuando se multiplican las salas de exposición de pinturas y proliferan los conservatorios, las academias de música y orfeones; cuando el promedio de libros leídos por año, por cada ciudadano, es superior a 20; también cuando la prensa, televisión y radio, puede libremente difundir noticias y publicar opiniones diversas.

Los pueblos se enorgullecen de su civilidad, cuando sus calles están limpias, la señalización inmaculada, los conductores respetan las luces de tránsito y sus ciudadanos, disciplinadamente, cruzan por los correspondientes rayados de las intersecciones.

Es un desarrollo inequívoco el que experimenta un país, cuando su gente habla sin muletillas, palabras soeces e impropias.

Esa cultura, es el esplendor y cima de cualquier nación; es la congruencia de principios morales y valores éticos; es la consecuencia de una legítima justicia, libertad plena y solidaria  fraternidad.

¿Es esto una utopía? Sí, pero posible. Ese es un modelo de sociedad donde se estima y respeta al ser humano; donde el mismo, no solo tiene derecho a expresar su opinión, sino que debido a una eficiente organización social, tiene la posibilidad de ser escuchado y establecer un diálogo con sus conciudadanos o con representantes de cualquier organización a la cual pertenezca.

En este tipo de sociedad, también se estimula la institucionalización de grupos de interés, como los  políticos, los sindicatos, los colegios profesionales, las universidades, institutos varios para la educación, la salud, las asociaciones de vecinos, los clubes de amigos, y en general, todas esas organizaciones debidamente legalizadas, que conforman esa entramada red denominada, sociedad civil.

Esa es la sociedad civil donde la libertad y la justicia pueden hacer ondear sus banderas con orgullo y esplendor; donde la democracia participativa es un monumento viviente, real y no solo un enunciado constitucional. La democracia verdadera, es  aquella que combina, admite, aprueba, promueve y mantiene, con equidad, justicia y celo, la interacción de intereses personales e institucionales; es la que garantiza justicia y promueve el desarrollo del ser humano y sus instituciones, en lo económico, político y social.

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