Opinión

El verano en que me tocó escoger: No exactamente entre Conrad y Jeremiah

En política, igual que en la ficción romántica, solemos ser víctimas de los impulsos.
viernes, 19 septiembre 2025

Aclaro desde el inicio, antes de que alguien me pregunte: yo no he visto The Summer I Turned Pretty. Mi acercamiento a la serie se limita a lo que me cuentan mi novia, mis amigos y a los resúmenes que TikTok me lanza a placer del algoritmo. Y aun así, he podido entender lo suficiente como para captar el dilema central: Belly atrapada en un triángulo amoroso con los hermanos Conrad y Jeremiah. El que la mueve aunque la hace sufrir y el que le conviene, pero no le enciende la misma chispa.

Y claro, en tiempos de política, me es imposible no ver el paralelismo: los votantes, como Belly, muchas veces tienen que decidir entre el candidato que los emociona aunque sea destructivo, y el que les ofrece estabilidad, aunque no genere mariposas.

La democracia, entonces, se convierte en una especie de maratón de series donde la audiencia (es decir, nosotros los ciudadanos) acaba gritándole al televisor: “¡QUÉ ESTÁS HACIENDO, BELLY!”. O mejor dicho: “¡QUÉ ESTÁS HACIENDO, VOTANTE!”.

En política, igual que en la ficción romántica, solemos ser víctimas de los impulsos. Elegimos al candidato “Jeremiah”: el intenso, el pasional, el que nos promete que todo cambiará en un abrir y cerrar de ojos. Nos dejamos arrastrar por discursos arrebatados que nos hacen sentir vivos, aunque sabemos que terminarán rompiéndonos el corazón.

Al otro lado está el “Conrad” de la papeleta: el político menos deslumbrante, más predecible, pero con quien probablemente podamos tener una relación duradera sin sobresaltos. Es ese candidato que, lejos de prometer milagros, ofrece resolver lo básico: recoger la basura, tapar los huecos, mantener las luces encendidas. El problema es que nos cuesta enamorarnos de la rutina, aunque sepamos que ahí está la verdadera calidad de vida.

El drama de las decisiones

La política latinoamericana está llena de ejemplos de este dilema. Votamos por líderes disruptivos que nos hicieron sentir que todo estaba en juego, y terminamos con gobiernos incapaces de sostener sus promesas. O, en otros momentos, optamos por la moderación, solo para descubrir que la gestión sobria no inspira masas y se erosiona rápido frente al próximo populista carismático.

En ese vaivén, las democracias de nuestra región se parecen mucho a la trama de la serie: temporadas de ilusión seguidas de episodios de desencanto, y siempre el espectador preguntándose si la protagonista tomó la decisión correcta (en el caso de Belly, pareciera que su vocación de desacierto se impone).

Lo cierto es que los votantes no necesitamos candidatos que sean protagonistas de un triángulo amoroso de verano. Necesitamos liderazgos que combinen emoción con responsabilidad, visión con gestión, carisma con resultados. No se trata de renunciar al “factor Jeremiah” que enciende pasiones, ni de conformarse con el “factor Conrad” que asegura rutina. Se trata de aprender a pedir más: políticos que nos hagan sentir parte de algo grande, pero que al mismo tiempo sepan gobernar con los pies en la tierra.

Porque, al final, lo que está en juego no es si Belly se queda con Conrad o con Jeremiah, sino si los ciudadanos seremos capaces de superar esa lógica de amores imposibles y construir relaciones políticas sanas. Es decir: elegir no solo con el corazón ni solo con la cabeza, sino con la experiencia de quien sabe que los veranos pasan, pero el futuro se construye todos los días.

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