Opinión

El silencio

Venezuela llama a hacer silencio, para que su presencia inunde nuestra existencia social en esta hora.
lunes, 03 agosto 2020

El comienzo de la sabiduría es el silencio
Pitágoras

Se nos habla con frecuencia de la palabra para construir nuevas realidades, lo cual resalta la fuerza de la palabra para la transformación de la vida y la realidad.

Comparto ese concepto que envuelve la necesidad de recuperar el valor de la palabra para impulsar la acción transformadora en la relación de la persona consigo misma, con las otras y con la presencia permanente de la naturaleza y de la creación cultural en la existencia individual y colectiva; todo lo cual permite, desarrollar el sentido de la vida personal y el sentido histórico en la vida de los pueblos.

Sin embargo, poco se nos habla de la elocuencia del silencio; de su necesidad, de las condiciones para que tenga lugar y respeto social, de su tiempo para madurar, para profundizar, para iluminar la existencia, para darle dirección y convicción a la palabra creadora de nuevas realidades.

Guardo la imagen de una mujer que en una tarde de cementerio, después de enterrar al padre guerrero, tomó su espada en la mano no para alzarla a la guerra, sino para darle firme apoyo a su silencio ante la muerte; silencio hondo para des-velar el alma, para que entrara en ella, el dolor como paz, el amor como protección, el recuerdo como compromiso, la vida como plenitud.

En todos los seres humanos hay algún punto de consciencia encendido por algún instante de silencio, por eso es tan importante el darle espacio y respetar, el silencio del niño o del adolescente, que permite el ser en sí, esos instantes de apenas iniciación en sí mismo, al hombre o a la mujer que puede llegar a ser.

Venezuela llama a hacer silencio, para que su presencia inunde nuestra existencia social en esta hora; para que inflamados de su fuerza, del amor desplegado por tantas generaciones que la han hecho con sus silencios, en las tareas grandes y en las sencillas, sin aspavientos, sin ostentación, con la simplicidad de las manos callosas y honestas por el tesón abierto a la esperanza, nos inspire los pasos para contribuir a su construcción, no a su destrucción.

Hay que volver a los caminos interiores, e ir al encuentro con la tierra y con su gente, para que el silencio entre hondo y podamos guardarlo en una emoción sin palabras. El silencio permite encontrar el sentido del viaje, afinar el rumbo.

La emoción del silencio que celebra el encuentro con la vida, aparta todo temor, nos libera, nos asoma a la alegría de la libertad, al éxtasis de la libertad; cuando recuperamos esa libertad, celebramos el laborioso silencio jardinero del amor a la vida.

Ese silencio, no es frecuente, tampoco es fácil, apremiados por el hacer que reclama la vida activa y absolutiza en el trabajo, nos da miedo el silencio propio y el de los otros. Tememos que el silencio nos acorrale con sus preguntas sin que podamos eludirlas.

Por eso inundamos el ambiente de estridencias, de proclamas, de ruedas de prensa que los vocingleros del oficio recogen con bullicio. Qué importante será formar comunicadores capaces de ayudar al mensaje del silencio y que su labor contribuya al silencio necesario para lograr una sociedad sanadora de la humanidad de la vida.

Venezuela reclama silencio de palabreros para que se respete el silencio de quienes la aman con su trabajo honesto; es necesario hacer silencio para la construcción de lo mejor de nosotros.

Para que sean los actos serenos y decididos, más que los discursos, lo que ayude a abrir y hacer caminos de superación de las graves dificultades; de dar el valor a la palabra y al sentido de la historia, para recuperarnos como pueblo laborioso y entusiasta, en la lucha por la Libertad y la justicia.

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