Opinión

¿Éramos felices, y no lo sabíamos?

Estas líneas nacen luego de leer un artículo donde se destaca que para el año 2008 Venezuela fue incluida en el Libro Guinnes.
lunes, 17 agosto 2020

¿Qué sería del mundo si la fuerza del espíritu no intentara dulcificar la amargura cotidiana?
Adalberto Ortiz
Juyungo. La aventura del sueño.

Usualmente resulta complicado abordar el tema de la felicidad, incluso opinar sobre la frase popular que titula este escrito casi implica colocarse en ruta de colisión con las once varas de la camisa, pero siempre me he preguntado cómo es eso de que éramos felices y no lo sabíamos, de ser así nunca lo hemos sido, porque para experimentar ese sentimiento forzosamente se tiene que saber distinguir entre los estados del ser.

La felicidad es un concepto que por sustentarse en la satisfacción de necesidades materiales y/o espirituales es el más relativo de los estados en que transcurre la vida del ser humano inevitablemente inmerso en dichas necesidades, unas naturales y básicas que discurren diáfanas en sucesión libre de obstáculos, y otras postizas que se presentan dictatoriales, fanáticas de sí mismas y del capricho de su amplísima clientela.

Estas líneas nacen luego de leer un artículo donde se destaca que para el año 2008 Venezuela fue incluida en el Libro Guinnes como el país más feliz del mundo, lo cual me hizo pensar sobre la intermitencia, no de la felicidad que no existe como estado perenne sino más bien de los momentos de felicidad que corren a saltos y de los que todos tenemos algo que contar, de hecho el lector me haría feliz si me permitiera un par de pretéritas y sencillas anécdotas personales con las que intentaré ejemplificar lo que digo.

En el Liceo Militar, donde con apenas 11 años mi padre me internó quizás con la idea de que a la larga me convirtiera en un general de la República, salíamos de permiso los sábados aproximadamente a las 9 de la mañana para regresar los domingos a las 5 de la tarde.

Las primeras horas de aquella efímera libertad eran de euforia y éxtasis, un trance casi místico en el que yo caía incluso antes del amanecer de cada sábado, de modo que trataba de aprovechar el tiempo al máximo casi sin dormir hasta que, inexorable y exacta como los girasoles que siguen al astro rey, la inclemente hora de regresar le lanzaba un velo de tristeza al júbilo precedente.

Algo de eso también hubo en mis primeros días en las aulas universitarias, feliz y despreocupado hasta que uno de los profesores de la facultad anunció examen oral para el día siguiente, un evento que marcó el fin de la democracia en mi sección pues a partir de allí se cumplió la profecía de Manolito el de Mafalda y todos dejamos de ser iguales.

Con dichos ejemplos intento señalar que todos tenemos un sinfín de momentos felices, pero también muchos que no lo son y entre ambos van dejando cualquier cantidad de huellas en nosotros.

De igual forma nos ocurre como pueblo organizado así como en el desempeño de nuestro papel como país integrante de la comunidad internacional, y como tales, claro que hemos sido, somos y seremos felices, porque la vida humana y la de los países enteros no son una prueba académica única y definitiva, ni se equipara al vencimiento de unas horas de permiso que nos tuercen el corazón de un sólo golpe, sino una sucesión de eventos unidos por un monumental tejido de circunstancias que a menudo tratamos de comprender con poco éxito.

Muchas de tales circunstancias –demasiadas diría yo desde mis cómodas pretensiones- están lejos de pertenecer al Jardín del Edén, es cierto, otras en cambio compensan el sufrimiento con tiempos de felicidad en los que muy venezolanamente decimos haber vivido sin saberlo, utilizando una frase que aspira ser una comparación graciosa pero que termina poniendo en duda la capacidad de reconocer cuando se está feliz.

Si tomamos las colas de la gasolina como ejemplo ellas son una mina de historias y anécdotas aparentemente inconexas pero que realmente están fuertemente unidas con el infalible pegamento de nuestra idiosincrasia, y de cuya experiencia se puede constatar que somos capaces de escuchar sin perturbaciones las maldiciones de unos y las agudas ironías de otros, que por algo celebramos a carcajadas el chiste de un desconocido o acribillamos con ironías y chalequeos insoportables un desliz de memoria de cualquier desprevenido, que por algo compartimos el pan, el café o el agua para apoyar al compañero de infortunio en las horas incontables, que por alguna razón no nos ha sido difícil darle más valor al alimento, a la salud, a la familia y a la amistad en detrimento de lo superfluo y lo banal, y que por algo usted entiende lo que digo aunque lo que escribo no sea un modelo de claridad, ese algo es que fuimos, somos y seremos felices a pesar de todo lo que hoy nos constriñe, incluido el picadero político y la crisis económica, porque la felicidad no es un estado perenne sino que se presenta por capítulos que hemos aprendido a disfrutar con la fuerza del espíritu que dulcifica la amargura cotidiana.

viznel@hotmail.com

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